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Ep. 13: DESCONFIANZAS

  23:00 - Distrito 13. Tokio, Japón.

  La fortaleza de Igarashi estaba envuelta en una oscuridad densa, la noche cerrada apretando sus muros de hormigón como un pu?o invisible. Dentro de una sala subterránea, iluminada por focos industriales que colgaban del techo con cables horribles y polvorientos, el aire vibraba con una tensión que se podía cortar con un cuchillo. El zumbido grave de los generadores resonaba desde las paredes, mezclándose con el eco de pasos nerviosos y murmullos inquietos que llenaban el espacio. La mesa de acero abollada en el centro estaba rodeada por las figuras clave de Igarashi, sus sombras alargándose como espectros contra el cemento agrietado, mientras los miembros menores se alineaban contra las paredes, sus rostros ocultos bajo capuchas pero sus ojos brillando con una mezcla de miedo y desafío.

  Dokuro dominaba la sala, su figura imponente envuelta en su capa negra que rozaba el suelo como un río de tinta. Su máscara de hueso pulido, tallada con grietas que simulaban un cráneo fracturado, reflejaba la luz en destellos irregulares, ocultando todo menos sus ojos verdes, que brillaban con una furia contenida mientras golpeaba la mesa con un pu?o enguantado. El sonido reverberó como un disparo, silenciando los murmullos por un instante.

  —?Silencio! —rugió, su voz grave cortando el aire como un látigo—. Los ataques al Distrito 23 fueron un éxito parcial. Tenemos quinques, pero la CCG está más cerca de lo que quiero. Necesitamos golpear más fuerte, más rápido. El Distrito 19 será el próximo. Hay un cuartel importante para la CCG, lo usaremos para desestabilizarlos. ?Alguien tiene algo que decir?

  Un murmullo recorrió la sala, las cabezas girando entre sí mientras la tensión crecía. Hiroshi, sentado a un lado de la mesa, tamborileaba los dedos contra el acero, su cabello grisáceo cayendo sobre su frente mientras sus ojos oscuros escaneaban a Dokuro con una desconfianza que no podía ocultar. A su lado, Aichuu permanecía inmóvil, su cabello blanco brillando bajo la luz cruda, sus ojos fijos en el líder con una mezcla de duda y determinación. Mō, recostado en su silla con su túnica arrugada, sonreía torcidamente, pero sus dedos jugaban con un cuchillo peque?o, un tic que traicionaba su inquietud. Sekigan, rígido y silencioso, observaba desde el otro extremo, su parche reflejando destellos mientras su ojo gris evaluaba cada movimiento.

  Antes de que alguien pudiera responder, una risa baja y melodiosa cortó el aire, un sonido que heló la sangre de todos los presentes. Mushtaro emergió de las sombras del fondo de la sala, su gabardina oscura ondeando ligeramente mientras avanzaba con pasos lentos y deliberados, una taza de café humeante en la mano. El vapor se alzaba como un velo frente a su rostro pálido, y sus ojos grises brillaron con un destello rojo mientras sonreía, una expresión que era a la vez burlona y peligrosa.

  —Un éxito parcial, dice —comenzó, su voz suave pero afilada como un bisturí, resonando en la sala—. Qué generoso contigo mismo, Dokuro. Perdieron a cinco en el Distrito 23, y la CCG está respirándoles en la nuca. ?Golpear más fuerte? Suena como mandar más carne al matadero. —Dio un sorbo a su café, sus ojos deslizándose hacia los miembros menores contra las paredes—. ?No creen, muchachos? ?Cuántos más tienen que morir para que Dokuro se sienta poderoso?

  Un murmullo inquieto recorrió la sala, las cabezas girando hacia Mushtaro y luego hacia Dokuro. Los ojos verdes del líder se estrecharon tras la máscara, un destello de furia cruzándolos mientras daba un paso hacia él, su capa ondeando como alas negras.

  —?Cállate, Mushtaro! —espetó, su voz resonando como un trueno—. No tienes lugar aquí. Vienes a sembrar dudas, pero no eres más que un maldito bastardo que mendiga atención. ?Fuera, antes de que te arranque esa sonrisa con mis manos!

  Mushtaro rió de nuevo, un sonido que llenó el espacio como un eco venenoso, y dio otro paso adelante, deteniéndose a pocos metros de la mesa.

  —Mendígar? —dijo, su tono burlón pero frío—. No, Dokuro. Solo se?alo lo que todos ven pero nadie dice. ?Dónde estabas cuando los Kurokawa los traicionaron en el Distrito 23? ?Por qué tus aviones siempre terminan en sangre para ellos y "victorias" para ti? —Sus ojos se deslizaron hacia Hiroshi, luego a Aichuu y Mō—. Tus pilares están dudando. Tus peones están cansados. ?Cuánto tiempo crees que durará esta fachada antes de que se derrumbe?

  Hiroshi se puso de pie, su silla chirriando contra el suelo, sus pu?os apretados mientras miraba a Dokuro.

  —Tiene razón en una cosa —dijo, su voz áspera rompiendo el silencio—. Perdimos a Kenta y Aya por tus órdenes, y ahora más en el 23. ?Qué estás escondiendo, Dokuro? ?Para quién son esos quinques, realmente?

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  Un grito de acuerdo resonó desde los miembros menores, y la sala estalló en un caos de voces. Dokuro alzó las manos, intentando recuperar el control, pero sus movimientos eran más rígidos de lo habitual, un nerviosismo sutil que no pasó desapercibido para Aichuu. Mushtaro sonriendo, dando un paso atrás mientras dejaba que las semillas de desconfianza germinaran, sus ojos brillando con una satisfacción oscura.

  —?Suficiente! —gritó Dokuro, golpeando la mesa de nueva, el acero temblando bajo su fuerza—. ?Quien amigo de mí puede irse ahora! Pero sepan esto: sin mí, la CCG los destrozará a todos. Musttaro solo quiere caos. ?No le crean!

  Pero las palabras sonaron huecas, y la sala quedó en un silencio tenso, los miembros mirándose entre sí con inseguridad, sus lealtades tambaleándose mientras Mushtaro desaparecía por el pasillo, su risa flotando tras él como un eco de advertencia.

  01:15 - Distrito 13. Tokio, Japón.

  El frío de la madrugada se filtraba por las grietas de la fortaleza, el pasillo oscuro donde Mō y Jikininki se habían retirado tras la reunión estaba iluminado solo por una lámpara rota que parpadeaba con un zumbido intermitente. Mō caminaba de un lado a otro, su túnica negra arrugada ondeando con cada paso, su sonrisa torcida más tensa de lo habitual mientras jugaba con el cuchillo en su mano, lanzándolo al aire y atrapándolo con una precisión inquietante. Jikininki estaba sentado contra la pared, su figura encorvada envuelta en harapos sucios, la mitad destrozada de su rostro —un cráter de cicatrices y hueso expuesto desde la nariz hacia arriba— oculta bajo una capucha raída. Sus tentáculos rinkaku se agitaban inquietos bajo la tela, y un gru?ido bajo escapaba de su garganta, un eco psicótico que llenaba el aire frío.

  —?Qué maldito desastre! —dijo Mō, riendo mientras atrapaba el cuchillo por el mango—. Mushtaro metiendo su veneno, Dokuro gritando como loco... y nosotros aquí, sangrando por ellos. ?Qué opinas, Jikininki? ?Vale la pena esta mierda?

  Jikininki alzó la cabeza, sus ojos rojos brillando bajo la capucha mientras un temblor recorría su cuerpo.

  —Sangre... —susurró, su voz rota y chillona resonando como un lamento—. Siempre sangre... para ellos. ?Por qué? ?Qué... soy yo? —Sus tentáculos brotaron brevemente, golpeando la pared con un crujido que dejó marcas en el cemento—. Mato... mato... pero no lo siento. ?Es esto... vivir?

  Mō detuvo su caminata, girándose hacia ella con una ceja alzada, su sonrisa desvaneciéndose por un instante.

  —Vivir es sobrevivir, loca —dijo, su tono endureciéndose—. Matamos porque nos cazan. No hay moralidad en eso, solo instinto. Dokuro nos da un propósito, aunque apeste a veces. ?Qué más quieres? ?Flores y paz?

  Jikininki gru?ó, sus manos ara?ando el suelo mientras las voces en su cabeza —un torbellino de gritos y risas— la golpeaban con más fuerza.

  -?No! —chilló, poniéndose de pie de un salto, sus tentáculos rinkaku girando como un torbellino de púas—. ?No es suficiente! ?Soy... nada! ?Solo un arma! ?Sangre... sangre... sangre! —Sus ojos se desenfocaron, y un alarido escapó de su garganta, un sonido que heló a Mō mientras ella se lanzaba contra la pared, golpeándola con sus tentáculos en un frenesí psicótico.

  —?Maldita mar, cálmate! —gritó Mō, retrocediendo mientras su kagune koukaku brotaba como un escudo, bloqueando un tentáculo que se desvió hacia él—. ?Vas a matarnos a todos, loca!

  Jikininki no lo escuchó, sus tentáculos destrozando la lámpara con un estallido de chispas que llenó el pasillo de sombras danzantes. Corrió hacia la pared opuesta, ara?ándola con las manos hasta que la sangre negra goteó de sus dedos, su respiración convirtiéndose en jadeos salvajes mientras las voces la consumían. Mō dio un paso atrás, su cuchillo cayendo al suelo con un tintineo, su sonrisa torcida reemplazada por una mueca de alarma.

  —?Jikininki, para! —rugió, pero ella se giró hacia él, sus ojos rojos brillando con una locura que lo hizo retroceder aún más—. ?Mierda...!

  El sonido atrajo a otros miembros de Igarashi —dos ghouls menores que corrieron desde el pasillo principal—, pero al verla, se detuvieron en seco, sus rostros palideciendo mientras Jikininki gru?ía y se lanzaba hacia ellos. Mō se interpuso, su kagune transformándose en una espada que bloqueó un tentáculo, el impacto haciendo retroceder contra la pared con un gru?ido de esfuerzo.

  —?Sáquenla de aquí! —ordenó a los ghouls, su voz tensa mientras luchaba por contenerla—. ?Está fuera de control!

  Los ghouls dudaron, pero finalmente corrieron hacia ella, esquivando sus tentáculos mientras intentaban sujetarla. Jikininki aulló, su cuerpo temblando mientras la arrastraban hacia una celda al final del pasillo, dejando tras de sí un rastro de sangre y caos. Mō jadeó, apoyándose contra la pared mientras miraba el desastre, su respiración agitada llenando el silencio que siguió. La atmósfera entre los miembros de Igarashi, ya tensa por la reunión, se volvió asfixiante, un recordatorio brutal de la fragilidad de su unión.

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