La Arboleda Ilusoria era, probablemente, el lugar más recóndito del bosque que rodeaba Coaltean. Ignoto a la mayoría y oculto tras unos intrincados túneles a los que solo se podía acceder cruzando la cascada que alimentaba al lago principal, se trataba de un lugar donde la vegetación crecía sin acceso alguno a la luz del sol. Para sobrevivir, las plantas se enroscaban a los cristales etéricos y se alimentaban de su energía y su luz, lo que hacía que crecieran en un equilibrio perfecto. Su inusual fuente de nutrientes hacía que los frutos crecieran brillantes, iluminando toda la estancia cuales farolillos que flotaban entre las copas de los árboles.
Ese efecto se extendía también a la fauna: los insectos y peque?as criaturas que se alimentaban de lo que la Arboleda tenía que ofrecer habían desarrollado, con el tiempo, su propia bioluminiscencia, permitiéndoles danzar como faros entre los refulgentes pétalos de las flores que crecían en los irregulares parches del suelo.
Seguí andando en silencio (si bien, con alguna que otra risilla que no podía ocultar ante las reacciones de la noble) hasta que alcancé el centro de la arbórea cueva, donde un enorme árbol parecía sostener por sí mismo el peso del techo que nos rodeaba, ascendiendo en espiral enlazado a una pulida veta de cristal etérico que recorría los cuatro colores de los elementos básicos. Desde arriba, dejaba caer vides llenas de bayas refulgentes de distintas formas y colores.
Desplegué un mantel de cuadros en una zona más o menos llana, dejé caer mi espalda contra una de las raíces del enorme árbol y, por fin, supe decir algo en voz alta:
―Es la primera vez que traigo a alguien aquí. ―Palmeé el espacio junto a mí para invitarla a sentarse―. Bueno, ya me entiendes. Lilina acabó siguiéndome y Rory no podía perderse el hallazgo, pero... Ya me entiendes. Me refiero a alguien que...
Sentí que la lengua se me empezaba a hacer un nudo. Por suerte, la albina fue capaz de volver a ponerme en el camino correcto con sus palabras.
―Estás hablando de una cita, claro. ―Se sentó a mi lado. Parecía que la atmósfera le invitaba a no dejar mucha distancia y lo celebré para mis adentros―. No te preocupes: yo tampoco recuerdo cuándo tuve la última. Digamos que no es que haya tenido mucho tiempo para pensar en esas cosas.
―?Cómo se hacía esto? ―bromeé. Extendí mi brazo por encima de la noble para coger uno de los frutos del árbol y me dedicó una mirada dulce―. Las circunstancias han sido tan extra?as que... Bueno, ya sabes. Que hemos necesitado dar un paso atrás... y ahora no sé dónde estoy.
―?Ya sé! ?Desde el principio! ―Dio una enérgica palmada de la que, a juzgar por su expresión, se terminó avergonzando. Por suerte, no tardó en recuperar la energía que la caracterizaba―. ?Mi nombre es Amelia Primordia Xao Eruma Tennath von Luxaar Gêtia-Almandal, primera hija de los Tennath, heredera Landgrave de las tierras centrales y norte?as de la península de Coaltean!
―Así que ese era tu título. ―Me recosté, ignorando deliberadamente el excesivamente extenso nombre―. Lo siento, ricura. Seguiremos llamándote princesita. Te pega más.
La muchacha se acarició la oreja izquierda, jugueteando con el pendiente en forma de pluma que llevaba, pero no objetó a mi comentario.
―Yo me llamo Mirei, pero eso ya lo sabes ―partí la fruta por la mitad y le di el trozo más grande a la joven―. Te diría mis apellidos si tuviera alguno, pero nunca conocí a nadie que pudiera proporcionármelo. Así que uso el nombre del orfanato en el que me crie en su lugar.
Sin saber qué responder a lo que había dicho se quedó en silencio hasta que decidió dar un mordisco al tentempié. Con la cara iluminada y una excusa para retomar la conversación, exclamó:
―?Oh, esto está delicioso! ?Qué es?
―No le hemos puesto aún nombre. Quizá lo hagamos cuando Rory consiga hacerlas crecer en ese invernadero que habéis inventado. ―Acabé con mi parte de un mordisco―. Y, hablando de él: por muy tentador que sea probarlas todas, no deberíamos atiborrarnos. Se tomaría bastante mal que lleguemos con sus platos intactos. Siempre ha sido así, desde que empezó a colaborar en la cocina de Rapsen de peque?o. Calculador hasta el último detalle. Probablemente incluso haya estimado el tiempo que tardaríamos en llegar para que no haya nada ni demasiado frío ni demasiado caliente en la tartera.
―Es todo un cerebrito, sí. ―Abrió la peque?a cesta para sacar uno de sus entrantes―. Y tú también. Hacéis muy buen equipo. Lo que hacéis en vuestro taller es simple y llanamente, magia.
―Dijo la heredera de la familia que revoluciona la tecnología cada día y que ha identificado sin despeinarse trastos que llevaban a?os recolectando polvo en un banco de trabajo, vaya que sí.
―Es... distinto. ―Se recostó cuidadosamente contra mi hombro. El ambiente era cálido y placentero, lo que nos daba cierta confianza, pero sentí cómo mi corazón se me empezaba a escapar del pecho―. Por mucho que me esfuerce en entender cómo funciona el éter a pesar de todos mis medios, siento que voy muy por detrás de lo que vosotros lográis día a día. Vuestros experimentos, vuestro trabajo de campo, vuestra inventiva... Es fácil depender de la tecnología con las peque?as modificaciones que se logran en este lugar, como sugiere Padre... Pero vamos a necesitar más que eso si...
Se tapó la boca de repente, como si hubiese hablado más de la cuenta.
―?Si qué?
―Es una larga historia que aún no estoy preparada para contarte. ―Estiró los brazos y dejó uno sobre mis hombros. Suficiente contacto físico como para distraerme de mi pregunta―. Y no quieres que te aburra con esas cosas de nobles, ?verdad? Así que, venga, ?dime algo de ti que aún no sepa!
―Soy capaz de vencer a Ridamaru, el jefe de los kabaajin, al menos siete de cada diez veces en combate. ―Flexioné el brazo para presumir―. Y una vez gané a McGuerda en un pulso, pero no puedo garantizar no haber tomado algún suplemento alquímico antes.
―?La jefa de los teinekell? ―excusándose en la sorpresa, se asió de mí con aún más fuerza―. ?Creía que solo Dan había logrado ese hito!
―Dan es una verdadera bestia, lo he sufrido en mis propias carnes. ―Me toqué la frente un par de veces―. Pero no es lo suficientemente pragmático. Demasiado honor, para él, supongo.
―No sabes cuánto me gustaría que se relajara un poco con todo eso. ―Paró para echarle un vistazo a una mariposa que emitía luz hídrica―. Intente lo que intente, no dejo de darme de bruces con su guardia: es imposible.
―Siempre he tenido curiosidad por eso ―confesé―. No deja de hablar de lo mucho que os debe... ?A qué se refiere? Quiero decir, ya sé que le acogisteis cuando era un ni?o, pero... Tiene que haber algo más en el relato, ?verdad?
―No te sorprenderá si te digo que quedó huérfano mucho antes de que lo conociéramos... Y, aun así, se negaba a recibir la ayuda de la ciudad.
―Eso fue... hace diez a?os, ?no? ―Conté con los dedos rápidamente―. Por aquel entonces, Risenia no era más que una idea en nuestras cabezas, pero ya hacíamos nuestros pinitos desde el orfanato mientras cumplíamos nuestro rol de hermanos mayores. Eran buenos tiempos. Subía a la peque?a Lilina al tejado casi todos los días y nos pasábamos las horas muertas mirando las estrellas. Pero... Era raro que no oyéramos que un ni?o había quedado huérfano.
―En realidad, sus padres murieron hace trece. ―Se mordió el labio inferior, haciendo memoria―. Lo que significa que pasó tres a?os viviendo de la naturaleza... y escondiéndose de otros seres humanos.
―Y vosotros, una familia de nobles con cara de no haber tomado el sol en toda su vida... Lo encontrasteis. ―Alcé una ceja.
―Algo así ―soltó una risilla nerviosa―. éramos nuevos en la zona y su habla estaba algo oxidada, pero era curioso ver cómo nos ense?aba sus extra?as costumbres.
―?Y cómo lograsteis que confiara en vosotros?
―Encanto, supongo. ―Me dio igual que pareciese una mentira obvia, porque con solo echarle un vistazo a la luz de la Arboleda podía creerme que esa sonrisa podía mover corazones sin proponérselo―. Un día, Madre le salvó de lo que podría haber sido una muerte segura y a Padre se le encendió la bombilla: podía pagar su deuda siendo por fin parte de la familia. Sobre el papel era una buena idea, pero huelga decir que no salió demasiado bien.
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―Mi se?ora.
―Exacto ―soltó una carcajada y dejó su cabeza sobre mi hombro―. Cuando nos aseguramos de que el peque?o Dan estaría a salvo, abandonamos ese hogar provisional en medio de la naturaleza para instalarnos en una de las calles centrales de Coaltean, siendo por fin los ?nobles? ―enfatizó esa palabra con un gesto― que iban a ?conquistar? la ciudad.
―Curioso. ―Me llevé la mano al mentón―. ?Y por qué no antes? Si el crío confiaba en vosotros y podíais aseguraros de que seguía bien, ?qué os impedía instalaros en la ciudad?
Se aferró a mi mano en silencio, buscando algo de tiempo, o quizá de determinación, para responder.
―Me encantaría decirte por qué. Todo sería mucho más fácil. ―Su tristeza sonaba sincera―. De verdad que me gustaría. Pero todavía es pronto para hacerlo. Espero que lo entiendas.
―?Tiene que ver con esa pregunta?
Asintió con la cabeza en silencio.
―Eres lista. ―Alzó la cabeza para mirarme directamente a los ojos―. Tarde o temprano, se te ocurrirá algo. Aunque igual Rory se te adelanta a este ritmo. No le dejaría mucho tiempo de ventaja.
―No importa. Me he propuesto disfrutar del momento por una vez. ―Me tomé unos instantes para acariciar su pelo y perderme en su aroma―. Estamos probando eso de delegar responsabilidades últimamente y no nos está yendo tan mal. Ahora lo que tengo es mucho tiempo que recuperar contigo y muchas preguntas que hacer, aunque no pueda conseguir todas esas respuestas aún.
―?Tiempo que recuperar? ―Se irguió soltando aire por la nariz. Quizá podía parecer torpe, pero para mí era adorable―. Y tanto que lo hay. Así que cuéntame. Cuéntame sobre ti. Quiero saberlo todo.
―Ya que te gustan tanto los juegos, podemos probar con uno: una pregunta por una respuesta. Yo haré una cuestión sobre mí misma; si la aciertas, podrás preguntar lo que quieras de mí, libre de condiciones. Si fallas, será mi turno de preguntar. ―Gui?é el ojo―. Prometo no abordar esos secretos. Solo... tú y yo durante un rato.
Pasamos el resto de la noche riendo, compartiendo anécdotas y aprendiendo la una de la otra en nuestra peque?a burbuja de tiempo. Cada pregunta que acertaba me hacía sentirme algo más cerca de la chica. Cada respuesta que obtenía definía esa imagen tan confusa e idealizada que tenía de la noble y la convertía en algo tangible, algo que no podía sino abrazar con todo mi ser. Cada bocado de la comida de Rory me llenaba la panza y cada sonrisa de Amelia me llenaba el corazón.
Y la Arboleda Ilusoria hacía su magia, disipándose en el reflejo de nuestros ojos.
***
―?Galleta de melocotón!
―?Ja! ?Fallaste! ―respondí con un leve y cari?oso codazo―. La respuesta correcta era: ?bizcocho de vainilla! ?Te toca preguntar!
―Entre los pretendientes de UniLaRo IV, ?quién me gusta más: Tomonami o Neumeria?
―?Pregunta trampa! ―Reduje un poco la distancia que nos separaba. Entre juego y juego, se había empezado a hacer peligrosamente corta―. ?No puedes decidirte entre los dos!
―Maldita sea. ―Se dejó caer hacia atrás―. Eres buena, Mirei Rapsen. Eres buena. De acuerdo, te toca preguntar.
Para poder fijarme en su reacción a mi pregunta, me arrodillé sobre ella y me postré hacia donde yacía. Torpe de mí (y podía asegurar que fue por un fallo de cálculo y no producto de una iniciativa con la que no contaba), perdí el equilibrio y solo pude parar la caída a menos de un palmo de su cara.
Instintivamente, aparté la mirada. De reojo, vi que ella había bajado los párpados con calma, aunque podía sentir su respiración acelerada en mi mejilla. Mi pelo, desacostumbrado a no estar recogido en una trenza, cayó también hacia delante, ocultando parte de mi cara. Menuda estampa para dos chicas que sumaban más de medio siglo.
Y, con el traqueteo del colgante de engranajes reaccionando al éter que sobrecargaba el ambiente, una pregunta martilleaba en mi cabeza. ?Era, quizá, el momento de dar el paso?
Por suerte, era mi turno para preguntar.
―?Te atreverías a darme...?
De todas las veces que había oído en mi vida a Dan clamar las palabras ?mi se?ora?, esa había sido con diferencia la inoportuna. Y, ni siquiera el descompuesto semblante del noble (ni la mueca de ?tierra, trágame? que Lilina intentaba ocultar a toda costa) era capaz de disminuir mi enfado por una interrupción tan innecesariamente tópica.
―Espero que tengas una muy buena excusa para esto, Dan. ―Se sacudió algo de polvo luminiscente del traje y se volvió a colocar la bata de laboratorio.
―Que conste que intenté evitar a toda costa que entrara aquí ―aseguró Lilina. Por su forma de rehuir la mirada, sabía decir que su comentario era honesto―. Te prometo que solo estábamos entrenando fuera mientras tanto... De verdad. Pero cuando se le mete algo en la cabeza no hay quien le pare. Le dije que podía esperar.
―Bueno ―bufó con desidia la muchacha―. Sigo esperando esa excusa.
―Mi se?ora... ―Dan seguía lo suficientemente avergonzado como para poder construir su elocuente discurso.
―Seguidnos, será más fácil.
La joven aprendiza echó a correr. Las luces de los árboles empezaban a perderse y se vieron reemplazadas por los cristales de los túneles. Seguimos corriendo. Lilina decidió cruzar la cascada de un salto, y Dan hizo lo mismo. Amelia y yo, unidas casi inconscientemente de la mano, decidimos que no era buena idea pasar por debajo del agua, así que tardamos algo más en rodearla, a pesar de la insistencia.
―Les ruego busquen un asidero para aferrarse.
Dan activó los propulsores de su armadura y extendió los brazos para que nos enganchásemos a ellos. Sorprendentemente, ni se inmutó por el peso a?adido, pero sí que reaccionó con un extra?o gru?ido cuando Lilina se subió a sus hombros y se asió con fuerza. Por potente que fuera el repulsor del traje del caballero, ascendió con una calma que empezaba a ponerme nerviosa. Y nadie capaz de romper ese silencio que la cuestión había dejado en el aire. Unas, deseosas por obtener una respuesta. Otros, por darla.
Pero cuando superado las copas de los árboles, la causa del alboroto había quedado totalmente clara: el horizonte refulgía bajo las estelas de docenas de estrellas fugaces.
―?Otro Diluvio? ―Afiné la mirada, intentando interpretar la extra?a estampa―. Quizá me piense eso de perdonaros.
―Según mis cálculos, debe estar teniendo lugar justo encima de Kadrous ―sentenció la noble, que había estado jugando con su mu?equera todo el ascenso―. Ya conoces el protocolo, Dan. No es prudente emprender el viaje ahora mismo, pero ma?ana a primera hora emprenderemos rumbo hacia el continente de fuego. Si salimos pronto, deberíamos llegar antes de mediodía.
―De acuerdo, me apunto ―injerí sin pensar―. ?Pero cómo pensáis cruzar el océano en tan poco tiempo?
―Te sorprenderá.
La armadura empezó a descender con torpeza. Probablemente hubiera agotado todo su combustible o quizá se hubiera sobrecalentado al hacer ascender a tantas personas a su vez. Me hubiera gustado echarle un vistazo al mecanismo, pero la secuencia de eventos me había dejado demasiado descolocada como para siquiera pensar en su funcionamiento.
―Escoltemos a las hermanas Rapsen al taller ―Dan volvió a hablar por fin―. Lamento, de nuevo, haberme inmiscuido en vuestra cita, mi se?ora.
―?De acuerdo! ―exclamó Lilina, que aún no se había bajado de su espalda―. ?Pero a mí me llevas a caballito!
El noble no se negó, pero no había más que ver las venas que se remarcaban en sus sienes para darse cuenta de que no estaba especialmente cómodo por la situación.
***
Sin tener muy claro cómo sentirme, desbloqueé la puerta de nuestra casa y di un par de pasos en la penumbra. No quería encender las luces para no despertar a nadie.
―Así que... ?Te apuntas? ―dibujó Amelia las comillas en el aire― a venir ma?ana con nosotros.
―Espero que no tengas problema con eso. ―Me recorrí el pelo con los dedos mirando hacia otro lado―. Creo que también deberías contar con Lilina. Parece que se está empezando a llevar bien con Dan... y le vendrá bien ver algo de mundo.
―Está cambiando todo demasiado rápido. ―Se tapó la cara con una mano para reír―. Aunque me da un poco de pena que se esté prendando tanto de él. ?No se ha dado cuenta aún de que...?
Como dejó la frase en el aire, me acerqué para marcarla con una mirada llena de esa complicidad que solo el tiempo y la confianza construyen en una relación. O simplemente fuera que la implicación en su palabras era tan clara que no necesitaba más explicación.
―?Oh, definitivamente no debería hablar de eso! ―y, con un susurro a escasos centímetros de mí, a?adió―. Esos dos tienen muy buen oído.
―Y la acústica del taller es muy buena. ―Me estiré un poco hacia atrás, buscando el punto perfecto para la acusación―. ?Verdad?
―Sí, sí que lo es ―cercioró Rory, cuyos ojos brillaron con un chispazo desde la esquina.
Se suponía que tenía que asustarme, pero a decir verdad, que llevase un gorro para dormir, un vaso de leche en su mano izquierda y una galleta en la derecha eliminaba toda la posible tensión que pudiera tener el momento.
―Podéis contarme ma?ana cómo ha ido ―bostezó el adormilado alquimista―. Tengo demasiado sue?o como para prestaros atención y me toca madrugar. Buenas noches.
Consideré prudente no mencionar el nuevo Diluvio y esperé a que el alquimista cerrara la puerta de su dormitorio antes de volver a dirigirme a nuestra invitada. Nunca era una lo suficientemente previsora con el sonido.
Aun así, mi mente se había quedado totalmente en blanco. Rory había matado cualquier clase de inercia que nuestra conversación pudiera haber tenido.
―Bueno, creo que deberíamos irnos ―dijo Amelia finalmente―. Ma?ana será un día largo, así que descansa todo lo que puedas.
―Supongo ―repliqué en un ligerísimo suspiro―. Me lo he pasado bien hoy. Espero que podamos repetir cuando todo esto del cielo en llamas se haya aclarado.
―Yo también, Mirei. ―La joven dejó sus manos en mis hombros y reposó su respuesta durante unos instantes en sus decorados labios―. Eso sí, no puedo marcharme antes de responder esa última pregunta. Las reglas son las reglas.
En uno de estos momentos en los que el mismo tiempo se dilata solo para que puedas apreciar mejor, Amelia recorrió el cuello de mi camisa con sus manos. Al principio, tamborileaba con sus dedos suavemente como intentando buscar el coraje suficiente como para seguir adelante con su respuesta. Después, se puso de puntillas junto a mí, recortando un poco la distancia que nos separaba.
Solo cuando estábamos frente a frente, a escasos centímetros la una de la otra, paladeó una palabra que, aunque inaudible, era fácil de entender.
Sí.
Una vez se aseguró de que había leído sus intenciones con claridad, tiró con fuerza del cuello de mi camisa, dejando que sus labios se juntaran con los míos. Mi cuerpo no supo cómo reaccionar a algo que deseaba tan fervientemente. Las piernas me temblaban, mis ojos se abrieron como platos y sentir su perfume tan de cerca no ayudaba a poner pensamientos en orden.
Ese beso tan torpe me dejó congelada en el sitio, aunque no podría importarme menos. Ya tendría tiempo para recomponerme y tomar a la noble entre mis brazos cuando fueran capaces de reaccionar.