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Capítulo 23 - Dan Tennath

  Tuvimos que caminar durante unos quince minutos más después de dejar el puesto de comida callejera para llegar a nuestro destino, y la mayoría de ese tiempo todos lo hicimos en silencio. Aun así, la joven aprendiza no pudo evitar quejarse en voz alta de algo:

  ―Así que esta es la entrada a Kadrous ―observó con una expresión desangelada en su cara―. He de admitir que es un poco... decepcionante. Me esperaba un arco de fuego, una cascada de lava o un portón con roca refulgente. No... un túnel con un cartel descolorido.

  ―?Ves cómo deberíamos haber entrado por el norte, Dan? ―Amelia me dio una palmada en la espalda y el metal de mi armadura resonó con fuerza―. ?Se va a perder las vistas más chulas!

  El portón sur de la ciudad estaba prácticamente abandonado. Demasiado estrecho para los carros de mercaderes y alejado de más de la costa en la que descargaban los barcos. Además, los poblados más cercanos a la pista de aterrizaje que habíamos improvisado no tenían interés turístico alguno, por lo que no había motivos para engalanar esa salida para los viajeros. En circunstancias normales, solo la tomaban los habitantes de los poblados mineros, y, aun así, preferían dar el rodeo a la zona este por motivos pragmáticos.

  ―A la vista de las circunstancias, lo consideré más seguro, mi se?ora ―protesté, algo impasible―. Adicionalmente, si hubiera aterrizado en el lado contrario del Caldero, no habríamos podido contactar con el informante.

  ―No te preocupes, Lilina. ―Mirei le revolvió el pelo―. Aunque este túnel sea el menos popular de los cuatro, tiene cierto encanto pasear por uno de los conductos originales del volcán. Ya verás. ?Algunas vetas aún cuentan con energía etérica y brillan como las barbas de un teinekell!

  ―O sea ―repuso la adolescente―, estamos bajando por la que debería ser la principal vía de salida de la lava en caso de que se activara el volcán. Parece seguro.

  ―?Es seguro! ―interpuse―. Como ya habéis... has oído, ha ya siglos de la última erupción. En adición, los moradores de este lugar han preparado escapes adicionales con el objeto de preservar la integridad en el improbable caso de...

  ―?Anda! ?Estás hablando de nuevo! ―La muchacha me dio un codazo, interrumpiendo mi explicación. Me limité a bufar en respuesta―. De todas formas, ?no es mucho trabajo? Quiero decir, poder decir que vives dentro de un volcán es una pasada, pero... ?No era más fácil erigir la ciudad en la otra punta de la isla?

  ―Los teinekell se deben al Dragón de Fuego ―explicó Mirei―. Su hábitat es el fondo del Caldero, así que el templo se esconde en el corazón del volcán. La ciudad nació en torno a sus bendiciones, como ocurre con las otras tres tribus.

  ―Y la geotermia... la extracción de energía del calor de la base, hace que mantener sus industria sea mucho más barato y eficiente ―a?adió Amelia, que caminaba animada de la mano de la maquinista―. Eso sí, no esperes encontrar una heladería ahí abajo.

  ―Pues con el calor que hace, lo agradecería ―se burló la muchacha sin desprenderse de su sonrisa―. Voy a derretirme.

  Eché un vistazo al monótono túnel, esperando ver algo digno de mención. Sin embargo, la muchacha tenía razón: era el más aburrido de todos los caminos de acceso. Piedra volcánica hasta donde llega la vista, poca luz, alguna que otra viruta de éter pírico surcando el aire y, en el mejor de los casos, una veta luminosa que intentara hacer las cosas más interesantes sin mucho éxito.

  Pero lo bueno de la monotonía es que ponía los engranajes de mi cerebro en marcha.

  ―Quería reparar en algo, mis... ―respiré con fuerza, intentando controlar la sinuosa barrera del lenguaje― amigas. Como ya sabrán... ?Sabréis? Existe una alta posibilidad de toparnos con una situación que nos vea obligados a enzarzarnos en combate al arribar. Me gustaría...

  ―?Listo para el combate! ―Runi se adelantó a la situación y se transformó en unos nudillos de acero para sorprender a su portadora―. ?Está esto bien? ?Prefieres una espada? O... ?Déjame pensar! ?Unas pistolas! ?O te va más un ca?ón de éter? ?Nunca lo he intentado, pero he visto tus planos, Mirei! ?No puede ser difícil!

  ―Por favor, dejadme ser vuestro escudo. ―Extendí mi mano hacia delante y apreté el pu?o―. Pase lo que pase... Sigo estando en deuda.

  Las chicas de Rapsen soltaron una carcajada al unísono antes de mirarse con complicidad.

  ―Eh, Dan. ?Has olvidado que te di una paliza? ―replicó Mirei―.Y, si te crees que me voy a quedar de brazos cruzados, igual te mereces otra. Si tanto quieres ?saldar tus cuentas?, demuestra que eres lo suficientemente bueno primero.

  ―?Una competición? ?Suena bien! ―Me llevé las manos a la cintura―. Seguro que Adresta disfruta de la emoción a?adida.

  ―?A... qué?

  Saqué la espada de su vaina e hice que se iluminara en llamas. El túnel se iluminó con un fogonazo. Tras balancearla cual malabarista, hice que su filo se apagara, pero la seguí blandiendo con firmeza.

  ―Ah, la espada esa con la que casi incendias el bosque ―bostezó―. Creía que traerías algo más adecuado a un lugar lleno de monstruos de fuego, la verdad. Así no vas a lograr superar mis números.

  ―Cómo se nota que aún no la has visto en acción ―aseguró mi pupila, enganchándose al brazo de su hermana―. Esto del metal eteroalquímico es la hostia. ?Ya verás, ya verás!

  De repente, escuché un zumbido agudo que cortó el ambiente. Por cómo retumbaba por las paredes, era fácil ver que se estaba acercando a toda velocidad desde el final del túnel. Reaccioné rápido, interponiéndome en la trayectoria.

  Amelia chasqueó los dedos e hizo aparecer un escudo energético justo frente a mí. Solo duró un instante, pero no necesitó más para que, en un chispazo, una flecha se rompiera en dos y chocase contra las paredes.

  ―Deberías dejar de ponerte en medio ―dijo, con una sonrisa de superioridad―. Algún día te vas a hacer da?o de verdad.

  ―Pensaba cortarla por la mitad, mi se?ora.

  ―Eso que te ahorras ―presumió.

  ―?Runi! ―gritó su due?a―. ?Escanea o lo que sea que hagas! ?Informe de situación!

  ―Analizando... ?Vale, ya lo tengo! Siete flecheros teinekell y un lancero montando un ignorcel. Entre veinte y treinta metros de distancia. Parece que han...

  ―Prendido en llamas las flechas, puedo verlo ―repliqué al ver las peque?as chispas de luz más adelante―. Que empiece la competición, pues.

  Eché a correr en dirección a los peque?os luceros. Escuché cómo la primera de las cuerdas se destensaba, como dando la orden a las demás. Aquella vez, sí que pude darme el lujo de cortarlas por la mitad, ambas con un único tajo. Siquiera tendría que exigir energías al núcleo de Adresta para ello. ?Eso era lo mejor que podían hacer?

  Una ráfaga de aire me tambaleó desde la espalda y volvió las saetas en dirección contraria. Por los alaridos de los tiradores que las habían lanzado, la ráfaga de aire que las había devuelto lo hizo con gran precisión. A juzgar por el ligero brillo etérico que tintaba la oscuridad de color verde, estaba claro de donde procedía.

  ?Había alcanzado Lilina tal control de Nébula en solo unos días de entrenamiento? Definitivamente, había estado subestimando a mi propia pupila.

  ―?Cuidado, parece que el golpe no ha sido suficiente para pararlos! ―avisó Runi―. ?Y todavía queda el lancero! ?Entretenedlos! ?Yo haré mi cosa! Ya sabéis, eso del contrahackeo. Esta vez han mejorado bastante la seguridad, pero... Bueno, estoy convencido de que podré con ello. Haced lo vuestro.

  Aproveché un rápido movimiento para cortar con mi espada todos los arqueros que habían dejado caer sus armas tras el inesperado impacto, si bien eso no impidió que me rodearan e intentaran combatirme haciendo uso de su dominio del fuego.

  Craso error.

  Alcé a Adresta en el aire y dejé que hiciera lo que mejor sabía: absorber todo el éter ígneo que me rodeaba en el filo de su hoja, que no tardó en volverse la única fuente de luz más allá de la que llegaba por la salida. Al estar luchando contra teinekell, eso también sería debilitar el balance etérico de sus cuerpos lo suficiente como para quedar inconscientes, aunque preferí asegurarme con un golpe certero a cada uno.

  No obstante, el jinete del ignorcel se hubo escapado de la espiral de llamas que había conjurado gracias a su montura y se dirigía hacia las chicas a toda velocidad.

  ―?Runi! ―gritó Mirei, adoptando una pose que evocaba a la de una artista marcial―. ?Ya sabes qué hacer!

  ―?Hilo secundario activo! ?at_66()! ?Modo hídrico!

  ―No hace falta que grites los ataques ―amonestó su due?a―. Pero... ?adelante!

  Las cicatrices de la maquinista brillaron por un instante en un tono azulado. Después, una especie de aura casi transparente la rodeó, empezando a condensarse en una espiral de agua que danzaba con elegancia en torno a ella. Imitando las posturas marciales de los kabaajin, la mujer extendió los brazos y el líquido se movió con ellos.

  Solo necesitó lanzar sus pu?os hacia delante para que la montura se viera atrapada en una densa nube de agua, que congeló en unos segundos al apretar el agarre de su mano. Y, aprovechando la confusión del lancero, golpeó su cara con el pico de los nudillos en los que se había transformado Runi.

  The tale has been taken without authorization; if you see it on Amazon, report the incident.

  Según mis cálculos, tal ataque no debería haber tumbado a un teinekell tan vetusto, y mucho menos en un estado de furia descontrolada, pero el efecto fue casi instantáneo: cayó de bruces contra el duro suelo, petrificado en el acto.

  ―Después de lo de la última vez, me aseguré de preparar un aceite para armas paralizador ―explicó, lanzándome un vial desde su posición―. Pero he de admitir que eso de concentrar el éter en la espada es bastante molón.

  ***

  Una vez Runi hubo desactivado los dispositivos que hacían perder el control a sus portadores, nos narraron lo que temíamos: gran parte de los habitantes teinekell (y un buen pu?ado de bestias) de la ciudad habían sucumbido al control de los artefactos. Lejos de la estampa a la que la ciudad me acostumbraba, el caos reinaba en las calles.

  El único punto positivo en la situación era que los humanos que convivían en la ciudad parecían ser inmunes a dicho control. Por desgracia, no solo eran una minoría, sino que en su mayoría no eran más que humildes mercaderes que carecían de los medios para combatir una amenaza tan repentina.

  ―La buena noticia es que ahora sí que estamos en Kadrous, Lilina ―dijo Mirei―. La mala, es que si querías hacer turismo te vas a tener que conformar con lo que quiera que sea esto.

  Y lo que se veía no era especialmente bonito. Las casas que solo un par de días antes vestían la bolsa subterránea con colores llamativos solo mostraban, en el mejor de los casos, fachadas calcinadas. El siempre vivaracho mercado había visto reducidas sus intrincadas lonas a un pu?ado de cenizas y los pilares que vadeaban los caminos principales reposaban tristes y fragmentados sobre el suelo.

  Una gota de sudor frío me recorrió la espalda al pensar en cómo eso había ocurrido en tan solo medio día. En cómo una ciudad llena de vida se había visto reducida a ruinas mientras el resto del mundo no miraba.

  ―?No es tiempo de recrearse en la miseria! ―clamé con toda la fuerza que me permitieron los pulmones―. ?Hay gente en peligro! ?Seguro que también algún superviviente que rescatar de entre los escombros! ?Humanos y teinekell que han eludido el control de las máquinas! ?Cientos de criaturas que liberar de su yugo!

  ―Y, lo más importante ―Amelia dejó su mano en mi hombro―. Seguro que esto no es más que el humo que tapa el verdadero fuego. Tenemos que llegar al fondo de este asunto.

  Oí un chasquido a mis espaldas. Casi como si lo hubieran ensayado, las dos hermanas del orfanato haciendo crujir sus articulaciones con un claro fulgor de determinación en sus ojos.

  ―Daré una vuelta de reconocimiento ―activé los repulsores de mi armadura y subí varios metros hacia arriba―. Confiaré en vosotras para defender a mi se... a Amelia.

  ―?De acuerdo, Dan! ―me gritó Mirei―. ?Runi, haz lo tuyo! ?Busca humanos! ?Localiza la fuente de todas esas se?ales! ?Se?ala todo lo que no sea evidente!

  Confiaba en el ingenio de la IA creada por mi familia, mas a veces, los métodos clásicos funcionaban mejor. Y esta era una de esas ocasiones, porque ver a un lagarto escupefuego de diez metros de altura asediando el portón principal del palacio era se?al suficiente como para saber que mi intuición había encontrado el lugar en el que debía estar.

  Con tan solo una explicación lacónica trasladada a gritos empecé a volar, espada en mano, hacia el lugar de la refriega. El enorme monstruo no estaba solo: centenares de teinekell, algunos con sus criaturas, sitiaban el edificio. Su única oposición era un portón sellado con lava seca y un pu?ado de variopintos guerreros que respondían como mejor podían desde la azotea desde la que en otro momento se dirigía el Dragón de Fuego a sus súbditos.

  ―Heme aquí ―anuncié, aterrizando con estilo.

  ―?Dan Tennath? ―escuché a mis espaldas una característica risa entrecortada―. ?Ven aquí, gaznápiro, que te dé un abrazo!

  A pesar de estar embutida en una aparatosa armadura con cientos de cristales ígneos engarzados, la robusta figura de McGuerda, la líder de Kadrous, era inconfundible. Hombros anchos, unos brazos que harían morir de envidia incluso a los ogros más fornidos, y un icónico bigote de esa falsa lava que se extendía hacia atrás y era capaz de hacer, si se lo propusiera, las veces de capa.

  ―Uno de sus compatriotas ha resumido la situación, malalava ―aseguré―. Así que aguardo instrucciones, jefa.

  ―Tenemos que trabajar ese vocabulario, lavín ―soltó una carcajada tan fuerte que hizo temblar el suelo―. Pero... Sí. Imagino que los sabelotodo de los Tennath sabrán mejor que nosotros qué hostias ha ocurrido.

  ―Contamos con nuestras teorías ―respondí con brusquedad―. Sea como fuere en primera instancia, atajemos lo que nos ata?e. Yo daré fin al lagarto y mi se?ora y sus asociadas ayudarán desde tierra. Sigan con su defensa del portal y, si hallan lugar, proporcionen soporte... ?Hijos de mil dragones!

  ―En primer lugar ―la mujer tomó en sus manos un mazo que la duplicaba en altura―, no deberías dar órdenes a mi ejército, pedazo de botarate. Eso sí, dicho esto...

  La mujer descendió de un salto por el frontal del balcón y golpeó contundentemente a la enorme criatura en el cráneo. Suspiré con indolencia y me uní a su movimiento, aprovechando el ímpetu para noquear un par de despistados guerreros con una embestida impulsada por la armadura.

  No tardé en ver cómo el aire se tintaba de distintos colores. El rojo de Adresta y el control del fuego de la teinekell, el verde de las habilidades eólicas de Nébula, el azul que hacía llover carámbanos sobre los monstruos más despistados... Y algún destello blanquecino indeterminado de los escudos digitales que mi se?ora era capaz de conjurar y las nubes de soluciones alquímicas que guardaban en sus cápsulas.

  No me gustaba admitirlo, pero el campo de batalla al otro lado de la ciudad estaba perfectamente controlado sin mi mando.

  ―?De acuerdo! ―grité a la líder de los teinekell―. ?Sabes cómo enfrentarte a un monstruo como éste?

  ―?Cagüen tus dioses y en los míos! ―chasqueó la lengua con fuerza―. ?Pues claro que no! ?Se supone que son jodidas monturas de carga! ?No bestias descontroladas! ?En el peor de los casos solo hay que calmarlas con algo de comida! Que me aspen, ?nunca he visto una tan sedienta de sangre! ?Si ha aguantado un martillazo rompepiedras en la cabeza como si no fuera nada!

  Pensé en qué podíamos hacer. El primer paso era despojarle de su aliento, que podía ser la amenaza principal a los luchadores restantes. Aunque una teinekell bien entrenada como McGuerda pudiera redireccionar el fuego, era mucho más fácil y seguro que Adresta se encargase. Además, así podría deshabilitar a los atacantes cercanos y contar con combustible para mis propias réplicas.

  ―?Eh! ―la mujer tosió con fuerza―. ?Qué carajos estás haciendo? Me estás... me estás...

  Se aferró a su arma para intentar estabilizarse y empezó a tocar los enormes cristales que se incrustaban en su pecho. Al entender que mi control sobre el éter no era capaz de discriminar entre amigo y enemigo, paré de ejercerlo y aproveché toda la energía acumulada para dar un tajo horizontal que sacudió el suelo sobre el que se posicionaban los...

  Eso era, el suelo. Volé hacia las alquimistas para pedirles algunos de sus materiales. Por suerte, aunque mis conocimientos sobre alquimia eran limitados, Mirei y Amelia pudieron entender a la perfección qué era lo que necesitaba con la descripción de mi plan.

  ―?Y vas a necesitar a alguien para repartirlo! ―clamó Lilina, subiéndose sin permiso alguno a mi espalda―. Vuela, Dan, ?vuela!

  La muchacha parecía divertirse mientras hacía caer diversas cápsulas que causaban coloridas nubes de humo y las unía a golpe de abanico en un ciclón gaseoso. Poco a poco, los teinekell empezaban a adormilarse y no necesitaban más que un par de golpes emponzo?ados con la solución del maese Rapsen para perder el conocimiento, mientras que los monstruos se veían abrumados frente a los ataques mágicos del equipo rival.

  En cuestión de minutos, solo restaba el enorme lagarto de entre los asediantes. Desde justo encima, dejé caer el contenido de uno de los viales que me habían dado: un aceite capaz de concentrar el fuego. Eso, unido a la protección contra el elemento que el resto de combatientes habían respirado, hacía que fuera mucho más fácil para controlar las llamas sin salir mal parados.

  ―?McGuerda! ?Fríe a ese lagarto todo lo que puedas!

  Alcé a Adresta de nuevo, esta vez apoyando la mano libre en el hombro de la teinekell. Su armadura comenzó a iluminarse y la enorme gema que presidía su mazo chisporroteó antes de encenderse con la fuerza de un sol. El circuito estaba en marcha: la espada atrapaba todo el éter del ambiente y el arma de la jefa lo canalizaba hacia el monstruo impregnado en el líquido conductor.

  Las llamas crecían poco a poco e iban viendo cómo su color se tornaba azulado. Probablemente, de no ser por el poder de la alquimia que los protegía, cualquier humano (y algunos de los teinekell) se habrían desmayado simplemente por la temperatura que estaba alcanzando la ciudad que se escondía en el Caldero. Pero eso era precisamente lo que buscábamos. Temperatura. La suficiente como para cocer al monstruo escupefuego en el interior de su armadura de escamas.

  Y, si eso no acababa con el enemigo... Sería la suficiente como para derretir el suelo que pisaba y sepultarlo bajo la improvisada lava que habíamos conjurado con el esfuerzo combinado de la alquimia, mi arma, y las habilidades innatas de la jefa y su séquito.

  Una estrategia tan loca como desesperada, ?cómo no iba a funcionar?

  ***

  ―Misión cumplida ―jadeé, dejándome caer contra la pared.

  ―?Dan! ―Lilina se me abrazó con fuerza. No tuve energías para apartarla―. ?Cómo mola lo que habéis hecho! ?Eres increíble!

  ―Nunca se me habría ocurrido hacer algo así. ―Mi se?ora se dejó caer sobre mí en se?al de cari?o, aprovechando que no replicaría―. Diría que la fortuna siempre favorece a los locos, pero eso sería infravalorar tu ingenio.

  ―?He liberado a todos los que hay aquí! ―clamó la IA―. Si mis cálculos no fallan, restan unos ochenta a lo largo de la ciudad. ?Sugiero que les demos caza antes de que sea demasiado tarde! ?Vamos, Mirei!

  ―Para el carro, hojalato. Estamos hecho trizas y, por ahora, nos hemos ganado un descanso ―replicó la aludida―. Además, por ahora McGuerda lo que nos debe es una explicación. Seguro que los lugare?os pueden hacerse cargo durante un rato ahora que hemos dado la vuelta a la situación.

  ―?Ahí va, la hostia! ―exclamó, sorprendida― ?Pero vosotros de qué os...? ?Las dos únicas personas que jamás me han vencido en un pulso en mi jodida vida! Normal que hayáis barrido el suelo con sus caras.

  ―Luego te contamos la historia, si gustas. ―Mirei no parecía tener energías ni para honrarla con una malsonancia―. Ahora mismo estoy más que segura de que tú tienes algo más interesante que contarnos.

  ―?Vaya que sí! Pasad a palacio con el resto de refugiados y hablaremos con una buena pata de krut asada. Que no se diga de nuestra hospitalidad.

  El interior estaba algo menos devastado que las calles de la ciudad, pero tampoco había resistido demasiado bien todos los diretes que la lucha había causado ni la superpoblación por parte de los humanos y teinekell que habían podido huir, pero no contaban con habilidades (o estaban en condiciones) para la lucha. La líder nos guio a la mesa redonda donde el consejo se reunía, nos sirvió algo de comida y bebida y empezó a narrarnos su versión de los hechos.

  ―Por vuestra pronta respuesta, parece que habéis visto el maldito cielorrojo con vuestros propios ojos ―McGuerda hablaba con una inusual calma, quizá producto de la extenuación―. Y que sabríais de antemano el efecto que ha tenido en algunos de nuestros compatriotas. No obstante, he de agradecer que hayáis llevado a cabo tal esfuerzo por mantenerlos con vida.

  ―Es lo mínimo que podíamos hacer. ―Me llevé la mano a la nuca―. Por fortuna, dicha condición es reversible y, si hemos obrado de forma correcta, todos los que hemos combatido recuperarán sus sentidos con prontitud.

  ―Es probable que el somnífero y el paralizador que les hemos administrado dure más ―apreció Mirei―. Aún quedan algunos afectados, pero nos aseguraremos de barrer la zona.

  ―Hay algo que apremia más. ―Recorrió su etéreo bigote con sus manos―. Se trata de Sèamas, nuestro Dragón. Parece... Enfermo.

  ―?Enfermo? Las bestias divinas no pueden enfermar ―Amelia parecía pensativa―. A no ser que...

  ―Por favor. ―Agachó la cabeza, casi con la súplica en su tono―. Ayudad a Sèamas. Hay algo en mi pecho que me dice que el lugar donde debéis estar es el Templo del Dragón Volcánico.

  ―Estás de suerte, mamarracha. ―Mirei empezaba a parecer más enérgica después de haberse llevado algún que otro bocado a la boca―. Tenía unos asuntos con ese fósil.

  ―Puedo proporcionaros venenos que mantendrán tranquilos a los posibles atacantes hasta que volvamos ―aseguró Amelia―. Pero... No es posible para un humano visitar el Templo.

  ―?Por qué? ―quiso saber la peque?a de las Rapsen―. He estado en uno de esos templos sin problema alguno y...

  ―Es el corazón de un volcán, Lilina ―le expliqué―. Quizá puedas sobrevivir bajo el agua si ajustas la presión, pero... La lava del centro es mucho más fuerte de lo que nuestras pócimas pueden aguantar.

  La teinekell se levantó de su asiento y giró un picaporte. El muro que tenía atrás se deshizo, piedra a piedra, para dejar ver una escalinata que descendía con no más luz que la de las espiras que descendían en paralelo.

  ―Y por eso estoy dispuesta a concederos la Bendición de Sèamas. Por favor, seguidme a las aguas sagradas. Quizá encontréis alguna cara familiar allí.

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