Candado se dirigió a la mesa donde estaba Sara.
—Buenas tardes. Esta es la segunda vez, ?eh?
—Me alegra mucho que hayas traído a Amjasta sana y salva —respondió ella con una sonrisa leve.
Amjasta se acercó a Candado y bajó la cabeza con respeto.
—Gracias.
—No hay de qué —respondió él, con simpleza.
Tres luceros se manifestaron en ese instante. Esta vez eran dos varones y una mujer.
—Por lo visto ya conoces a Yisira y a Florenfinziari. Déjame presentarte a los “hermanos mayores”.
—Claro.
La primera en dar un paso al frente fue la mujer.
—Hola, mi nombre es Korik.
Korik tenía la piel amarillenta y el cabello hecho de hojas de palmera. Sus orejas eran puntiagudas y vestía con un poncho claro, una bombacha azul oscuro y botas negras.
—Es un placer, se?orita Korik —dijo Candado, inclinando ligeramente la cabeza.
El siguiente en presentarse fue el segundo varón.
—Hola, soy Wilzan.
Wilzan tenía la piel pálida y, al igual que Florenfinziari, estaba completamente desnudo. A diferencia de Korik, él sí saludó a Candado con un apretón de manos.
—Un placer, Wilzan.
—Gracias por salvarlas.
El último en presentarse tenía una apariencia realmente llamativa.
—Soy Yetorixunamkari —dijo, y sin esperar respuesta, rodeó a Candado con un abrazo.
—Fe’noj kimj —susurró—. (Corazón agradecido. Gracias.)
—To —respondió Candado—. (Bien.)
Yetorixunamkari tenía el cabello hecho de diamante y vestía de forma elegante. Sus manos eran tan transparentes que parecían hechas de cristal, y su rostro tenía una belleza angelical y amable.
—No hay de qué —repitió Candado.
Luego caminó hasta una silla, la arrimó con suavidad y se sentó frente a Sara.
—Soy todo oídos. ?Qué planeas?
Todos los luceros se sentaron a su alrededor, formando un círculo con Sara y Candado en el centro.
—Creo que ya lo sabes —dijo ella, cruzando las manos sobre el regazo—. Sabes que no soy de este...
—Mundo. Lo sé —interrumpió Candado.
—?Cómo?.
Candado se reclinó en la silla, se frotó los ojos con los dedos y luego sonrió, divertido.
—Héctor me debe cien pesos.
—?Qué? ?Sabías que no era de este mundo?
—Obvio que sí, nena. Pero el "mundo" es algo subjetivo. Así como alguien puede decir que su mundo es su media naranja.
Sara lo miró en silencio. Nunca sabría con certeza si le estaba mintiendo o diciendo la verdad.
—Cuando llegué aquí estaba aterrada. Me escondía de los humanos, de la misma especie que...tuve conflictos con ellos—Sara puso una expresión seria y sostuvo la mirada de Candado—. Los agentes... son lo peor de la raza humana. No quiero que estas razas sean perseguidas, no quiero que les hagan más mal.
—Los luceros entran en la ecuación, ?no?
—Así es. En un libro que leí en mi... aldea decía que el tiempo puede ser movido por la misma naturaleza: ocho pilares, ocho ángeles, ocho demonios...
—Ya quedó claro que son ocho —interrumpió Candado con una ceja arqueada.
Sara carraspeó.
—Ocho miembros de la naturaleza pueden abrir la puerta a mi mundo.
—?Y por qué quieres abrirla?
Sara no respondió de inmediato. En lugar de eso, miró a Rucciménkagri.
—?Podrías, por favor? —pidió con suavidad.
Rucciménkagri asintió, se levantó y comenzó a empujar la silla de Sara.
—Acompá?ame, Candado.
él se levantó sin decir nada y la siguió caminando a su lado.
—Mi poder es muy limitado —comenzó ella—. Si quieres proteger a una persona, necesitas fuerza. Pero si quieres proteger a millones… necesitas mucho más.
Caminaron por unos minutos en silencio hasta el borde de un precipicio. A lo lejos, a varios kilómetros, se divisaba un pe?asco con una enorme catarata. Candado se quedó sin palabras. La catarata caía directamente en medio del mar, un mar que parecía colgar del cielo mismo, con árboles que simulaban nubes, flotando sobre un vacío que desafiaba toda lógica.
El paisaje era tan hermoso como imposible.
Y en ese instante, Candado comprendió que estaba involucrado en algo mucho más grande de lo que jamás habría imaginado.
—Cuando dijiste que querías usar el aire para protegerlos, lo primero que pensé fue en una nave... o un zepelín —comentó Candado, aún asombrado—. Joder, llegué a creer que era hasta un robot. Pero nunca, jamás, se me pasó por la cabeza que hablabas de una maldita isla flotante.
Sara sonrió levemente.
—Mi poder puede mover monta?as y continentes... pero decidí usar mi corazón para alzar aproximadamente quinientos mil kilómetros cuadrados.
—Vaya... eso es solo doscientos cincuenta mil kilómetros cuadrados menos que Kanghar.
—?Quieres saber de dónde saqué todo esto? —preguntó Sara, se?alando con la mirada el horizonte.
—Sí, en serio, ?De dónde?
—Del fondo del océano. Las moldeé un poco y las hice fértiles en tres a?os. Mira la vegetación. Gracias a Rucci pude fertilizar toda la isla en poco tiempo.
—?Y cómo ocultas algo tan enorme?
—Nuestro poder lo hace sencillo. Con nuestro campo ilusorio, somos invisibles para los demás.
Candado asintió, aunque con una ceja alzada.
—Ya veo. Es cuestionable... pero lo entiendo.
—Bien —continuó Sara—. Ya que te lo mostré, vamos al pueblo.
—?Pueblo? ?Tiene habitantes?
—Así es.
Rucciménkagri giró la silla de ruedas de Sara, y ambas comenzaron a avanzar. Candado las siguió, aún intentando procesar lo que había visto.
—Hemos construido cuatro torres en los puntos cardinales —a?adió Sara durante el trayecto.
—?Por?
—Así es más fácil monitorear todo a nuestro alrededor.
—Ya veo... —respondió Candado, pensativo—. Aunque suena a que lo dices solo para presumir.
Sara soltó una risita.
—Pero aun así, nuestra futura nación o sociedad necesita fuerza para ser independiente.
—De casualidad... ?Tienen bandera y nombre?
—Nombre, sí. La bandera aún está en debate.
—Veo que es más fácil fundar un país hoy en día que ponerse de acuerdo con un símbolo patrio... —ironizó Candado—. Quiero reírme de la broma que acabo de hacer.
Sara y Rucciménkagri rieron con él.
—El nombre de esta tierra fue elegido por la se?orita Sara —a?adió Rucci.
—?Y cómo se llama?
Sara sonrió con nostalgia. Pero no era una sonrisa común. Era de esas que se escapan cuando el alma recuerda algo que la lengua no se atreve a decir. Sus ojos se fueron a la nada, como si estuviera mirando algo que solo ella podía ver.
—Jadek.
Candado frunció el ce?o.
—?Jadek? Que feo nombre.
Sara sonrió, y algunas lágrimas empezaron a salir de esa sonrisa.
—Sí, lo es.
Candado notando esto, no dijo nada más, salvó un comentario.
—Maravillosamente feo.
—Vaya forma de arruinar la atmósfera —replicó Rucciménkagri con una sonrisa burlona—. Nunca tendrás novia si sigues así.
—Parece que lo conoces.
—Es una mezcla de nombres, nombres que fueron alguna vez y que ahora ya no, aunque pensamos usar el latín, algo como Coeisulam, la unión entre las palabras coelum, que significa "cielo", e insulam, que es "isla".
—?Latín? Típico.
—?Entonces significa “isla en el cielo”? —preguntó Rucciménkagri.
Candado se echó a reír.
—Te lo diré así, amiga mía: si solo habláramos en latín y las palabras “cielo” e “isla” nos resultaran lo bastante atractivas como para formar el nombre de una nación, entonces sí, sería algo como “Cieisla”, y significaría exactamente eso. Pero no, tomamos prestadas dos palabras, las unimos, creamos un término que ni siquiera existe y... voilà, nació un país.
—...Okey.
El trío llegó finalmente a la entrada del pueblo. Tenía un tama?o considerable.
—Aquí fundaremos la capital —dijo Sara con tono solemne.
—Ya veo. ?Y cómo se llama?
—Jatara.
—?Mmm? ?Qué significa?
—Pilar. En mi idioma.
—?Jatara? No suena mal —admitió Candado, mirando a su alrededor.
—Es un lugar muy... animado —a?adió con sarcasmo.
—Solo hay doscientos habitantes por ahora —explicó Sara.
Candado asintió. Los pobladores tenían apariencias muy diferentes a la humana: cuernos, alas, múltiples brazos, ojos en lugares inusuales, pieles y cabellos de colores diversos.
—Veo que te acostumbras rápido —observó Sara.
—Sí... lo... ?Mm?
Candado fijó su atención en dos mujeres que caminaban tomadas del brazo.
—?Pasa algo? —preguntó Sara.
Candado se quedó inmóvil.
—Es mi... ?Madre?
—Oh, la se?orita Europa. Me alegra saber que Eva está poniéndose al día con su madre.
Europa lo miró. Sus ojos brillaron con emoción.
—Oh, nos vio —murmuró Sara.
Y entonces, sin previo aviso, Europa comenzó a correr hacia ellos.
—Y viene directo hacia aquí —describió Rucciménkagri, sin cambiar el tono.
—Voy a morir —murmuró Candado monótonamente justo antes de que su madre lo arrollara con un abrazo, ambos cayendo al suelo.
—?Mamá! ?Cálmate! —protestó mientras intentaba levantarse.
—Lo siento, lo siento tanto —dijo Europa, riendo entre lágrimas.
—Siento que estás más feliz con ella que conmigo —bufó Candado.
—?Celoso?
—Sí.
Europa lo abrazó con más fuerza.
—Madre e hijo... Qué relación tan hermosa —comentó Rucciménkagri con una sonrisa tierna.
—Oh, Rucciménkagri. Creo que esta es la tercera vez que nos vemos —dijo Europa.
—Así es, se?orita J?n —asintió ella con cortesía.
Candado y Europa se pusieron de pie. El muchacho miró a su alrededor, apreciando los detalles del lugar.
—Vaya… es un lugar hermoso —murmuró con cierto asombro.
—Así debe ser —intervino Sara con serenidad—. El hogar de todos merece ser hermoso.
Candado desvió la mirada hacia Eva.
—Me alegra saber que estás bien.
—Cierto —dijo Europa, colocando suavemente un brazo sobre el hombro de su hijo—. Quiero que me acompa?es a casa de Eva.
—?Ya? —Eva se puso visiblemente nerviosa—. Pero… está hecho un desastre y…
—Mamá… si ella no se siente cómoda, no tienes por qué forzarla —intervino Candado.
Europa no respondió. En lugar de eso, tomó a ambos de las manos y, con una repentina energía, echó a correr, alejándose de Sara y Rucciménkagri.
—?Seguiremos hablando de esto más tarde! —gritó Europa entre risas.
Cuando desaparecieron entre las calles, Rucciménkagri suspiró.
—Se han ido…
—Vaya observación, Rucci —dijo Sara, ladeando la cabeza con una leve sonrisa.
—Creo que olvidaste comentarle algo importante.
Sara giró su silla lentamente.
—Lo hablaré más tarde —respondió en voz baja.
Candado y Europa llegaron frente a una casa bastante llamativa, tanto en color como en estructura. Estaba hecha completamente de madera pintada de un tono rosado vibrante.
—No digas nada… te gusta el rosa —murmuró Candado, sarcástico.
—?Qué me delató? —se burló Eva, divertida.
Con paso ligero, Eva se acercó a la puerta y la abrió sin necesidad de usar llave.
—Veo que no hay cerradura. Debe ser un lugar seguro —comentó Candado.
—Por supuesto. Lo ha sido así durante treinta a?os.
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—Cari?o, ya estoy en casa —anunció Eva al entrar.
—?Cari?o? —repitieron al unísono Candado y Europa, perplejos.
Eva se sonrojó.
—Pasen, por favor —dijo, evitando el tema.
Candado y Europa entraron a la casa. Eva se quitó la gabardina y el sombrero, no se sabía en qué momento se los había puesto, y los colgó en el perchero.
De pronto, un hombre apareció desde una habitación contigua.
—Eva, has vuelto temprano —dijo con voz tranquila.
Eva se acercó a él y, poniéndose de puntillas, lo besó.
—Mamá, él es mi marido.
El hombre, de cabellos largos y rojizos que le caían hasta los hombros, tenía ojos amarillos de pupilas rasgadas como las de un reptil. Vestía una camisa gris de mangas cortas y pantalones morados, con pantuflas del mismo color. Medía cerca de un metro noventa, considerablemente más alto que Eva, quien le sacaba unos centímetros a Europa.
—Usted debe ser Europa. Eva me ha hablado mucho de usted. Al fin tengo el gusto de conocerla —dijo el hombre, extendiéndole la mano—. Mi nombre es Horacio. Horacio Kingsfree.
—El gusto es mío —respondió Europa con una sonrisa mientras estrechaba su mano.
Candado también extendió la suya.
—Candado Barret.
Horacio soltó una risa breve.
—Por supuesto —dijo, inclinándose levemente para corresponder el apretón.
De repente, Candado sintió unas miradas persistentes hacia su derecha. Inclinó la cabeza levemente y saludó.
—Hola.
Eva dirigió la mirada al mismo lugar.
—Oh… también tengo algo que mostrarles —dijo con una sonrisa radiante. Extendió sus brazos hacia las figuras tímidas que se ocultaban tras el marco de la puerta—. Vamos, no sean tímidos. Son familiares de mamá.
Tres personas salieron lentamente de su escondite. Dos de ellas se refugiaban tras la figura de un tercero.
—él es Zacarías, mi hijo mayor. Ella es Anastasia, la hija del medio, y la peque?a es Inés.
Zacarías tenía el cabello negro, con los mismos ojos que su madre. De su espalda sobresalía una cola de escorpión que arrastraba por el suelo. Vestía uniforme escolar: camisa blanca de mangas largas, chaleco negro, corbata azul, pantalón azul marino y zapatos oscuros. Su expresión estaba llena de curiosidad.
Anastasia, también de cabello negro, poseía los ojos de su padre y una cola de escorpión más delgada. Llevaba el mismo uniforme escolar, con la diferencia de un listón azul atado al cuello de la camisa, una falda que le llegaba hasta las rodillas, calcetas blancas y zapatos negros. Su rostro reflejaba incomodidad.
Inés, en cambio, había heredado el cabello rojo de su padre, recogido en dos coletas. Llevaba un chupete en la boca y tenía una fisonomía única: cuatro ojos rojos brillantes, pinzas en lugar de manos, seis patas en vez de dos y una cola más corta que la de sus hermanos, pero más gruesa que la de su hermana. Sus ojos denotaban timidez y miedo.
Candado se quitó la boina con una leve reverencia.
—Me presento —dijo con solemnidad—. Mi nombre es Candado Barret.
?Cuando Candado recuperó su postura, observó al trío frente a él.?
Al dar un paso al frente, los hermanos retrocedieron instintivamente.?
—Fascinante —murmuró Candado.
—?Qué es fascinante? —preguntó Eva, frunciendo el ce?o.
—Oh, nada —respondió él, restándole importancia.
Eva y Horacio intercambiaron una mirada de desconcierto, mientras Europa se removía incómoda.?
—Candado... —comenzó Europa, con tono de advertencia.
Sin prestar atención, Candado se dirigió al mayor de los hermanos:?
—Se?or Zacarías, ?le importaría guiarme a su habitación?
Zacarías vaciló por un momento. Eva, notando su incomodidad, acarició suavemente su cabeza.?
—?Estás bien? —le preguntó con dulzura.
El joven asintió en silencio.?
—Por favor —dijo finalmente, extendiendo su mano hacia Candado.
Este, sorprendido por el gesto, dudó un instante.?
—Debes tomar su mano; es una costumbre aquí —le explicó Eva.
Candado asintió y tomó la mano de Zacarías, permitiendo que lo guiara a otra habitación.?
—Bien, vamos. Dame también un recorrido turístico —dijo Europa, extendiendo su mano hacia Eva.
Eva sonrió y tomó la mano de Europa, siguiéndolos.?
Al llegar a la habitación de Zacarías, este soltó la mano de Candado. Sus hermanas, Anastasia e Inés, se ocultaron tímidamente detrás de él.?
—Interesante —comentó Candado, observando la dinámica entre los hermanos—. Zacarías, Anastasia e Inés... bonitos nombres —a?adió.
Los hermanos permanecieron en silencio.?
Candado recorrió la habitación con la mirada, tomando nota de cada detalle. Finalmente, sacó de su bolsillo un emblema: un halcón plateado. Al verlo, Zacarías y Anastasia reaccionaron al instante, mostrando hostilidad y desplegando sus aguijones, mientras Inés retrocedía con lágrimas en los ojos.?
—Lo sabía —murmuró Anastasia.
—Alto ahí, arácnidos. No vengo como portador de esto, sino en busca de respuestas a mis preguntas —dijo, levantando las manos en se?al de paz.
—No te queremos en esta casa. Vete —espetó Inés con voz temblorosa.
—No soy un agente —respondió Candado con calma.
Luego, dejó caer la insignia en las manos de Zacarías.?
—Saben más que su madre. Cuando entré por esa puerta, vi a un trío mostrando un pobre intento de ataque y defensa. Sintieron el olor de la sangre en esta insignia.
Candado se quitó el guante, sacó su facón y se pinchó el dedo índice.?
—Debieron sacar esa habilidad de su padre. Huelan ?Acaso la sangre que emana esto es igual a la mía?
—No, no lo es —admitió Zacarías, relajando su postura.
Tras esas palabras, los hermanos se tranquilizaron.?
—Lo sentimos, mis hermanas y yo, por haberte tratado de esa forma—se disculpó Zacarías.
—Disculpas aceptadas —dijo Candado, llevándose el dedo herido a la boca—. No hay nada que temer ahora.
Zacarías suspiró, aliviado.?
—?Qué quieres saber?
—Reaccionaron cuando mostré la insignia —comenzó Candado, recuperando la medalla de las manos de Zacarías—. Es un emblema que distingue a los agentes. Hasta hace poco, desconocía su existencia, bueno, de esta medalla.
—Sí, tuve la infortuna de verlo una vez—dijo Zacarias casi con odio.
—El atentado contra los laboratorios C.I.C.E.T.A, el ataque a la agencia del Chaco de los Semáforos—explicó Candado—. También estuvieron implicados indirectamente en el secuestro de Luceros. Fue acertada la decisión de Sara de proteger a su gente en el aire.
—Lo sabemos, pero el poder que ella usa no es suficiente para mantenerlo por mucho tiempo —a?adió Zacarías.
—Ya veo.
—Por eso necesitamos que las puertas se abran para comunicarnos con la antigua ciudad de Sara.
—?Sabes por casualidad cómo se llama? —preguntó Candado.
—Dijo que se llamaba Afren —contestó Anastasia.
—Afren... Vaya nombre extravagante.
—Creo que nos desviamos del tema. Dijiste que tenías preguntas, Candado —intervino Zacarías.
—Por supuesto, se?or Zacarías. Díganme, ?Cuándo se encontraron con un agente?
—Hace dos meses —respondió Zacarías, con cierta vacilación.
—?Dónde?
Zacarías dudó antes de responder.?
—Mamá no lo sabe, pero he estado trabajando para Camila. Camila Zaracho Kanaria es vocera de Hachipusaq.
—No soy quién para opinar, y mucho menos el indicado para preguntar esto, pero ?Por qué a espaldas de tu madre? —inquirió Candado.
—Mamá tiene cierto odio hacia los agentes. Desde peque?os, nunca nos dijo en qué trabajaba y, cuando estaba en casa, evitaba tocar esos temas. Incluso esperaba a que fuéramos a dormir para poder hablar de eso con nuestro padre —explicó Zacarías.
Candado se llevó el dedo al mentón, reflexionando.?
—Ya veo. Su aversión es comprensible.
—No somos tontos, se?or Candado. Sabemos todo lo que los agentes le hicieron a mamá en su infancia. Es solo que ella nos protege demasiado —intervino Anastasia.
—Es entendible. Los padres hacen lo que sea por sus hijos. Algún día lo comprenderán cuando sean padres —dijo Candado.
—?Por qué hablas como si lo entendieras? —preguntó Zacarías, con curiosidad.
—Porque lo entiendo.
Los hermanos guardaron silencio, asimilando sus palabras.?
—De todos modos, ?Cómo lograron contactar con Hachipusaq? —retomó Candado.
—Nosotros no la buscamos. Ella vino a nosotros —explicó Zacarías.
—?Ella? —preguntó Candado, con una ceja alzada.
—Aunque lleva una máscara y distorsiona su voz, su figura es claramente femenina.
Candado se llevó una mano al rostro.
— (Es como dijo Krauser… una mujer enmascarada. No sé si está de nuestro lado, pero hay algo seguro: odia a los agentes.)
—?Alguien más tuvo contacto con ella? —preguntó en voz alta.
—éramos diez en aquella reunión —respondió Zacarías.
Candado recordó entonces las palabras de Krauser:
"Recibí su carta hace un mes, pero no me apetecía ir allí."
Era obvio que esa mujer deseaba algo más. Pero ?qué, exactamente?
Candado sabía que fundar una sociedad compuesta por seres que apenas rozaban la línea entre lo humano y lo otro era una empresa compleja. Sara lo sabía también. No todos aceptarían algo así, simplemente porque parecía imposible. Sin embargo, aparece este individuo llamado Hachipusaq, y de algún modo logra que Sara ponga una isla suspendida entre nubes.
Hachipusaq empezaba a despertar en él una fuerte curiosidad.
—Es increíble que ese personaje haya logrado prender una chispa en ese barril de pólvora —murmuró Candado, casi para sí.
—?Sucede algo? —preguntó Anastasia.
—No, nada —respondió él, con una mirada fugaz hacia la habitación.
—Siendo sincero… no sé de qué más hablar —dijo, con un encogimiento de hombros.
Inés se acercó a Candado. Sus patas producían un sonido suave y casi hipnótico al tocar el suelo.
—Al parecer, es la primera vez que Inés ve a un humano —comentó Anastasia.
—?Tengo que preocuparme? —preguntó él, mirándola de reojo.
—No, está “inspeccionándote”. Se puso celosa cuando hablábamos contigo, así que ahora quiere conocerte y jugar también —explicó con una sonrisa.
—Ya veo…
La ni?a seguía rodeándolo con curiosidad genuina.
—?Puedo preguntar algo personal sobre su hermana? —dijo de pronto Candado.
Zacarías la miró con ternura.
—Por supuesto.
—Es que… físicamente, Inés es muy diferente a ustedes.
—Ella tiene apenas cuatro a?os. Aún no sabe cómo “eclosionar” nuestra verdadera forma —respondió Zacarías.
Al decir esto, manifestó dos ojos adicionales en la frente: los suyos y los de su hermana.
—Horrible… Absolutamente horrible y fascinante —declaró Candado, casi maravillado.
—Tomaré eso como un cumplido —rió Zacarías.
Candado observó en silencio el comportamiento de la ni?a.
—?o?o —dijo Inés, con voz peque?a.
—Ah, sí… ?o?o. ?Eso es un insulto? —preguntó Candado, arqueando una ceja.
—No, no, claro que no. Quiso decir “mo?o” —corrigió Zacarías, divertido.
Candado sonrió con dulzura.
—Los ni?os son tan… puros e inocentes.
—Tú también eres uno —se?aló Zacarías.
—Sólo en apariencia, amigo. Sólo en apariencia…
Candado acarició con suavidad la cabeza de Inés.
Dos horas después, tras compartir una charla amistosa con los hermanos escorpiones, Candado se despidió de ellos.
—?De verdad te vas? —preguntó Europa, algo preocupada.
—No te preocupes, mamá. Nos iremos juntos más tarde. Antes, tengo que hablar un par de cosas con Sara.
—Está bien. Cuídate.
—No hay nada de qué preocuparse.
Candado salió de la casa, reflexionando en voz baja:
—Jadek… Vaya nombre.
Caminó a paso firme por el pueblo hasta llegar a la mansión de Sara, donde aún seguía reunida con los Luceros en el jardín.
—Sara, estoy aquí —anunció.
Ella inclinó ligeramente la cabeza en se?al de bienvenida.
Candado se sentó frente a ella. Al parecer, estaban comiendo.
—Continuemos nuestra charla.
—Por supuesto, Candado —dijo Sara con su elegancia habitual.
—Quedamos en que esto es una isla en el cielo… y que necesitas más poder. Ahora viene mi pregunta: ?Por qué me necesitas a mí? Has reunido a ocho Luceros tú sola. Yo sólo encontré a una… y salvé a otra. Técnicamente, en realidad fue Nelson quien lo hizo.
—Estoy al tanto de eso —respondió Sara.
—Entonces, ?Por qué yo?
Sara dudó un momento antes de contestar.
—Es una razón egoísta. Te elegí porque… le temo a alguien que se encuentra detrás de esa puerta. Alguien con un poder descomunal. Alguien que seguramente no seré una cara agradable. Esa persona es capaz de drenar miles de a?os de energía sin agotarse, sin desfallecer.
—Vaya… —dijo Candado, con su tono monótono.
Sara frunció los labios, sorprendida.
—Eso es de lo que hablo. Te acabo de decir algo que incluso a mí me da escalofríos… ?y tú solo dices “vaya”!
—…Vaya —repitió él, igual de inexpresivo.
Sara sonrió, casi divertida por la reacción.
—Pero también es contraproducente —a?adió.
—?Por qué?
—Esa persona… detesta a los humanos.
—Oh… ?por qué?
—Ese mundo tuvo sus "nazis"... y, lamentablemente, pasó lo que tenía que pasar.
—Pero supongo que hay algo más detrás, ?no?
—?Y qué mejor persona que tú para demostrar que hay excepciones? Sin ti, ella nunca querrá entregar parte de su poder para que esta isla pueda flotar.
—?Cuándo abrirás la puerta?
—Muy pronto.
—?En serio? Genial, pero... “pronto” puede significar muchas cosas. ?Cuándo es "muy pronto"?
—Ella te responderá.
—?Ella?
—Hola, Candado. Por fin nos conocemos —dijo una voz femenina distorsionada a sus espaldas.
Candado se giró.
—Oh... bella máscara.
Era una máscara de gas negra, adornada con accesorios incas. Las lentillas oscuras impedían ver sus ojos. Llevaba camisa y pantalón negros, y vestía un chaleco, zapatos y un listón blancos. Sus guantes estaban hechos de diamante. Era imposible no notarla vestida así.
—Un gusto verlo, se?or Candado.
—?Quién eres?
—Soy Hachipusaq.
—Ya veo... Eres esa persona que planeó todo esto.
—No, sólo di el empujón —dijo ella, sentándose al lado de Sara.
—Eres muy misteriosa... al igual que tu voz.
—No sea así, se?or Candado. Todo esto tiene una razón. No es algo contra usted ni contra estas personas.
—Bien, volvamos a donde estábamos. ?Cuándo es ese "muy pronto"?
—Digamos que necesito un poco más de tiempo para comprobar algo.
—?Qué cosa?
—Ya lo verás. Muy pronto.
—Son muy graciosas, ?eh?
—Sin embargo, diré algo: cuando termine esto, deberás ir directamente a tu gremio. Allí te espera alguien que será fundamental para todo esto.
—Ya... pero dime algo. ?Esto tendrá repercusiones para mí?
—Depende de cómo lo mires. Pero sí, hay dos cosas que, hagas lo que hagas, ocurrirán.
—Oh, es ese "muy pronto", ?verdad?
—No. Es después. Y ambas serán un antes y un después... tanto en la vida como en la muerte.
Candado entrecerró los ojos.
—Hachipusaq, de todo corazón espero que no estés usando esa palabra para amenazarme —dijo, apoyando sus antebrazos en la mesa—. ?Verdad?
—No haré da?o a nadie. Pero quiero estar de tu lado. Y cuando esas cosas inevitablemente ocurran... por favor, no caigas en la desesperación. El ciclo debe terminar aquí.
—?Qué ciclo?
—Confía en esa chica, al igual que yo confío en ella.
—?De quién hablas? ?Qué chica?
—Hammya Saillim.
Candado se sorprendió levemente.
—Usted...
—No importa si le preguntas por mí o si dice conocerme. Te asegurará que no sabe quién soy y te mirará extra?ada. Aunque la investigues, no sacarás nada. Pero te diré esto: ella será tu salvadora en muchos sentidos. Qué envidia.
—Veo que tienes muchos problemas.
—Son necesarios para la causa.
—Esas palabras... son las que más odio desde todo lo ocurrido.
—Y, sin embargo, hasta hace poco estabas a favor de ellas.
—Las personas cambian.
—Las personas no cambian.
—Mentira. Si así fuera, seguiría existiendo la Edad Media. Sin mencionar que yo cambié para evitar un cambio. Hubo un cambio en mí al evitar el cambio.
A pesar de que su rostro estaba oculto, era obvio que Hachipusaq sonreía. Era una respuesta tan "Candado".
—Pero entiendo que pienses así. Tal vez creas que siempre tienes la razón.
—El problema es que siempre tengo la razón.
—No puedes tener todas las respuestas.
—No las tengo. Y es imposible tenerlas. En el futuro habrá más conocimiento, nuevos puntos de vista e ideologías. Muchas no me agradarán, pero existirán, lo quiera o no.
—Aun así, nada de lo que digas o hagas cambiará la tragedia que se acerca a ti.
—Esa persona que me espera en el gremio... ?Tiene que ver con mi tragedia?
—Eso lo decides tú.
Candado cerró los ojos.
—Sabes... yo no soy escéptico en estas cosas —dijo, y al abrir los ojos, continuó—. Sería de necio negarlo, sobre todo con las cosas que he visto y hecho. Hace unos meses tenía una mente de hierro y un corazón apático. Pero hace unos días... quise quitarme la vida como un cobarde. A pesar de que odio el suicidio... casi tanto como odio la mentira.
—Supongo que quieres decirme que creerás lo que te digo.
—No te conozco, ni sé bien tus intenciones. Y eso de saber si lo que dices es verdad... no lo sé. Llevas máscara, no haces casi ningún gesto corporal. Pero haré lo que siempre hago en estas situaciones...
—?Qué?
—Cincuenta y cincuenta. Te creeré... y a la vez no.
—Vaya, bonita paradoja.
Hachipusaq se puso de pie con suavidad.
—En fin, tengo que marcharme. Aún hay mucho que debo hacer.
Candado también se levantó, imitando su gesto. Le extendió la mano con un dejo de cortesía.
—Espero que nos volvamos a ver —dijo.
Sin embargo, Hachipusaq llevó su propia mano al pecho, a modo de despedida solemne.
—?Qué...? —se sorprendió ligeramente Candado.
—Nos vemos —respondió ella, y, tras pronunciar esas palabras, desapareció ante sus ojos.
Por un instante, ese gesto final le pareció extra?amente familiar a Candado, como si lo hubiese visto antes, pero por alguna razón, no lograba recordarlo.
—?Estás bien? —preguntó Sara, acercándose.
—Sí, estoy bien —respondió él, enderezando la espalda—. Agradecido... digo, estoy agradecido de haber estado aquí. Nos veremos en alguno de estos días.
—Esperaré ansiosa nuestro encuentro.
Candado se despidió de los demás Luceros y se marchó.
En el camino, se encontró con su madre.
—Hijo, estaba por ir a buscarte.
—Mamá, ?ya nos vamos?
—Sí, a menos que quieras quedarte un poco más.
—No, ya hice lo que tenía que hacer. Y... ?qué pasó con Eva?
—Oh, ella. Me alegró mucho volverla a ver. Es increíble cómo los rostros queridos del pasado regresan... y todo gracias a ti.
—?Qué?
Europa abrazó a su hijo con calidez.
—Eres un hijo maravilloso. Has hecho que mi corazón se sienta cada vez más tranquilo. Estoy orgullosa de lo que haces.
Candado le devolvió el abrazo con ternura.
—Mamá, te quiero mucho.
Entonces, una sensación ligera pero inquietante le recorrió el pecho.
—No sé por qué, pero cuando alguien muestra un gran afecto hacia mí... me siento muy ansioso.
—?Ansioso?
—Temo que se vayan. Como le pasó a ella...
—Es normal que los padres partan antes que los hijos. No somos inmortales, pero para que eso ocurra, aún deben pasar muchos a?os.
—Aun así... no puedo evitar preocuparme.
—Tranquilo, ?sí? Soy Europa Barret, portadora de la flama violeta. Soy más fuerte que cualquier ser vivo en esta tierra.
Candado sonrió débilmente.
—Bien, es hora de irnos.
—Antes de eso, tengo que ir al gremio.
—Bueno, te acompa?o.
—?En serio?
—Sí, vamos.
Europa tomó su mano con firmeza, y juntos salieron de la isla.
Frente al gremio Roobóleo, el dúo hizo una pausa.
—Gracias, Logan, por el aventón —dijo Europa.
—No hay de qué.
Logan colocó su palma en el tronco del árbol, y en un instante, desapareció.
—Vaya... esto es mucho mejor que viajar en avión.
—Y que lo digas, mamá.
Candado y Europa se dirigieron a la entrada del gremio.
—En fin, veamos qué...
—Eres demasiado desagradable para estar aquí. Sólo Candado puede decidir quién forma parte de la Hermandad Roobóleo —gru?ó una voz desde el otro lado de la puerta.
—?Eh? Parece que hay una discusión —comentó Europa.
Candado sacó las llaves y abrió la puerta con rapidez.
—?Qué diablos ocurre? —preguntó con frialdad.
Aunque sus palabras denotaban sorpresa, su rostro seguía igual de inexpresivo que siempre. Pero la escena frente a ellos hablaba por sí sola.
Declan tenía la espada desenvainada, clavada en las manos de una chica. No había sangre, lo que resultaba aún más inquietante: ella la sostenía desde la hoja, como si no fuera más que una rama. Y, pese a eso, sonreía con total tranquilidad. A sus espaldas estaban Hammya, visiblemente nerviosa, y Clementina, observando la escena como si no fuera más que una tarde cualquiera.
—Hola, Hammya. Hola, Clementina. Hola, Declan.
—Hola —respondieron Hammya y Clementina casi al unísono.
—Se?or —gru?ó Declan, forcejeando con su espada atrapada—. Esta intrusa ingresó al gremio y demandó una solicitud para unirse a nosotros.
—Ya veo... Pero no recuerdo haberte ordenado atacar o da?ar a quienes presentan una solicitud.
—No, se?or. Fue un malentendido. Ella me arrebató la espada.
—?Ah, sí? Mírame a los ojos y dilo de nuevo.
Declan obedeció, forzando la mirada hacia la de Candado.
—Ella me arrebató la espada.
Al decirlo, dejó de forcejear y se apartó lentamente de la chica.
—Bien. Es cierto. Te creo —respondió Candado con serenidad.
Luego se acercó a la extra?a y la observó con atención.
—Buenas tardes, se?orita...
Ella no respondió. El silencio pesó por unos segundos.
—...Ya veo. No hablarás —dijo, sin molestarse.
Candado la escaneó visualmente de pies a cabeza, luego comenzó a caminar lentamente a su alrededor, estudiando cada detalle.
—Ah... hijo —interrumpió Europa, algo incómoda—. Creo que eso no es de buena educación.
—Ah, lo siento—dijo él mientras se sentaba.
Luego Candado, se llevó la mano izquierda a la sien y comenzó a masajearla con los dedos índice y medio, mientras mantenía los ojos cerrados.
—?Dónde había visto ese uniforme? —murmuró, pensativo, mientras la idea se formaba poco a poco en su cabeza.
La chica, que hasta entonces se mantenía en silencio, esbozó una sonrisa desafiante.
—Oh no, querida —respondió él, sin alterarse y sin abrir los ojos—. Borra esa sonrisa de tu rostro. Solo trataba de recordar dónde había visto tu uniforme.
—?…?
—A juzgar por tu postura, diría que no llevas mucho en este pueblo… unas pocas horas, quizá. Lo suficiente para que el cuello te esté reclamando. Ese dolor… lo conozco. Es típico de los asientos de los jets de Kanghar. ?Viniste en uno de esos? Cuando empecé a observarte, noté que apenas movías la cabeza. Lo he visto antes… y también lo he sufrido. Y por el aspecto de tus ojos, apostaría que eres asiática. Tu uniforme, en cambio, me dice algo más concreto: Corea del Norte. Perdón… República Popular Democrática de Corea.
Por un momento, Declan y Clementina intercambiaron una mirada incómoda al escuchar la nacionalidad de la joven.
La chica abrió la boca, casi en un suspiro.
—No me equivoqué al venir aquí.
—Tu espa?ol es algo... “refinado”.
—?Cómo lo supiste?
—Ese uniforme… es de una escuela en Mangyongdae, ?no? Pionyang. Creo que es un distrito importante para ustedes. Si no me falla la memoria, es donde nació Kim Il-sung.
—Me impresionas. Eres la única persona que ha acertado con mi nacionalidad. Los demás siempre me dicen que soy china, japonesa, vietnamita... incluso “corana”.
—?Y no lo eres?
—Surcoreana —corrigió ella con calma.
—Ajá... Nos pasa a menudo en las películas norteamericanas. —Candado extendió la mano—. Ahora, por favor, la espada.
—Aún no respondiste a mi pregunta —replicó ella, mientras le devolvía el arma.
—Estuve en Mangyongdae por un día. Dio la casualidad de que había una especie de celebración. Vi a algunos estudiantes con ese mismo uniforme escolar.
—?Estuviste en Corea? —preguntó Europa, sorprendida.
—Y en Suecia, Brasil, Chile, Rusia, Cuba, Vietnam y Kenia —contestó Candado con naturalidad.
—Creo que deberías contarme algunas cosas de esos viajes —dijo Europa con un leve tono sarcástico.
—Oh, por supuesto que lo haré —afirmó él, y luego dirigió su mirada a la joven—. En fin, ?te importaría decirme tu nombre?
—Soy Pak Sun-hwa . Como dijiste, vengo de Corea, pero mi familia se mudó aquí.
—Pensé que muchos de ustedes amaban su país.
—No lo hicimos por desagrado, fue una solicitud de nuestro líder.
—Vaya, eso suena interesante. Continúa.
—No es ningún secreto. Nuestro país solo tiene una banca en Kanghar, y nuestro líder desea crear lazos con los Diez del Gremio, en los países donde están los candados. Queremos establecer una banca allí, junto a ustedes.
—Ya veo… Y tus padres son…
—Mi padre es general del ejército revolucionario de nuestro líder, y mi madre es jefa de enfermeras en el Hospital de Pionyang.
—Trabajos importantes e interesantes —comentó Candado.
—Lo demás no puedo decirlo.
—Está bien, no digas más —dijo él, y luego le entregó la espada a Declan—. Bien, ?Dónde te quedarás?
Park metió la mano en el bolsillo y sacó un papel doblado.
—Aquí.
Candado lo tomó y leyó con atención.
—?Eh...? —parpadeó, refregándose los lagrimales—. A lo mejor estoy viendo mal... Mamá, vení un cachito.
—Voy —respondió Europa, acercándose.
Ella apoyó la cabeza en su hombro y miró el papel.
—A ver, a ver... Sí, esa es la dirección de nuestra casa —dijo con una sonrisa.
—Me lo imaginaba... Lo que significa que son nuestros nuevos vecinos.
—??QUé!? —gritaron Declan y Hammya al unísono.