Al día siguiente. Candado estaba sentado en su cama, discutiendo con su amigo Héctor. Era por la tarde, y en casa aún se respiraba el entusiasmo por la noticia del embarazo de Europa. Tan grande era la emoción, que ella misma había llamado a todos sus amigos para contarles, tal como lo había hecho otras veces, con ese tono alegre y efusivo que la caracterizaba.
Por otro lado, Héctor se ponía al día con Candado, contándose mutuamente todo lo ocurrido durante el tiempo que habían estado distanciados.
Pero la charla tomó un giro incómodo cuando Candado mencionó un nombre prohibido: Lila.
Solo con pronunciarlo, ambos parecieron venirse abajo.
—Insta Kill —murmuró Héctor, arrodillándose dramáticamente mientras se agarraba el corazón.
—Isukw (Mierda) —soltó Candado, golpeando su frente contra la mesa.
Era claro que había algo en ese nombre que les provocaba lo mismo: temor, incomodidad y una aversión profunda.
—Candado, gracias por tu hospitalidad, pero si me disculpas...
Candado lo tomó firmemente de la mu?eca.
—Saltaremos juntos del puente, amigo mío.
Héctor comenzó a forcejear, intentando liberarse.
—?Sabes que aún tengo pesadillas con eso! Y ni hablar de lo que me haría Viki si se entera...
—Lo siento, pero si eres mi amigo, saltarás conmigo para salvarme.
—Te lanzaría un yunque antes que leer esa carta. ?Ni loco, no quiero saber lo que dice!
Candado se le abalanzó encima, inmovilizándolo contra el suelo.
—Está bien, vos ganás —cedió Héctor, resignado.
Candado lo ayudó a ponerse de pie, mientras a?adía con una sonrisa:
—Pero que Joaquín lo escuche también.
Una hora después
Joaquín entró por la puerta, acompa?ado por Clementina.
—Vine en cuanto recibí el mensaje.
Candado y Héctor chocaron los cinco por detrás de sus espaldas, en un gesto cómplice.
—Bien, Clementina, ?nos dejas solos?
—Claro. Nos vemos, Joaquín.
—Gracias por las galletas —a?adió él con una sonrisa amable.
C L A C K
Se escuchó el seguro de la puerta cerrarse.
—?Eh? Bueno, no importa... tu casa, tus reglas.
—?Desde hace cuánto somos amigos? —preguntó Candado, directo.
—?Eso es una pregunta o una respuesta con pregunta? —respondió Joaquín, desconcertado.
—Una pregunta —afirmó Candado con seriedad.
—Desde que tengo memoria he estado con ustedes —dijo Joaquín, relajando el tono.
—Nos alegra oírlo.
—Me están asustando... No hicieron nada ilegal, ?verdad?
—Nada de eso.
Candado sacó una carta que tenía escondida detrás de su espalda.
—?Qué es eso? ?Renuncian? Lo siento, yo no soy quien para aceptar eso, vayan a Kanghar y llenen el formulario.
—Nada de eso —aclaró Candado con una sonrisa enigmática.
—?Entonces qué es este secretismo? ?Hablen ya!
—Es una carta muy especial de una vieja conocida.
—?Glinka? ?Lara? ?Mariana? ?Nancy?
—Si Ruth escuchara eso se pondría celosa —bromeó Héctor.
—Nuestra relación es terapeuta-paciente, Ramírez —replicó Joaquín con tono profesional.
—No es ninguna de esas —interrumpió Candado—. Es una carta de Lila.
Los ojos de Joaquín se apagaron por completo al escuchar el nombre.
—Insta Kill —repitió Héctor, cayendo nuevamente de rodillas y agarrándose el pecho.
—Isukw —murmuró Candado, inclinando la cabeza como si le pesara el alma.
Joaquín parpadeó varias veces y luego fingió normalidad.
—Creo que escuché mal. Tal vez se trata de otra Lila.
—Es Lila Cárdenas —confirmó Candado.
—Insta Kill.
—Isukw.
—Carajo —dijo Joaquín, bajando la mirada.
—Bien, ya que estás aquí...
—Nos vemos, tengo trabajo.
Joaquín se dirigió a la puerta, pero esta estaba cerrada con llave.
—Hijo de... lo sabías —murmuró al darse vuelta.
—Héctor ya se hundió conmigo en esta mierda. Es tu turno, Joaquín.
—?Ni hablar! ?Clementina, abrí la puerta!
—Lo siento, se?or Barreto —respondió Clementina desde el otro lado—. El joven patrón me pidió que no la abriera hasta que él lo ordene.
—No pienso entrar en tu juego. Y si tengo que partirte la cara para salir de aquí, lo haré.
—Vamos a morir todos —dijo Héctor, con los ojos perdidos en el vacío.
—…De acuerdo. No puedo huir siempre. Tengo que hacerle frente.
—Estás temblando —observó Héctor.
—No puedo evitarlo… Le tengo miedo.
Candado aclaró la garganta.
—Veamos qué dice esta carta.
—?Quién te la dio? —preguntó Joaquín.
—Henny.
—Oh, qué mal... Quería verlo —se apenó Joaquín.
Candado abrió la carta y comenzó a leer en voz alta:
Mis queridísimos amados míos: Joaquín Barreto, Héctor Ramírez y Candado Barret
Hace dos a?os que no nos vemos. Creo que ya va siendo hora. Sus cartas no me satisfacen. Quiero verlos. ?A?oro tanto volver a verlos! Háganlo… o destruiré la prisión donde me hospedo y me encargaré de masacrar a todos sus “inquilinos”. Sobre todo a ti, Canda, mi príncipe. Ven, que tengo información importante para darte. Hécton, mi amor, también tengo algo que decirte, así que ven, por favor. Joachi, mi tesoro codiciado, tú también tienes algo que oír.
Tienen una semana para responder. Si no lo hacen… ya saben lo que les espera.
Con amor,
Lila
XOXOXO
—Esto se ve serio.
—Sí… muy serio.
—En fin, ?qué haremos? —preguntó Candado.
—Yo no quiero verla.
—Impactantes palabras, Héctor.
—Yo, sinceramente, voto por ir a verla —intervino Joaquín.
—Estoy con Joaquín —asintió Candado.
—?Candado!
—?Qué? Nos hundiremos juntos.
—?Eso no me ayuda! Acabo de volver y ya tengo que ir otra vez a Kanghar. Qué fastidio… no.
—Tienes razón. Partiremos ma?ana.
—Exac… ?NO! No pienso irme otra vez.
—Tienes un día. Soy bondadoso.
—Candado, no me hagas esto…
Toc, toc, toc.
—Estamos ocupados. ?Quién es?
—Soy yo.
—?Hammya? Vete, estamos ocupados.
—Oh no. Claro que no.
—Esa voz... ?Viki? ?Qué haces aquí?
—Y no sólo estoy yo, mi amor.
Toc, toqui, toc.
—?Ruth?
—?Qué? ?Cómo sabes eso? —preguntaron ambos.
—Bueno… ella siempre hace ese ritmo cuando llama a mi puerta.
—Da igual. Váyanse.
CLACK
Se escuchó cómo se quitaba el seguro. La puerta se abrió y entraron tres chicas: Ruth, la dama silenciosa; Viki, la dama escandalosa; y Hammya, la dama hermosa (autoproclamada).
—?Saben? Clementina estaba ahí.
—Lo sabemos.
—?Dónde? ?MIERDA! ?Está?
—Le dijimos que se tomara un descanso con esa caja de alfajores que le di —contestó Viki.
—Le voy a arrancar el estómago y la lengua…
—Ruth, ?qué haces aquí?
—…
—…Olvídalo —suspiró Joaquín.
—Y bien, ?Quién rayos es Lila?
Los tres se arrodillaron de inmediato.
—Ese maldito nombre… —contestaron al unísono.
—Lila es… —dijo Héctor
—La persona… —agregó Candado.
—A la que tememos… —finalizó Joaquín.
—?Candado, con miedo? —preguntó Hammya incredula.
—Ella es la única que puede coaccionarme mentalmente.
Las chicas se miraron entre sí.
—Llévennos con ustedes —dijo Viki.
—Por supuesto que no —dijeron los tres al mismo tiempo.
—Espera… no pienso ir —se dio cuenta Héctor.
—Otra vez: tienes que ir —dijo Joaquín.
—?Acabo de volver! Así que no.
Candado y Joaquín le pusieron una mano sobre cada hombro.
—Viki —dijo Joaquín—. Cuando Héctor tenía cinco a?os, en Navidad él…
—?NO! ?IRé! ?SóLO CáLLATE!
—Eres un gran amigo —le palmeó Candado el hombro.
—Pero tenemos que hacerlo de modo que nuestras madres no se enteren. En lo posible, antes de que anochezca.
—?Creí que iríamos ma?ana?
—En lo personal quiero quitarme la daga antes de que se infecte — dijo Candado.
—Genial ?Cómo nos iremos? justamente hoy, hay reparación en las naves.
—No te preocupes, Joaquín. Mauricio puede llevarnos ahí.
—Ejem —interrumpió Hammya—. ?No se olvidan de algo, chicos?
—Está bien… pueden venir. Pero se van a arrepentir.
Tiempos después.
El grupo apareció de la nada en medio de un bosque.
—Gracias por tu ayuda, Mauricio.
—Fue un placer.
—Volveremos después, así que no estés lejos.
—Así lo haré, Candado.
Mauricio se desvaneció ante sus ojos con un suave parpadeo de luz.
—Oye, Candado, ?por qué no hiciste eso cuando llegamos aquí la primera vez? —preguntó Hammya, cruzándose de brazos.
—Es sencillo —respondió él, con una ligera sonrisa—. Los hice esperar a propósito.
El grupo se encaminó hacia una fortaleza custodiada por dos guardias en la entrada, ambas mujeres de aspecto severo.
—Aquí es, se?oritas —anunció Héctor con una leve inclinación de cabeza—. La fortaleza de Yur, el manicomio de Kanghar.
—Ni?os, esto es peligroso. Les sugiero que se marchen —advirtió una de las guardias.
—Tranquila, Olga. Soy Candado Barret. Recibí esta carta de uno de los internados —dijo, extendiendo el sobre.
Olga, una mujer de alrededor de treinta a?os, de rostro amable y figura firme, tomó la carta y revisó cuidadosamente los sellos. Era conocida por ser la mejor amiga de la madre de Leandro.
—Lamento eso, mi Candado —susurró, devolviéndole la carta.
—No pasa nada —respondió él, algo incómodo.
—?Mi Candado? —repitió Hammya, arqueando una ceja.
—A los presidentes de Kanghar se les llama “candados” —explicó Viki.
—Ya...ya quedó claro la primera vez.
—Llamen a la directora —ordenó Olga con firmeza.
—Sí, se?ora —respondió la otra guardia, alejándose con rapidez.
—?Y cómo va todo? —preguntó Candado.
—Mejor. Mi hija acaba de terminar su evaluación de corún —respondió Olga con una sonrisa de orgullo.
—Me alegro. Espero que le haya ido bien.
—?Corún? —interrogó Hammya, algo confundida.
—En Kanghar, el trabajo más prestigioso es el de bibliotecario —explicó Viki con tono académico—. Ahí se guardan todas las historias, marcadas y registradas por los corún, quienes escriben los relatos de todos los gremios, dentro y fuera del país.
—A mi hija le apasiona la historia —dijo Olga con orgullo.
—Se?ora —interrumpió una voz—, la directora está en la entrada.
—Perfecto. No los entretengo más. Pueden pasar.
Candado se acomodó la corbata con un gesto serio, y el grupo ingresó al internado.
Allí estaba: una mujer de poco más de treinta a?os, de ojos verdes intensos, cabello cenizo recogido y vestida con una bata blanca impecable. Se mantenía firme frente a Candado y al resto del grupo.
—Vanesa —la saludó él.
—Veo que leíste la carta… y, por lo visto, ellos también, eso fue algo ?Rápido? —respondió ella, sin rodeos.
—Yo no quería venir —aclaró Héctor, levantando la mano.
Joaquín le dio un leve golpe en la cabeza.
—?Hey! —protestó Viki, sacando sus garras con evidente molestia.
Ruth se interpuso sin decir una palabra, colocándose entre Joaquín y Viki.
—Suficiente —interrumpió Candado con un aplauso firme. Luego miró a Vanesa—. Por favor, prosiga. ?Qué pasó?
—La internada número 909, conocida como Lila, ha demostrado un comportamiento… facineroso para los laboratorios de Kanghar.
—?Así? ?Eso es todo? —preguntó Joaquín con escepticismo.
—No. Gracias a ella, la ciencia ha podido responder una gran pregunta… y resolver un antiguo misterio. Pensé que sería una buena idea comentarlo, pero al parecer, antes de decidir, insistió en que ustedes tres estuvieran presentes.
—Debe de haber sido bastante fascinante como para llamarnos —murmuró Candado.
—Amenazó con poner resistencia si no venían —a?adió Vanesa, sin inmutarse.
—Ya veo…
—Será mejor que le avise que ya han llegado. Por favor, acompá?enme.
—Te seguimos —respondió Candado.
El grupo caminó por pasillos largos e imponentes, cuyas paredes parecían susurrar historias olvidadas. Al final, se encontraron ante una puerta peque?a, casi insignificante, incrustada en un muro tan alto que parecía no tener fin.
Vanesa colocó la palma sobre un panel táctil. Un leve destello azul se encendió. La puerta se abrió con un zumbido metálico.
—La tecnología —murmuró Héctor, impresionado.
—Sí —sonrió Vanesa.
Cuando entraron a la habitación, se encontraron con un espacio reducido, lleno de computadoras y archivos frente a una inmensa pantalla negra.
—Las chicas tendrán que quedarse aquí.
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—Está bien —respondió Viki por ambas.
El trío acompa?ó a Vanesa hacia un elevador ubicado a la izquierda. Hammya se acercó a Candado, preocupada.
—No pasará nada —le dijo él en voz baja—. Esto es por su seguridad.
—Atrás, por favor —suplicó Vanesa mientras cerraba las rejas del ascensor.
Una vez dentro, el elevador descendió. Durante el trayecto, un ligero escalofrío recorrió al grupo. Cuando finalmente llegaron al nivel más bajo, las puertas se abrieron, revelando una inmensa habitación blanca. En el centro, destacaba una peque?a casita de madera, rodeada por una atmósfera acolchada y pulcra. Había peluches, juguetes y otros objetos repartidos en el entorno.
Vanesa fue la primera en avanzar. Se acercó a la caba?a sin llamar a la puerta. Simplemente la abrió.
—Están aquí —anunció, y se hizo a un lado, quedando al costado de la entrada.
Desde la oscuridad interior emergió una figura. Lila. Su aspecto era más amable que el de otros internados de esa instalación. Cuando salió completamente, las chicas —que observaban desde una ventana— se sorprendieron.
Su cabello era rubio cenizo, y sus ojos, de un tono lila que parecía brillar con la luz blanca. Vestía ropa blanca con el número 909 estampado tanto en la espalda como en el pecho, aunque en menor tama?o. Lo que más llamaba la atención, sin embargo, era el bozal metálico oscuro que ocultaba su boca, y las cadenas que envolvían sus brazos.
—Candado, Joaquín, Héctor —saludó Lila con una sonrisa en los ojos.
—Vanesa, retiraré las cadenas y el bozal —dijo Candado.
—No puedo permitir eso —replicó la mujer—. Pero tratándose de ustedes, no veo problema.
—Negativo —interrumpió una voz por el altavoz—. Es peligroso retirar el seguro de su boca.
—Carlos, estaré bien —sonrió ella, con una calma inquietante.
Vanesa sacó una llave del bolsillo de su bata, pero se detuvo, se notaba bastante inquieta.
—Preferiría que uno de ellos lo hiciera. El se?or Carlos tiene razón, puede ser peligroso —dijo Lila.
—Ya lo he hecho antes —dijo Vanesa, tratando de mostrar confianza.
—Por lo que veo —interrumpió Candado—, ha pasado algo que los tiene más alerta de lo normal. Vanesa fue la única, además de nosotros, a la que nunca has visto como objetivo. Pero a juzgar por tu sudor, los temblores mínimos y tus ojos cristalinos sin rumbo, entiendo que algo ocurrió entre ustedes.
Vanesa bajó la mirada.
—Sí, ocurrió —confesó Lila.
—Ya veo...
—?Qué ves? —susurró Héctor.
—Algo que sólo las mujeres entienden —respondió Candado, sin apartar la vista.
—Me alegra que lo entiendas —sonrió Lila.
Candado suspiró y extendió la mano.
—Dame la llave. Lo haré yo.
Vanesa vaciló, pero Lila intervino:
—Hazlo, por favor.
Vanesa se la entregó en silencio.
—Bien —dijo él.
Candado se acercó a Lila y le ofreció su mano izquierda. Ella la tomó con ambas, de forma suave. Con movimientos calculados, él empezó a quitarle las cadenas de las mu?ecas. El crujido metálico de los candados al abrirse era el único sonido en la habitación. Todos estaban tensos. Incluso Lila. Todos, excepto Candado.
Cuando las cadenas cayeron al suelo, prosiguió con las que tenía en la cintura. Lila lo miraba en todo momento, y él sólo prestaba atención a las cerraduras.
Finalmente, al quitar la última, levantó la vista hacia ella.
—Tu respiración es irregular y tu pulso está acelerado. Tienes miedo. ?Quieres que no te quite el bozal?
—Sinceramente… tengo miedo de lo que pueda pasar.
—?Lila Cárdenas, con miedo? Me muero de risa —dijo Candado, con una mirada seria.
—Pero quiero hacerlo. Quiero que me vean… sin esta cosa en la cara.
Candado esbozó una sonrisa torcida.
—Esa es la Lila que conozco.
Con cuidado, colocó ambas manos sobre el bozal y procedió a retirarlo.
Fue entonces cuando las chicas en la sala de observación se quedaron sin aliento. Lila bostezó. Pero su boca… su boca era increíblemente grande. Sus mejillas se abrieron de par en par, revelando dientes grandes, puntiagudos, como los de un tiburón.
—Gracias —dijo Lila, con una voz libre por primera vez.
—No hay por qué.
Lila se masajeó las mejillas y luego sonrió. Era una sonrisa dulce, pero escalofriante. Era como si sus mejillas fueran inhumanamente elasticas. Tanto, que Héctor y Joaquín retrocedieron ligeramente, temblando.
—Gracias por venir a verme.
—Venimos porque nos amenazaste —dijo Héctor.
—No era una amenaza. Era real.
—Por eso estamos aquí —respondió Joaquín.
Lila sonrió con cierta picardía, y luego se?aló con un gesto sutil hacia Candado.
—Pero quiero que ella lo diga por mí. Porque... si sale de esta gran boca... jeje. ?Entendieron? Gran boca, porque... eh... lo siento.
Vanesa intervino con seriedad.
—Hemos descubierto algo único y verdaderamente increíble. Todo debido a su condición... y a las condiciones que la rodean.
—?Tiene cura? —preguntó Candado, directo como siempre.
—No. Al menos por ahora no tenemos ningún resultado que indique una cura para su... situación.
—Pero hay algo que nos conecta a los tres —comentó Joaquín con un dejo de intriga.
—Así es, se?or. Descubrimos que sangró hace unos días.
—?Y?
—Menstrué —dijo Lila con naturalidad.
El silencio fue inmediato. Incómodo. Y brutal.
—Sí... bueno... el otro día tuve acné. ?DIEZ MIL KILóMETROS AL PEDO SóLO POR ESCUCHAR ESTO! ?Vámonos! —gritó Héctor, girando sobre sus talones.
Pero Candado lo detuvo con una mano sobre el hombro, sin siquiera mirarlo.
—No tan rápido, Héctor. A ver si entiendo bien... Lila, ?tuviste tu periodo?
—Así es.
—Eso significa que estás en el proceso de dejar de ser una ni?a. Estás entrando a la etapa en la que...te vuelves mujer, ?no?
—Correcto, Joaquín —respondió ella, bajando un poco la voz.
—Tenemos doce a?os —continuó Joaquín con fastidio—. ?Acaso estás presumiéndonos?
Desde el observatorio, detrás del vidrio:
—Parece que tocaron un nervio en Héctor —comentó Hammya.
—Mi Héctor se enoja por cosas peque?as como esta —respondió Viki con una risita.
—Aun así... ?menstruación? —murmuró Hammya.
—Shhhh, veamos qué pasa.
En la habitación:
—Bien, creo que debo explicar esto para que entiendan un poco mejor la situación —intervino Vanesa, elevando un poco la voz.
—?Por favor! —suplicaron los tres al unísono.
—Verán, la condición de Lila ya era única y extra?a por sí sola. Pero ahora que sabemos que alguien con esta condición puede engendrar hijos... será aún más interesante estudiar cómo se desarrollan esos hijos si cruzamos la situación de Lila con tres tipos de personas.
—?Tres? —preguntó Candado.
—?Tipos? —siguió Héctor.
—?Personas? —remató Joaquín.
—Correcto. Queremos saber qué clase de individuos pueden nacer bajo ciertos requisitos.
—?Cuáles, se?orita Vanesa? —preguntó Lila con una sonrisa ladeada.
—Primero, el esperma de un varón sin poderes.
—?Obviamente! Dime si conoces alguna mujer que te dé espermatozoides, por Isidro... ?Y te haces llamar doctora? —bufó Candado.
—Ejem... mi error. Segundo, una persona con poderes de cualquier tipo. Tercero, alguien con poderes que sean hereditarios.
El silencio cayó como una losa. Los tres chicos se miraron.
—Así es —dijo Lila, dando un paso adelante con determinación—. Ustedes van a ser papás.
Lo que vino después no fue un silencio, fue el fin de los pensamientos. Incluso las chicas detrás del cristal quedaron paralizadas. Y, sin embargo, fue Candado quien rompió la tensión, como siempre.
—Mierda.
—Nada de eso. Se hará así —dijo Vanesa con firmeza.
Lila lo confirmó.
—Ese fue el acuerdo. No pienso colaborar con el experimento si no es con ustedes.
—?Y si nos negamos? —preguntó Héctor con voz tensa.
—El experimento no se hará.
—No hay nada que perder entonces. Lo que puedo decir es...
—No te negarás, mi peque?o Héctor —dijo Lila con voz suave, pero cargada de peso.
—Claro que puedo.
—Lo lamento, pero no podemos dejar pasar esta oportunidad. Es la primera vez, en toda la historia post-asteroide, que alguien con sus características puede dar a luz.
—Vanesa, ?podemos hablar a solas?
—No guardes secretos a tu Lila —susurró ella.
—No eres mía. No soy un esclavista.
—Está bien —dijo Vanesa.
El grupo se alejó lo suficiente de Lila como para que no pudiera oírlos.
—Habla —dijo Candado.
—?Perdón?
—Sé que hay algo más detrás de esto. Sabes que hay algo más. Has estado en desacuerdo con ella antes, contradiciéndola. Pero hoy estás muy a favor de sus decisiones.
—Es por el trabajo —respondió Vanesa, bajando la mirada—. Es muy importante...
—Estoy seguro de que no es solo eso. Hay algo que no le has contado. Has estado preocupada... habla —insistió Candado, sin apartar la mirada de Vanesa.
—No... bueno...
—Porque no me vas a decir que hay otras formas de concebir, y eso es que los tres le donemos espermatozoides. Pero, a juzgar por su forma de hablar, creo que ella entiende que tendremos un hijo de la forma tradicional con ella. Solo espero que sepa lo que eso significa.
—Candado, a veces no tienes escrúpulos al hablar —comentó Héctor, con molestia.
—Avergonzarse por hablar de sexo es estúpido, Héctor.
—Sí...
—?Sí, qué?
—Hay algo que no les dije. Ni a ella, ni a ustedes —confesó Vanesa, bajando la voz.
—Entonces habla —ordenó Candado.
—Intentamos usar su óvulo y espermatozoides externos para crear un bebé... pero no salió como esperábamos. La cría no logró desarrollarse y murió al segundo mes de gestación. Fracasamos. Y dejamos de intentarlo después del octavo intento.
—Oh, Dios... —susurró Joaquín.
—Entonces optamos por lo natural.
—?Tenemos doce a?os! Una cosa es hablar de sexo y otra muy distinta es hacerlo. Sin mencionar que es enfermizo, desde mi punto de vista —espetó Candado.
—Lo sabemos. Por eso arreglamos todo según la ley de Kanghar.
—Espera… ?no me digas que…?
—Así es, Joaquín —intervino Héctor, sombrío—. Según las leyes de Kanghar, la edad legal para tener relaciones sexuales es a los diecisiete a?os.
—Dentro de cinco a?os —continuó Vanesa—, ustedes serán seleccionados mediante un sorteo…
—?Sorteo? ?Vanesa, ?qué mierda es esa?! —bramó Candado.
Vanesa aclaró la garganta con nerviosismo.
—No es lo que piensan. Uno de ustedes deberá embarazarla. Esperar a que tenga su hijo. Y luego el siguiente hará lo mismo. Según los análisis genéticos, hay una alta compatibilidad entre su óvulo y el genoma de ustedes tres... algo que los donantes no tenían. Por eso decidimos intentar con uno de ustedes. Naturalmente.
—Nos negamos a participar —dijeron los tres al unísono.
—No podemos perder esta oportunidad. Es mejor hablar de esto con anticipación para que estén mentalmente preparados. Este caso es único.
—Nos negamos, Vanesa —reiteró el trío.
—Nuestros padres nos cortarían la cabeza si supieran que tendríamos relaciones sexuales con una amiga, mediante un sorteo... es trata de personas, lo llames como lo llames.
—Héctor, esto es diferente.
—Si sobrevivo a mis padres, estoy seguro de que Viki me mataría —dijo con resignación.
Joaquín y Candado posaron una mano en cada hombro de su amigo.
—Es una lástima que tengas novia —se burló Joaquín.
—Tener pareja tiene sus desventajas —agregó Candado, cómplice.
—?Ustedes…! Par de brutos. Ni siquiera se dan cuenta de que detrás de ese cristal están Hammya, Ruth y Viki... derritiendo el vidrio con la mirada.
—En fin —cortó Candado, volviéndose hacia Vanesa—. Saludaremos a Lila y nos marcharemos. Por lo menos, me gustaría... o nos gustaría, hablar con ella.
—?Candado? ?Tienes una forma de salir de esto? —preguntó Héctor en voz baja.
—Todos sabemos que ella siente un afecto... obsesivo por nosotros. Y eso se debe a que tiene una autoestima tan frágil que, si uno de nosotros se enoja, puede caer en pensamientos suicidas. Puede que nos desagrade... o incluso que le temamos. Pero ella nos ama. Por lo menos quiero escuchar de su propia boca lo que piensa de todo esto.
—Entonces... —murmuró Joaquín.
—Vanesa.
—?Sí!
—Déjame hablar con ella sobre este asunto. Héctor, Joaquín, por favor, moderen sus palabras al dirigirse a ella.
—Entendido —asintió Héctor.
—Como quieras —agregó Joaquín.
Un leve escalofrío recorrió la columna de Candado cuando sus ojos se posaron en Lila.
—En fin... es hora de investigar —murmuró, y comenzó a caminar hacia ella con las manos en los bolsillos.
—Tínbari... ?qué estás haciendo cuando te necesito? —susurró para sí mismo.
Cuando estuvo frente a Lila, a no más de tres pasos de distancia, respiró hondo. Controló su personalidad con un esfuerzo casi sobrehumano, conteniendo cualquier comentario fuera de lugar.
—Lila, yo...
Pero ella alzó una mano.
—?Qué ocurre?
—?Se me permite mostrar afecto, no?
—?Qué...? Oh, esa regla.
Candado suspiró, sacó las manos de sus bolsillos y las extendió con calma.
—Bien. Puedes hacerlo.
Lila sonrió y se lanzó hacia él, abrazándolo con fuerza. Candado pudo sentir un ligero temblor en su cuerpo, no de miedo… sino de ansias. Luego, Lila comenzó a acariciarle la espalda, frotando su frente contra su pecho.
—Qué relajante —susurró ella.
Candado le devolvió el gesto, palmeándole la espalda con ternura, como si consolara a un ni?o peque?o.
Lila, finalmente, se apartó, colocó ambas manos sobre sus mejillas... y lo besó.
—??QU—?! —chistó Hammya, del otro lado del cristal.
Candado tenía una expresión seria mientras sus labios permanecían unidos a los de Lila. Fueron cuatro segundos intensos: breves en el reloj, pero largos en su mente.
Cuando ella finalmente se separó, lo miró a los ojos y le sonrió con ternura. Sus pupilas cambiaban de color, como si el beso hubiese activado un mecanismo oculto en su alma.
—Ahora sí, podemos hablar —dijo ella.
Lila se dirigió a la caba?a, abrió la puerta con un gesto galante y le ofreció el paso, como si fuera un caballero cortesano.
Candado dio un paso al frente y aceptó el gesto. Entró sin decir palabra, y ella cerró la puerta tras de sí.
Permanecieron allí dentro más de quince minutos. Luego, la puerta se abrió y Candado salió con las manos en la espalda, pensativo, con el ce?o fruncido.
—?Eso es todo? —preguntó Lila, con un tono burlón.
—Suficiente… por ahora.
Lila sonrió y dirigió su mirada hacia Héctor y Joaquín.
—Espeluznante —murmuró Héctor.
—Hectorcito —dijo Lila con dulzura, y le hizo una se?a con la mano—. Ven, por favor.
Candado se posicionó al lado de su amigo y le susurró:
—Ve.
—Pero…
—Hazlo. Me dio su palabra de que no te hará nada malo.
Héctor se acomodó la corbata, tragó saliva y se acercó a Lila a paso acelerado, visiblemente tembloroso.
—?Puedo… hacer lo mismo? Claro que con tu permiso —preguntó ella.
Héctor se quedó mudo. Usó su visión periférica para mirar hacia la ventana donde sabía que estaba Viki, su novia. él no podía verla, pero sabía perfectamente que ella sí lo veía a él.
Lila entrecerró los ojos, como si hubiese percibido algo.
—?…? —murmuró, mirando fugazmente hacia la misma dirección en la que había mirado Héctor.
—Sniff... sniff —olfateó con suavidad—. Lo huelo… tres personas desconocidas están allá.
Un hilo de baba comenzó a descender de la comisura de sus labios. Sus ojos, lentamente, comenzaron a oscurecerse hasta volverse completamente negros. Esto alarmó a Héctor y a los tres que estaban detrás de él. Tanto que, casi sin pensar, respondió con voz temblorosa y alarmada:
—?Sí! ?Te doy permiso!
Esa frase pareció traerla de regreso a la calma.
—Disculpa, ?qué dijiste?
—Te doy permiso. Sí… puedes hacerlo.
Lila sonrió y se lanzó hacia él, repitiendo el mismo ritual: un abrazo, un contacto íntimo, incluso el beso. Solo que, a diferencia de Candado, a Héctor sí le dio vergüenza… y miedo. Sabía que su novia lo estaba viendo.
—?...! ?MALDITA! —rugió Viki al otro lado del cristal, ara?ándolo con sus largas u?as mientras sus ojos chispeaban de furia contenida.
Héctor sintió el sonido de un vidrio agrietándose como si se hubiese fracturado su destino.
—Por favor… perdóname —susurró, sin saber si hablaba con Lila o con Viki.
—?Perdón? ?Perdón de qué?
—Oh, nada… ahora… ?qué pasa?
Lila sonrió, tomó la mano de Héctor con dulzura.
—?Qué? —se sobresaltó él.
—Vamos adentro. Tengo mucho que contarte.
Casi arrastrado, Héctor fue llevado dentro de la caba?a.
—?Qué te dijo? —preguntó Joaquín.
—Después te digo —respondió Candado, aún mirando al suelo con expresión grave.
Pasaron unos diez minutos. Finalmente, Héctor salió de la caba?a… temblando.
—Estoy muerto —suspiró.
Lila, entonces, posó la mirada en el último de los tres.
—Aquín… ven, por favor.
Cuando llegó el turno de Joaquín, este no titubeó. No por valentía, sino porque ya no tenía escapatoria.
—Allá vamos —murmuró, resignado.
Se puso en marcha con paso firme. Al llegar ante ella, Lila abrió la boca para decir algo, pero Joaquín levantó la mano.
—No te molestes. Tienes mi permiso.
Lila sonrió con satisfacción, y el ritual se repitió una vez más.
?PA!
Un golpe seco, como si un martillo hubiera impactado contra un muro, resonó por todo el lugar.
Hammya y Viki quedaron boquiabiertas al ver a Ruth frente a una pared agrietada, con el rostro completamente sereno.
—Estos… —suspiró uno de los guardias mientras tomaba un sorbo de café.
Cuando Joaquín se separó de Lila, miró en dirección al estruendo.
—?Va todo bien? —preguntó Vanesa, presionando el comunicador en su oreja con el dedo índice.
—Todo bien. Solo… un muro fue víctima de los celos.
Joaquín volvió la vista hacia Lila.
Ella se colocó detrás de él y lo abrazó por la espalda.
—Sé que te gusta esto.
—Me calma, sí.
—Vamos adentro. Tengo mucho que contarte.
—Yo también.
Y una vez más, el proceso se repitió. Quince minutos de silencio tras una puerta cerrada.
Cuando Joaquín se reunió con los otros dos, intercambiaron miradas por unos segundos antes de asentir al unísono.
—Queremos discutir esto con nuestros padres primero —dijo Héctor, serio—. Luego te daremos una respuesta… en lo posible.
Vanesa sonrió, complacida.
—De acuerdo.
El trío desvió entonces la vista hacia Lila.
—Cuídate —dijeron al mismo tiempo.
Lila les devolvió una sonrisa cálida.
Cuando el grupo abandonó la habitación y subieron al ascensor, un escalofrío recorrió la espalda de Héctor.
—Se viene… —murmuró con nerviosismo.
—Oh, sí —respondió Joaquín con sarcasmo—. Ya me lo imagino.
El ascensor se detuvo. Las puertas se abrieron, revelando a tres figuras que los esperaban. No hacía falta ser vidente para saber que no estaban de buen humor.
—Hola —saludaron, en tono gélido.
Héctor intentó sonreír, pero no alcanzó a completar el gesto antes de recibir una sonora bofetada de Viki, seguida de un beso que dejó a todos perplejos.
—Sobrescrito y castigado —dijo ella con una mezcla de furia y afecto.
—Me lo merecía —respondió él con resignación.
—En realidad, no —intervino Candado con su tono seco.
Joaquín, por su parte, recibió el 0,00000000001% del poder contenido en el pu?o de Ruth. Lo único que se arrugó fue su camisa.
—?Qué le pasó al muro? —preguntó él, mientras le daba unas suaves palmadas en la cabeza a Ruth.
—Me lo descontaron del sueldo —murmuró, desde una computadora cercana, el mismo se?or del café, sin despegar la vista de la pantalla.
Finalmente, quedó Candado. Se encontraba justo en el medio de las dos chicas. Cruzó los brazos, dejando escapar una sonrisa excéntrica y desafiante.
—Hazlo… si te atreves.
Hammya lo miró con rabia contenida.
—…Esta vez me lo guardaré —gru?ó.
Luego Candado aclaró la garganta.
—Pero supongo que necesitan respuestas —a?adió él, recuperando la compostura.
—Obvio —respondieron ambas al unísono.
El grupo se encontraba en la sala de descanso del personal, con Vanesa presente. Las chicas estaban sentadas en los sillones, mientras que los chicos se mantenían de pie o apoyados contra la pared.
—Su nombre es Lila Cárdenas —presentó Candado.
—Mejor conocida como la "paciente 909" —a?adió Héctor.
—Y también como nuestra “pareja” —agregó Joaquín, haciendo comillas con los dedos.
—??Qué?! —exclamaron las chicas, alarmadas.
—No aceleren sus motores, féminas —las interrumpió Candado, levantando una mano—. Lila Cárdenas es nuestra cuarta amiga. La conocimos accidentalmente cuando teníamos seis a?os.
—?Y por qué está aquí? —preguntó Viki con seriedad—. ?Y con más seguridad que los demás pacientes?
La sala cayó en un incómodo silencio. Nadie sabía cómo explicar algo así. Finalmente, fue Candado quien se atrevió a hablar.
—Por mala suerte —dijo con tono seco.
—?Mala suerte? —repitieron las chicas, confundidas.
—Lila tuvo una suerte horrenda, asquerosa —se indignó Héctor.
—Una de esas que no tienen cura… al menos, hasta el día de hoy —a?adió Joaquín, sombrío.
—Tiene la maldición del Conjuro N°3 del Libro Negro —explicó Héctor.
—Gulahomine —murmuró Joaquín, como si el nombre pesara en el aire.
—Canibalismo —aclaró Candado—, pero con un impulso descontrolado por devorar a otro ser humano.
—Una maldición que transforma al ni?o en el vientre en un monstruo hambriento —agregó Héctor, con expresión grave.
—Eso significa… —empezó Hammya, palideciendo.
—Así es, Esmeralda —asintió Candado con dureza—. Lila se comió a su madre desde adentro. Cuando las autoridades entraron, encontraron a un bebé devorando lo que antes era un ser humano. Fue una escena grotesca.
El silencio se volvió pesado. Las chicas sintieron cómo se les revolvía el estómago. En el fondo, algo dentro de ellas ya lo sospechaba… las cadenas, el bozal, el trato especial. Todo tenía más sentido ahora.
—En cuanto a por qué somos los únicos a los que no ve como comida… —Héctor bajó la mirada—. No lo sabemos.
—?Y cuánto tiempo hace que la conocen? —insistió Hammya, aún atónita.
—Ya lo dijimos —respondió Joaquín—. Desde que teníamos seis a?os. Héctor, Candado y yo jugábamos en los jardines que están no muy lejos de esta instalación. Un día decidimos hacer una competencia de escalada. Había un árbol que nos permitía llegar hasta el muro. No era difícil. Pero la rama se rompió… y caímos dentro del campo restringido. Ahí fue cuando conocimos a Lila.
Hace seis a?os.
Joaquín y Héctor se escondieron instintivamente detrás de Candado al ver a una ni?a con camisón morado y una expresión perturbadora en los ojos. Sus dientes, peque?os pero afilados, resaltaban demasiado.
En sus manos sostenía unas flores marchitas que había recogido del suelo. Comenzó a caminar en círculos alrededor de ellos, como inspeccionándolos. Luego se apoyó en cuatro patas y avanzó lentamente hacia el grupo.
—Atrás —ordenó Candado, pisando con fuerza el suelo.
La ni?a se detuvo por un instante… y luego continuó avanzando, como si no le importara.
Candado se preparó para pisar de nuevo, pero antes de hacerlo, la ni?a se lanzó hacia él. No para atacar, sino para olfatearlo. Su nariz recorrió su cuello, su boca, su cintura, su espalda, piernas, brazos… todo.
Candado no pudo evitar reír por las cosquillas que eso le provocaba.
Luego la ni?a hizo lo mismo con Joaquín y Héctor. Cuando terminó, se sentó en el suelo y los miró uno por uno. Entonces, de la nada, lamió los labios de Candado. Luego repitió el gesto con Joaquín y con Héctor.
El trío quedó paralizado.
—Lila —dijo finalmente la ni?a, como si aquello lo explicara todo.
—?Qué? —preguntaron los tres al mismo tiempo.
—Soy Lila.
Presente.
—Y básicamente, así fue como nos conocimos —resumió Candado.
—Entonces… una desconocida los tiró al suelo, los olfateó como un perro y luego los lamió en la boca como un gato ?Eh? —comentó Viki, aún procesando la información.
—Sí —respondieron los tres al unísono.
—Pero… ?cómo supieron que era caníbal?
—Lamentablemente, Hammya —dijo Joaquín—, lo supimos ese mismo día.
Hace seis a?os.
Unos guardias llegaron corriendo al detectar a ni?os del exterior en el campo de seguridad. Al ver a Lila junto a ellos, sus rostros se llenaron de terror.
Ella se puso de pie y caminó tranquilamente hacia ellos, pero los hombres no vieron a una ni?a: vieron una amenaza. Lo suficiente como para que uno de ellos le dio un golpe seco en la cabeza con la porra.
—?Sujétenla! —gritó otro.
Dos guardias se abalanzaron sobre ella, tratándola como si fuera un animal peligroso. La ataron y la inmovilizaron como a una bestia salvaje, ignorando por completo que apenas era una ni?a.
Candado no se lo permitió. Se lanzó sobre el guardia y lo empujó con fuerza, alejándolo de la ni?a.
—No hace falta ser tan rudo con ella...
PUM*
Un segundo guardia le asestó un golpe directo en el estómago con su bastón. Candado se dobló de dolor.
—?Sáquenlos de aquí!
Los otros dos guardias no tardaron en sujetarlos. Agarraron a Candado del cabello, y a los demás los arrastraron sin miramientos.
Lila sintió cómo algo dentro de ella se quebraba. Una sed terrible, primitiva. Sus ojos se tornaron completamente negros.
—?AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!
El grito fue inhumano. La cuerda que la ataba se rompió como si estuviera hecha de papel, y en un movimiento repentino, mordió el cuello del guardia que había golpeado a Candado. La sangre salpicó su rostro y el de todos los presentes.
Un tercer guardia desenfundó su arma y disparó. El proyectil la alcanzó, pero no fue suficiente para detenerla. Lila se giró hacia él, los dientes afilados y ensangrentados brillando a la luz, y le arrancó la mano izquierda de un solo bocado. El arma cayó al suelo, disparándose por accidente. La bala impactó de lleno en el brazo de Héctor.
—?AAAAAAAAAAAH! —gritó Héctor, cayendo al suelo mientras se sujetaba la herida.
—?Héctor! —gritó Candado, corriendo hacia él junto a Joaquín.
Héctor estaba tirado en el suelo, gritando, retorciéndose del dolor con lágrimas corriéndole por las mejillas. Joaquín, paralizado, temblaba mientras intentaba ayudarlo sin saber cómo. Candado, con más temple, se quitó la corbata y, rompiendo la manga de la camisa de Héctor, le aplicó un torniquete improvisado. Héctor gritó aún más fuerte.
Lila volteó al escucharlo. Su boca goteaba sangre, con pedazos de carne humana aún entre los dientes. Sus ojos se posaron sobre Héctor, retorciéndose en el suelo. Sintió algo parecido al odio… y luego miró al hombre mutilado a sus pies.
—Monstruo… —susurró.
Abrió la boca de forma inhumana y se abalanzó sobre él, apuntando a su rostro.
Candado intentaba calmar a Héctor, aplicando lo que recordaba de los primeros auxilios que su hermana le había ense?ado. Joaquín seguía inmóvil, con las manos sobre la cabeza, en estado de shock.
—Resiste… vamos, resiste —murmuraba Candado, desesperado.
Fue entonces cuando Lila se acercó al grupo. Caminaba con paso errático, las garras abiertas, la boca sangrienta aún entreabierta. Candado se interpuso con su facón en mano, dispuesto a proteger a sus amigos. Pero Lila no lo atacó. Se agachó, gateó hasta donde estaba Héctor, y lo observó con una expresión vacía, ladeando la cabeza de un lado a otro como un animal curioso. Sus ojos se posaron sobre la herida de bala.
Entonces extendió su lengua, larga, casi como la de un oso hormiguero, y comenzó a lamer la herida. Candado apretó el mango de su arma con más fuerza, listo para actuar.
Pero lo que vio lo dejó helado.
Lila, con una precisión aterradora, enroscó su lengua alrededor de la bala incrustada y la extrajo de la carne.
—?AAAAAAAAAAAAAAAAH! —gritó Héctor, antes de perder el conocimiento por el dolor.
Candado reaccionó al instante. Blandió el facón y atacó. Pero Lila levantó una mano y lo detuvo. La hoja atravesó la carne de su palma, pero ella no pareció inmutarse. No desvió la mirada del herido.
Con un gesto tranquilo, escupió la bala a un lado y se acercó a Joaquín, aún paralizado. Lo abrazó, manchando su ropa con sangre. Luego caminó hacia Candado, le devolvió el facón, sacándoselo de la mano herida, y se dejó caer sobre él, cerrando los ojos.
Poco después, un escuadrón de guardias con armaduras pesadas rodeó el área. En el centro, tres cadáveres, un ni?o inconsciente, otro en estado de shock, una criatura ensangrentada… y un muchacho confuso que sostenía entre sus brazos a esa misma criatura. Lila, ajena a todo, se apoyaba en Candado, devorando tranquilamente la mano izquierda de uno de los guardias, como si estuviera saboreando el más delicioso manjar.
Presente.
A las chicas se les heló la sangre cuando Candado terminó de relatar aquella historia macabra. El silencio reinó durante unos segundos.
—Nuestros padres lloraron cuando se enteraron de todo —dijo Candado en voz baja—. Fuimos castigados duramente.
—Excepto yo —agregó Joaquín—. Mi mente se apagó durante una semana entera. No podía hablar, no podía pensar. Era como si hubiera desaparecido.
—Después de todo lo que vieron... ?por qué? —preguntó Viki, en voz baja.
—Porque fue nuestra culpa —respondió Candado sin dudar—. éramos ni?os, sí, pero fuimos cómplices de un homicidio brutal. Lo peor de todo es que sentimos que habíamos despertado algo en ella. Lo que hicieron esos guardias fue horrible, pero nada justifica lo que ocurrió. Ni la muerte.
—Por eso, para limpiar nuestras conciencias, decidimos educarla —intervino Joaquín, mirando directamente a Ruth—. Esa es la verdadera razón por la que te acepté.
Ruth bajó la mirada. Nadie dijo nada durante unos instantes.
—Lila no eligió nacer así —a?adió Héctor—. No tiene la culpa de la maldición que lleva dentro. Pero ese día… algo cambió en ella y en nosotros.
—Y fue una sorpresa —intervino Vanesa— descubrir que ustedes no despertaban su hambre. Incluso cuando estaba famélica, nunca los atacó. En cambio, cuando el hambre se desataba, intentaba devorar al personal, una y otra vez.
—Cuando era más peque?a, era relativamente fácil controlarla —suspiró—. Pero ahora que ha crecido, se ha vuelto cada vez más difícil manejarla. Sin mencionar que todos en este edificio, salvo nueve personas, no la temen ni la odian —contó Joaquín con un tono sombrío.
—No somos tontos —a?adió Candado, frunciendo el ce?o—. Sabemos que Lila no está bien, que es posible que nunca pueda salir de aquí, por eso...aunque nos moleste, tenemos que estar ahí.
Hizo una pausa, apretando los pu?os.
—Y nosotros somos su única “droga” en este lugar. Sí, su personalidad se ha vuelto retorcida, eso es innegable. Pero aún encuentra refugio en nosotros, en nuestra presencia. Mientras estemos cerca, ella contiene ese impulso de destruir toda la instalación y devorar a cada ser que habita en Kanghar.
Joaquín asintió.
—Y tenemos que ayudarla a enfrentar sus problemas.
Los tres se miraron con determinación.
—Es nuestro deber —dijeron al unísono.