Y corrí entre gritos. Entre gritos de angustia.
Los rostros sobresalían de las mucosidades de la pared como macabras recreaciones de El grito; unos agonizaban, otros me miraban como si pidieran una ayuda que sabían no iba a ser brindada. Algunos mirándome al pasar, otros mirando hacia arriba, hacia el techo, o hacia la nada que reflejaban sus ojos blancos exentos de expresión. La piel de sus facciones caía flácida en montones blancuzcos y la papada ondulaba en la capa de yeso, como si todas y cada una de aquellas caras formaran parte de aquel lugar, gritando, gimiendo y babeando esa asquerosa porquería negra que casi había destrozado la suela de mis bambas al entrar en The Nurse's Hat, el Hospital, nombre irónicamente perturbador habiendo visto lo que había visto.
Corría tanto como podía para sacarme de encima a eso que me perseguía, pero por más rostros deformados que pasaban de largo como si de una eterna fila de cuadros se tratara, noconseguía librarme de mi acechador. El Cambiante se me acercaba. Cada vez más cerca.
Debo salir de aquí. He de llegar a la puerta.
Fuera no hay niebla.
Un chirrido desgarrador reptó por el pasillo y llegó a mis oídos con una claridad estremecedora. En ese momento, como si mi cerebro tratara de asustarme aún más, recreé en mi cabeza el objeto que podía estar produciendo ese ruido tan agudo, de metal rasgando pared y carne. De huesos rotos.
Era una zarpa.
Una única zarpa rajando la pared y las puertas situadas detrás de mí. Una larga y afilada u?a ara?ando los rostros esparcidos por las paredes, arrancando lamentos diferidos en diferentes notas que componían una demente melodía que llamaba a la muerte.
Mi muerte.
1
Mierda. El mismo sue?o de siempre.
Abrí los ojos justo antes de notar como mi corazón era atravesado por enésima vez. Me encontraba algo sudoroso, con el pulso acelerado y, para mi sorpresa, completamente empalmado.
Bostecé mientras miraba por el cristal de la ventana y disimulé lo mejorque pude cruzándome de piernas, pensando en cualquier cosa que aliviara la presión.
Los campos se repetían una y otra vez en la oscuridad, apenas discernibles en medio de la noche, y menos aún con la lluvia que se agolpaba efímeramente en los cristales del tren. La mujer de delante me miraba sonriendo, haciendo que me preguntara cuánto habría dormido y sí había dicho o hecho algo que no debía. De peque?o había sufrido ataques de sonambulismo, pero estos habían cesado hasta tres a?os atrás.
- ?Un mal sue?o, chico?
La mujer, algo mayor, de unos cincuenta y cinco a?os y rubios cabellos rizados que sin duda mantenían la forma de los rulos gracias a la cantidad ingente de laca que impregnaba el ambiente entre los dos, abrió el gran bolso de cuero cuarteado marrón que llevaba sobre su regazo. Iba ataviada con un vestido aparentemente antiguo, rosado y con estampados de peque?as flores amarillas allí dónde las costuras no estaban a punto de reventar debido a la ligera obesidad de su due?a.
La miré a los ojos, sacudí la cabeza y sonreí. No me apetecía hablar mucho del sue?o que me perseguía últimamente; a los monstruos siempre ha sido mejor dejarlos en la oscuridad.
Sólo así puedes evitar que te muerdan los ojos.
- Un sue?o en general... Es el traqueteo del tren.
La mujer sacó un paquete de clínex de plástico marca Nasverd y me ofreció uno después de separarlo de los demás, sin dejar de sonreír, después de decirme que tenía lega?as bajo los ojos y que un chico como yo no podía hablar con una se?orita como ella mientras las impurezas ocultaban mi cara. Con estas palabras exactas. Vaya tía más rara.
- El movimiento del tren sobre las vías siempre hace que me entre el sue?o -, A?adí para librarme de aquella mirada acusadora. Miré por la ventana un momento y me encontré con mi propio reflejo devolviéndome la mirada desde unas ojeras más marcadas que de costumbre, aunque también podía deberse a la iluminación del vagón. Por el reflejo veía como la se?ora no dejaba de mirarme, así que, aunque hablar era lo que menos me apetecía en ese momento, decidí preguntarle algo para romper el hielo-, ?De viaje a ver a la familia?
La vieja sonrió y se sentó bien en su asiento, dejando el bolso en el de al lado, vacío al igual que el que estaba a mi derecha. Los vagones estaban formados por asientos de 4, y aunque normalmente el expreso Lady Night iba siempre a reventar de pasajeros, el nocturno de ese día iba casi tan vacío como el tren del domingo por la ma?ana.
En ese mismo vagón viajaban tan solo tres personas más aparte de yo mismo. Una adolescente morena que escuchaba música desde un gigantesco móvil rosa, y un tío ya entrado en la madurez, algo calvo y con las líneas de expresión muy marcadas, bajo una densa y descuidada barba negra.
- Voy a ver a mi marido y a mi hijo. Hace mucho que no nos vemos, y me enviaron una carta-. Y tras esas palabras, agarró el bolso como en un gesto inconsciente y me sonrió, ense?ando solamente la hilera superior de dientes, algo que casi hizo que me estremeciera.
Había algo de obsceno en esa sonrisa.
Las luces parpadeaban cada vez que pasábamos bajo una monta?a, guarecidos por los túneles que los trabajadores de anta?o tanto se habían afanado en construir.
No pude evitar mirar porla ventana mientras atravesábamos el túnel a velocidad moderada, pensando en todas la shistorias que circulaban sobre la explotación que habían sufrido los obreros en la época en que se construyeron todos los túneles que llevaban a Holy, uno de los últimos pueblos encomunicarse con las grandes ciudades de Virginia y el lugar dónde me esperaban. Pero la luz del interior del vagón tan sólo iluminaba retazos de muro rugoso y cables negros que serpenteaban paralelamente a la ventana como si de tentáculos con vida propia se tratara.
- Siempre está bien ir a ver a la familia. -, Siempre y cuando no crean todos que estás loco. Claro-, Seguro que se ponen contentos al verla.
La chica sentada unos asientos atrás tosió varias veces y estornudó, ante lo que la mujer se levantó y empezó a caminar por el pasillo que quedaba libre entre los asientos cuando sonó por megafonía la corta melodía de L.N (Lady Night), compuesta únicamente por un Do Re Sol de corta duración que por alguna razón me resultaba cada vez más empalagoso.
(Do Re Sol) "El expreso con dirección Virginia hará parada en Kentucky en una hora. Los viajeros cuyos billetes consten hasta esta parada, serán despertados por nuestra adorable Lady Maila Lia. ?No se asusten por sus ojeras! Tan solo lleva una semana horrible. Esperamos que estén teniendo un viaje confortante. Lady Night siempre piensa en ustedes." (Doo Sol Re)
- Toma, chica. Debes cuidarte ese resfriado...
Apoyé de nuevo la cabeza en el cristal mientras oía charlar de fondo a la vieja con la chica de los auriculares, pero apenas les prestaba atención. No con todo lo que me esperaba una vez llegase a Holy.
Aquel era un tema que había estado dejando correr mucho tiempo, hasta que fue demasiado tarde y me encontré a mismo huyendo del problema. No podía seguir así y lo sabía. Pasarse la vida huyendo no podía ser bueno.
Me había pasado media vida huyendo de todo lo que me provocaba malestar, y eso debía acabar. Por eso me encontraba en ese tren. Para enmendar el pasado, para hacer más llevadero el presente e iluminar el futuro. Estos iban a ser unos días muy largos. Pero al pensarlo ahora, realmente no tenía ni puta idea de hasta qué punto se iban a complicar las cosas durante los próximos días.
- Es usted muy... amable, se?ora. Pero no creo en esas cosas, ?sabe? No quiero que nadie se ofenda, pero soy atea. Cree en aquello que ves, eso me decía mi padre.
- Pero no lo entiendes, chiquilla... ?Pronto vendrá y solo aquellos que sepamos ver La verdad sobreviviremos bajo el yugo de su vientre divino!
- Oiga, en serio, parece usted una mujer muy simpática y... cuerda, pero no me interesa el tema. La única novela de fantasía que he leído es Harry Potter y hace mucho de eso. Y por si no lo ha visto, fuera es de noche. Me gustaría descansar, así que si no le importa...
Sonreí al escuchar como la voz de la chica iba tornándose más dura cada vez, sin duda hastiada de los asaltos a biblia armada cuyo número había aumentado bastante en el último a?o. Todas las religiones parecían haberse vuelto locas de repente, repartiendo desde panfletos a libros a todas horas y en cualquier calle, e incluso se habían dado casos de bandas religiosas organizadas que habían retenido a familias enteras durante toda una noche en su propia casa para leerles sus respectivas macabras representaciones de la Biblia.
Estados Unidos estaba pasando por una época de locos, de viejos hombres locos.
Así que la vieja era católica. Me pregunté si llevaba ese bolso tan grande para poder llevar con ella más biblias. Giré la cabeza y me asomé un momento por encima del asiento justo a tiempo para ver como la se?ora se levantaba con la cabeza bien alta y con un atisbo de ira reprimida asomando en sus ojos ridículamente juntos. Justo cuando volvía a mirar al frente se abrió la puerta del vagón continuo y atravesó el umbral un chico de aproximadamente 30 a?os, mi misma edad.
Llevaba el pelo corto y de punta, una nariz algo aguile?a que hacía juego con sus serias facciones y un pendiente de aro en la oreja izquierda, casi oculto por los cascos que llevaba puestos y de dónde salía el sonido metálico de alguna canción sonando a toda pastilla. Nos miramos un momento mientras él cerraba la puerta, pero eso bastó para que mi cuerpo volviese a bombear sangre hacia dónde no debía.
(Do re sol) "Estimados viajeros, son las 4 a.m. Les recordamos que el vagón restaurante cerrará por un par de horas en treinta minutos, y que abrirá de nuevo a las 6:30 a.m, justo para el desayuno. Es la comida más importante del día y tenemos un gran surtido de menús a su disposición. Lady Night se preocupa por ustedes y les desea un buen viaje" (Doo Sol Re)
La oscuridad seguía campando a sus anchas fuera del tren mientras pasábamos veloces entre campos y lagos, casi siempre protegidos por altas cordilleras monta?osas que las vías seguían desde hacía un buen rato. La lluvia había aflojado un poco y las nubes estaban ahora un poco más dispersas, dejando ver un peque?o pedazo de la luna, más rojiza de lo habitual. El sonido del tren al correr sobre los raíles era lo único que se escuchaba a esas horas de la madrugada.
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La vieja católica seguía sentada enfrente mío, sosteniendo una biblia negra de bolsillo con el filo dorado entre sus regordetas manos, con la mirada fija en las peque?as páginas y abriendo y cerrando la boca, como si leyese en voz alta, pero sin emitir más que siseos que me ponían de los nervios, pero sabía que cambiarme de sitio sería muy indiscreto y de mala educación. De vez en cuando, cuando pensaba que yo no la veía, la pillaba mirándome por el reflejo del cristal mientras acariciaba un rosario con el que se envolvía el dorso de las manos, susurrando palabras que no llegué a entender en ese momento.
El hombre del maletín no había pegado ojo en todo lo que llevábamos de trayecto, al menos que yo hubiese visto. En ese momento estaba leyendo un periódico demasiado ennegrecido como para ser siquiera del a?o actual. La tenue luz individual encendida sobre su cabeza se reflejaba en sus gafas e impedía verle los ojos con claridad, pero por como fruncía el ce?o cada dos por tres sabía que estaba despierto.
La chica morena estaba completamente dormida, o al menos eso parecía; el pelo le caía por la cara y estaba apoyada en el cristal, con la maleta sobre sus piernas y las manos entrelazadas encima. Habíamos intercambiado un par palabras un par de horas atrás, cuando me había levantado para ir al lavabo. Me habría preguntado si sabía cuándo llegaría el tren a Virginia, y en cuanto le di la respuesta había vuelto a ponerse los cascos, sin dar las gracias ni nada. Parecía afligida por algo. O eso o era una completa gilipollas.
En cualquier caso. mi interés por ella era más bien nulo.
Miré de reojo a la derecha lo más discreto que pude. El chico joven se había sentado en los asientos contiguos a los que la creyente y yo estábamos, al otro lado del estrecho pasillo, y en ese momento estaba con la espalda bien recta y la cabeza echada hacia atrás en el respaldo, con los ojos cerrados y escuchando música, o durmiendo. Tenía un perfil agradable, un algo que sin saber por qué activaba algo olvidado en mi cabeza, y en mi entrepierna, por lo que dejé de mirarle.
Aquello era algo que no iba conmigo, no podía. Pero lo hacía.
Volví la mirada hacia el exterior mientras pensaba en el pasado.
Ya había habido chicos en mi vida.
Había descubierto los excitantes pecados de la penetración y la felación con tan sólo catorce a?os, mientras otros chicos jugaban con garbanzos, peonzas y cromos coleccionables yo era sodomizado (o así lo llamaron ellos) en los campos de mi familia. A día de hoy aún sigo sin saber qué fue lo que me incitó a ello en el pasado, que fue lo que hizo que ese chico de nariz pecosa y yo traspasáramos esa línea, pero sin duda había sucedido. Y no una única vez.
Todos sabían que a Sebastian le gustaban las pollas duras tanto como a Shasha Grey una laringoscopia de buenos días, pero yo nunca había pensado que ese chico, en ese momento diez a?os mayor que yo, quisiera meterme la mano bajo los calzoncillos cuando me invitó a jugar al Need for Speed en la Playstation 1 que tenía en su casa. Y de haberlo pensado no sé si habría creído que me gustaría.
Pero lo hizo.
Me vino a la nariz el olor a sexo, a semen, el del campo y las plantas de Marihuana entre las que follábamos, así como el de la hierba nueva, el del barro y la tierra húmeda en mi ropa y piel. Alejé esos pensamientos de mi mente en cuánto me di cuenta de cuánto de ello estaba recordando. Necesitaba despejarme, y fumar un cigarro, así que me levanté, saqué el paquete de tabaco de mi mochila y volví a dejarla en la bandeja situada sobre toda la fila de asientos.
Me empezaba a doler la cabeza, como era habitual últimamente. Era ese maldito tema.
- Bonitos calzoncillos. Tengo unos iguales.
La voz, grave y en un tono exageradamente alto y descarado, sonó a mis espaldas. Por un momento me vi arrastrado 16 a?os atrás aproximadamente. "Bonitos calzoncillos, John... "
Me giré y me encontré con el chico de los auriculares mirándome, con los cascos aún puestos sonando a todo volumen. Sacudí la cabeza ligeramente, metiendo esas palabras entre toda la otra mierda que no quería mirar en esos momentos.
- ?Sí? Qué casualidad.
Caminé hacia la puerta que conectaba con el siguiente vagón, la abrí y pasé al siguiente. En ese vagón había casi menos gente que en el anterior. Tan solo una anciana con la que supuse que sería su nieta, esta de unos doce a?os y una mujer rubia que rondaría los treinta vestida con un chal y un vestido blanco bastante caro a primera vista, de esos por los que las tías se volvían locas al verlos en las revistas de moda.
Pasé al vagón contiguo y luego al otro, vacíos a excepción de un anciano que llevaba puesta una boina verde y un bastón negro y reluciente que en ese momento estaba apoyado en la pared mientras su amo miraba por la ventana, con la mirada perdida. Al final del vagón se encontraba el Restaurante, y antes de llegar había otro compartimento peque?o, así que me dirigí hacia allí. Abrí la puerta y la cerré tras de mí, quedándome entre los dos vagones. Me apoyé en la pared y lancé un suspiro, bastante asqueado conmigo mismo y los pensamientos que se arremolinaban en mi cabeza.
Iba a sacar un cigarro cuando vi por el cristal de la ventana que la chica encargada del restaurante, vestida con su uniforme azul claro casi igual a los que llevaban las azafatas en los aviones, salía del restaurante y dejaba la puerta entornada tras ella, así que en vez de encenderme el pitillo, me esperé a que la camarera se perdiese de vista y me colé disimuladamente en el vagón restaurante mirando de no abrir mucho la puerta al pasar y cerrándola con cuidado al entrar.
Dentro estaba mucho más oscuro que en los vagones de pasajeros, pero también era mucho más íntimo y además podría sentarme mientras me relajaba un poco. Casi todo estaba a oscuras, tan solo tres haces de luz entraban por sus respectivas ventanas dispuestas en uno de los laterales, delante de algunas mesas y sillas bien ancladas al suelo, tal y como lo estaban los asientos en los que llevaba horas sentado. La barra estaba situada en un extremo, y el leve tintineo del cristal entrechocando podía oírse cuando el tren se balanceaba demasiado.
Me acerqué a la ventana y miré hacia fuera. El tren pasaba en esos momentos por un puente que discurría sobre lo que parecía un lago, y la luz de la luna se reflejaba en el agua. El tren tomó una peque?a curva mientras me llevaba el cigarro a la boca y pude atisbar una parte de los vagones traseros girando a veinte metros sobre el agua en calma. Bajé el seguro de la ventana y abrí la peque?a porción de cristal que podía inclinarse ligeramente hacia dentro, encendí el mechero tipo zippo y prendí el cigarro sin dejar de mirar hacia afuera, hacia el lago, el cielo, y las monta?as que marcaban mi camino de vuelta.
De vuelta a casa.
La cabeza seguía doliéndome, pero iba remitiendo en intensidad.
La puerta se cerró detrás de mí con un seco chasquido y por un momento, aún no sé bien por qué, pensé que al girarme me encontraría con el chaval. Pero no fue así. Frente a la puerta se encontraba la mujer rubia a la que había visto sentada en el primer vagón por el que había pasado de camino al actual.
El maquillaje de su cara se veía mucho más blanquecino aun, debido a la poca iluminación de la sala; le daba a su piel el aspecto de la porcelana y me recordaba al estilo pin-up que empezó a llevarse en los a?os 80. Era rubia y llevaba un peinado parecido al que llevaba Marilyn Monroe en las fotos que la inmortalizaron, unos ojos grandes rodeados de sombras y unos labios tan rojos que parecían negros en la oscuridad del vagón restaurante.
- Hola.
La saludé extra?ado, preguntándome porqué me había seguido hasta ahí.
- No deberías estar fumando-, La mujer, lentamente y con movimientos delicados, se acercó a una de las ventanas y me miró. Su voz era suave, casi como un canto, pero había algo extra?o en ella-, Tampoco deberías estar aquí.
- Necesitaba estar sólo un rato y fumarme un cigarro. Y ya que la puerta estaba abierta... ?Qué haces tú aquí?
- La oscuridad ha llegado y te reclama, John.
La luz pereció de golpe cuando el tren terminó de atravesar el lago y se internó en otro túnel.
Durante unos segundos aún fui capaz de discernir el contorno de la mujer gracias a la poca que luz que aún se filtraba en el túnel, pero luego nada. Incluso la estrecha franja de luz que antes entraba por debajo de la puerta se había extinguido. El ruido del traqueteo del tren y el entrechocar de las copas en los estantes me resultaba más audible que nunca mientras atravesábamos la monta?a.
En ese momento ya supe que algo andaba mal. Mi nombre real era Vincent, así lo eligieron mis padres y así fue. Pero John... Hubo una época en la que fui llamado así. John era... como esa persona me llamaba en ese entonces.
Y nadie más lo sabía.
- ?Qué dices? ?De qué co?o hablas?
La mujer echó a reír, o eso supuse, pues la risa que rasgó el espacio entre los dos podría haberse calificado de todo menos de humana. Un sonido chirriante, roto, una risa que sonaba más bien como el lamento de un demente en sus últimas horas de vida, riéndose a carcajadas mientras su mente se niega aceptar el sino de su vida.
Retrocedí un par de pasos hasta chocar con una de las mesas fijadas al suelo, y me apoyé en ella, tirando el cigarro encendido al suelo sin querer. El dolor de cabeza aumentaba por momentos, y estar a oscuras no estaba ayudándome para nada. Esa voz... ese sonido... Estaba seguro de haberlo escuchado con anterioridad. En mis sue?os.
- De eso trataba, de mi co?o. ?No lo entiendes? Yo solo quería que todos conocieran a mi co?ito.
Un rayo de luz perdido entre los túneles iluminó momentáneamente el vagón del expreso Lady Night. La mujer alzó tanto la voz que me aceleró el pulso.
- Eso es todo lo que yo quería. Pero la oscuridad vino y se lo llevó.
Una lágrima cayó por su mejilla, pero daba la impresión de no darse cuenta de ello, ya que no dejaba de sonreír, mostrando unos dientes aterradoramente blancos y perfectos para las condiciones en que se encontraba el resto de su cuerpo.
- Y ahora te quiere a ti también, John-, La voz se le quebró y continuó hablando en sollozos, con una voz mucho más grave que antes-, He de encontrar a mi cámara. He de encontrarle. ??Has visto a mi cámara?!
- ?De qué hablas? ?Qué oscuridad? ?Quién cojones eres y a qué estás jugando tía?
La voz sonaba totalmente diferente ahora. Ya no había ni rastro del tono femenino con el que había hablado antes. Rodeé la mesa guiándome con las manos para no tropezar, sin saber qué demonios estaba pasando, pero muy seguro de que no me apetecía averiguarlo.
El tren salió al fin del túnel y la luz de la luna inundó el vagón restaurante de nuevo, posándose los haces de luz sobre un paraguas de tela bastante raído y apolillado por cuyos agujeros se colaban diminutos rayos que quedaron proyectados sobre lo que hasta unos segundos atrás había sido el rostro de una mujer hermosa.
- Ya viene, John. La oscuridad viene. Y viene a por ti.
La voz salía ahora de un cuerpo envejecido hasta lo indecible.
El brazo que sujetaba el paraguas era casi tan delgado como dos dedos míos juntos, arrugado y algo ennegrecido, y los dedos con los que lo asía terminaban en unas u?as largas y secas, pero aun así pintadas de un rojo reluciente que destacaba con la luz blanco azulada de la luna.
Pero lo que más contrastaba era el blanco de sus ojos; eran unos ojos vivos en un rostro de muerte.
- ?Qué co?...?
Retrocedí otro par de pasos sin poder dejar de mirar esos ojos azules que parecían verlo todo y mofarse de mí. No sabía qué co?o estaba pasando, pero sí que quería salir de allí lo antes posible.
- Yo soy la anfitriona de este viaje de aquí a allí-, Hablaba lentamente, saboreando cada palabra antes de expresarla en un quedo susurro-, Soy Lady Night.
( Do Re Sol) " Lady Night les desea un buen viaje. Lady Night espera que estén complacidos. Lady Night desea complacerles." ( Doo Sol Re)
La voz de megafonía sonaba diferente ahora. Era la misma que la de aquel ser en forma de mujer que se protegía de la luz de la luna con un paraguas de tela, recortándose su silueta delante de la ventana.
- Do Re Sol...-, Picó tres veces en la ventana con la sombrilla mientras cantaba las notas de megafonía-, Lady Night te informa de que ya hemos llegado.
Durante un momento el rostro de lo que ahora era una anciana casi descompuesta pero maquillada se congestionó en una mueca de angustia e ira, abrió tanto la boca que pude ver todos sus dientes, pero no salió ningún sonido, y en cuanto parpadeé, ya no había nadie allí.
No quedaba rastro de ella. Tan solo el cigarro humeando en el suelo probaba que había habido alguien allí, y ese había sido yo.
Hasta que empezó a llover.
El silbato del tren sonó y el suelo saltó bajo mis pies impulsándome hacia delante, haciéndome chocar contra una estantería de puertas correderas y dejándome sin respiración por un momento. No sabía qué hacer, no sabía que pasaba. únicamente sabía que algo no iba nada bien. Un chirrido infernal se impuso al del silbato de la locomotora, y lo que había empezado como un leve temblor en el suelo se convirtió en violentas sacudidas de lado a lado.
(Do Re Sol) "Lady Night les informa de que su destino está cerca. Widower's Bay le aguarda. Lady Night espera que haya tenido un buen viaje." (Doo Sol Re)
El ruido de platos y copas rompiéndose apenas fue audible cuando todo el mundo giró sobre un costado.
Y ahí estaba ella de nuevo.
Como si el tren no estuviese volcando en ese preciso momento, la mujer permanecía de pie en el centro de la estancia, siempre de pie, siempre recta, sujetando el paraguas y mirando por la ventana.
(De Re Sol) "Gracias por confiar en Lady Night. La oscuridad ya ha llegado." (Doo Sol Re)
Y la oscuridad vino.
Cuando desperté todo era niebla a mi alrededor. Y un dolor de cabeza impresionante. Pero pude ver claramente el cartel que se alzaba ante mí; medio corroído por el óxido y con la pintura roja completamente agrietada en algunos lugares por los que se veía el metal, el cartel se alzaba a tres metros sobre el suelo rezando lo siguiente con grandes letras negras:
Bienvenidos a Widower's Bay