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Capítulo 27 - Mirei Rapsen

  Quizá mis recuerdos me jugaran una mala pasada, pero esa vez la forma en la que la máquina extrajo el éter fue totalmente distinta. En lugar de un vórtice caótico y sin sentido, los hologramas de Runi empezaron a llenar la habitación, convirtiéndose en peque?os cristales puntiagudos que brillaban con el color del fuego. Peque?as chispas etéreas empezaron a condensarse a su alrededor y a danzar a su son trazando espirales que dejaban detrás una estela con los colores del éter.

  En última instancia, no dejaba de ser un bonito espectáculo de luces, si bien uno sin necesidad de pólvora y pirotecnia. Amelia también pareció darse cuenta de la belleza de la situación, porque paró lo que estaba haciendo para dejar su cabeza sobre mi hombro y ver cómo las esquirlas se juntaban en una estrella de innumerables puntas que, poco a poco, empezaba a tomar forma sólida.

  Y, como evocando los meteoros que volaban por el cielo la noche en la que nuestra primera cita se fue al garete, trazó un arco por el techo de la cúpula y se precipitó contra mi pecho, dejando a la vez una placentera calidez en él y un leve brillo ígneo en las puntas de mis dedos, que aún se intentaban adaptar al nuevo éter que se distribuía a lo largo y ancho de mi sangre.

  ―Sabía que la última vez fue algo traumática para ti ―dijo la noble, indecisa sobre si nuestros ojos debían conectar o no―. Me sentía culpable. Sí, sé que dijiste que no te importaba. Lo del Favor de la Tierra fue un experimento de laboratorio sin más y no ayudó a mejorar tu percepción del sifón. Así que... ya que tenía una oportunidad de rectificarlo, quería que te pusieras cómoda y disfrutaras del espectáculo. Ya, es una tontería y quizá estoy pensando de más en cosas que debería haber dejado atrás a estas alturas, pero... espero que... bueno, valiera la pena. ?Cómo te sientes?

  ―?Runi? ?Díselo sin palabras!

  Con solo oír su nombre, la IA hizo que unas llamas aparecieran sobre mis dedos. El crepitar del fuego se sentía real y, si funcionaba como el agua, probablemente quemara a quien quisiera tocarlo, pero mi cuerpo no reaccionaba adversamente a las altas temperaturas.

  ―Uf, menos mal. ―Se llevó la mano al pecho, agachó la cabeza y suspiró aliviada―. No quería hacerte da?o. No otra vez. Odio ponerte en riesgo de una forma tan egoísta, pero no queda otra opción. Necesitamos seguir adelante con esto cueste lo que cueste. El tiempo apremia y... De hecho, ?sería posible intentar controlarlo ahora mismo, Runi? Ya sé que las lecturas son normales, pero habría que controlar el...

  La hice callar con un beso, aunque el chillido emocionado de Lilina impidió que el borbotear de la lava fuera nuestra íntima compa?ía. Sin mediar más palabra, atraje a la noble hacia mí y sentí en mis propias manos cómo su cuerpo se destensaba de repente, pero no fue hasta que me percaté de que había cerrado los ojos que pude hacer lo propio.

  ―Gracias, Meli ―susurré a su oído nada más separar nuestros labios―. Sin ti, me habría perdido esta emocionante aventura.

  Con sendas sonrisas mal disimuladas, seguimos restaurando el balance etérico del Dragón. Amelia preparaba difusores cutáneos, Lilina los aplicaba. Y, con un control más torpe de lo que ninguno de los dos pudiéramos admitir, Dan y yo desplazábamos el éter a su legítimo due?o. McGuerda también ayudaba, en su caso cristalizando las llamas que emanaban de las lenguas de fuego del magma del Caldero. En cosa de minutos, la bestia sagrada soltó un alarido victorioso.

  ―Siempre estaré en deuda con vosotros, jóvenes alquimistas. ―Sèamas se puso en pie con energías renovadas―. Mas hay algo que me preocupa. Como bien aprendí de vuestro antiguo maestro, atajar los síntomas nunca será capaz de enfrentarse a la causa que los provoca. Y hállome incapaz de daros una simple pista sobre ella.

  ―Restaurar su fuerza era el primer paso ―apreció McGuerda, con un golpe de pecho―. Estoy segura de que estos alfe?iques son capaces de mucho más.

  ―A ver. Recapitulemos, equipo... ―Amelia parecía especialmente emocionada con el misterio―. Partiendo de que el sabio Barkee fue incapaz de encontrar un motivo biológico y Runi no pudo hallar uno mecánico... Solo nos queda una opción plausible. Y no os va a gustar.

  ―Mi se?ora. ―Dan clavó a Adresta en el suelo para usarla como punto de apoyo―. Estáis sugiriendo que...

  ―Que el revuelo de arriba no era más que, en el sentido más literal de la palabra, una cortina de humo. ―Agarró mi mu?eca con fuerza, aunque no era a mí a quien buscaba en ella―. Runi, ?puedes confirmar mi teoría? gt_43(), por favor.

  La voz de la albina sonó mucho más llena de sombras de lo que había estado solo unos instantes antes. Apreté su mano.

  ―?Otra de las funciones del bueno de Greg? ―La IA parecía especialmente feliz de tener la oportunidad de experimentar con ella―. ?Ya veo! ?Oh, interesante, interesante! Sirve para...

  Amelia Tennath chasqueó la lengua. Cuando se dio cuenta de que había captado más de una mirada poco furtiva, arqueó los labios con una (probablemente fingida) determinación.

  ―Las explicaciones vendrán cuando haya tiempo para ellas.

  ―Vale, vale ―protestó la máquina con un peque?o festival de brillos rojizos―. ?Adelante!

  La pulsera hizo que un pulso de luz avanzara lentamente por la caverna. De repente, unas huellas se iluminaron en el suelo con un fulgor blanquecino. Una a una, como indicando cuál había sido el camino de una criatura invisible. Todos observamos en silencio, pero era más que evidente que el rastro no hacía más que crecer, llevando las pisadas hasta una profunda oquedad en la pared que no parecía cavada por la naturaleza.

  Amelia frunció el ce?o y arrugó los labios, más molesta que satisfecha de que su intuición hubiera tenido tino. En el más completo de los silencios, la alquimista tomó una piedra del suelo y la lanzó al lugar marcado.

  Se desintegró de un chispazo. Un par de hexágonos se dibujaron en el aire, reminiscentes de los escudos que Amelia era capaz de invocar gracias a sus avanzadas máquinas.

  ―Pues sí que iba a tener razón, fíjate. ―Soltó todo el aire de sus pulmones de un suspiro y buscó el hombro de su hermano para apoyarse, aunque él no estaba para demasiados trotes aún―. Haz las cosas fáciles y muéstrate.

  Como si un velo se hubiera rasgado de repente, una figura empezó a dibujarse tras el lugar en el que había aparecido el escudo de luz. Ataviado con una capa que no tenía mucho respeto por las leyes de la física y una armadura del negro más oscuro imaginable que solo veía la luz de unas junturas que refulgían en plateado, la silueta que tenía delante recordaba a un humano sobrenaturalmente esbelto, capaz de hacer parecer los casi dos metros de Dan un ni?o en comparación. Su cara estaba oculta tras un casco, pero a juzgar por todos los apéndices móviles que tenía, no podía ser el rostro de una persona el que estuviera ahí.

  ―De acuerdo, de acuerdo, me habéis pillado

  El desconocido alzó sus enclenques brazos en se?al de rendición y giró sobre sí mismo. Parecía que quería mostrar el bordado de su capa.

  ―No sé quién eres. ―Amelia parecía mucho más seria que de costumbre―. Aunque tampoco es que necesite un nombre para saber que cruzarnos contigo no es un buen augurio: el blasón de tu espalda me dice todo lo que necesito saber de ti.

  ―Me gusta escuchar esas palabras. Es por eso por lo que lo porto. ―No abandonó su postura, pero sí dio un par de pasos, marcha atrás, hacia nosotros―. ?Qué vas a hacer al respecto, Tennath?

  La albina alzó la mu?eca, invocó una imagen etérea al frente y, sin achantarse un ápice y una voz cargada de seguridad (esa vez genuina) en lo que hacía, dijo con cristalina claridad:

  ―Saluda a Padre.

  La figura soltó una risilla aguda, aunque obedeció agitando su brazo delante de la cámara, juguetona. Ni siquiera se molestó en volver a encararse a nuestro grupo para continuar con la conversación.

  ―Por lo que veo, estás solo en este caldero perdido de la mano de los Dioses ―apreció la joven―. Dame un motivo para no deshacerme de ti y quizá considere mantenerte con vida. Uno solo.

  ―?Oh! Buena pregunta ―replicó en tono burlón―. A ver, como ya te imaginarás... Soy reemplazable, mi muerte no os haría lograr algo más que algo de tiempo. Sí, no daría el chivatazo ahí arriba, pero... Bueno, qué quieres que te diga, chiquilla. Quiero pensar que por lo menos esos cabrones me echarían de menos. O al menos escucharían la se?al que han dejado de emitir mis transmisores.

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  ―Demasiada fe tienes en ellos ―espetó Amelia con un ponzo?oso desprecio en su tono―. O... muy, pero que muy poca. Sea como sea, yerras en tu juicio.

  ―Tampoco es que me importe demasiado, pipiola. Yo ya he acabado mis experimentos por aquí. Por tentador que suene drenar de nuevo la fuerza de esa bestia desde las sombras, sé reconocer cuándo no hay nada más que rascar. Así que nada, dame matarile. ―Sin dejar de mirar en mi contra, dio unas palmadas sarcástica al aire―. ?Tengo una diana en la espalda! ?Adelante! ?Bang, bang, bang, dale al gatillo!

  Dan levantó su espada en el aire, no sin tener que hacer gala de un gran esfuerzo. Al fin y al cabo, habernos asistido en la recuperación de Sèamas había impedido la recuperación de su cuerpo. Mirándole la cara estaba claro que no sería más que un lastre si la situación acababa en violencia, pero no había forma de borrar esa mirada de desafío en su rostro, así que decidí hacerme cargo yo misma:

  ―Me estoy aburriendo de tanta cháchara ―susurré a Runi que se transformara en un par de pistolas―. Y a mí me falta mucho contexto, así que estaré encantada de sacarte las respuestas a hostias si se tercia.

  ―Espera, Mirei ―me frenó Amelia―. Estoy segura de que eso es exactamente lo que quiere. Una excusa para... cambiar sus órdenes. Convertir esta agresión en alguna clase de detonante. ?Me equivoco?

  ―Tampoco es que podáis hacer nada con esos palos y piedras que llamáis tecnología. ―El extra?o por fin parecía interesado en lo que teníamos que decir y giró sobre sus talones con un gesto teatrero―. Con perdón a la excepción, claro. En fin, si insistís, no voy a faltaros al respeto; yo también echo de menos algún que otro enfrentamiento. ?Venga, va!

  De repente, el brazalete que contenía a Runi se iluminó de distintos colores. Pude ver que, de alguna forma, Amelia le había enviado un mensaje desde su propio terminal. Enca?oné una de las pistolas y me di cuenta de que la máquina había dibujado en mi brazo un peque?o texto: ?gana tiempo?.

  Alcé el otro brazo en horizontal para indicar a Lilina que este no era un combate en el que debía meterse y, sin dejar un instante huérfano, realicé un par de disparos de advertencia. Aunque apunté a cierta distancia de la figura, las peque?as esferas de energía que le había lanzado explotaron al encontrarse con esos extra?os hexágonos protectores. ?Hasta dónde llegaba ese escudo invisible?

  Para averiguarlo, decidí recortar mi distancia con el adversario. Si había entendido bien la tecnología de Amelia, me pararía como si se tratase de un muro intangible al toparme con él. Caminé poco a poco en su dirección, asegurándome de que no dejaba de tener su atención. Lancé algún que otro disparo más y Runi escribió otra pista en mi brazo. ?éter; no ahora?. Así que obedecí y seguí haciendo gala de mis habilidades de tiro, afinando cada uno de los disparos cada vez más cerca de la cabeza de ese atacante que prácticamente se había tomado su tiempo para posar en la distancia.

  Harto de tanto paripé, chasqueó los dedos en el aire y todas las figuras geométricas del aire se iluminaron sutilmente antes de converger en su armadura. El escudo había vuelto a él, y eso le dio la seguridad necesaria para deslizarse a toda velocidad a por mí. Dan intentó empu?ar su espada, pero Lilina interpuso el brazo delante de él.

  ―Dioses, esto es un muermazo. ―El atacante me levantó en el aire con un solo brazo y bostezó―. Como si... te estuvieras conteniendo. Anda, anda... Esta estrella tiene cosas más interesantes que unas pistolas Alrune. ?Ensé?amelo!

  La IA se lo tomó a lo personal y se transformó en un montón de púas que se clavaron en el costado del atacante, aunque fueron incapaces de atravesar más que unos centímetros más allá del entramado luminoso. Ni siquiera fue capaz de rozar la armadura física que había debajo.

  ―Curioso. ―Me lanzó hacia los cielos sin esfuerzo y volvió a aplaudir lentamente―. Una IA de combate autónoma. Buena forma de aprovechar un Envío provechoso, ?eh, jóvenes Tennath?

  Ninguno de los aludidos dignó al asaltante con una respuesta, pero Lilina se lo tomó como una invitación a unirse al combate, a juzgar por su nueva postura.

  ―Es curioso cómo retorcéis el uso intencionado de cada peque?o invento ―admitió, alzándome de nuevo de la mu?eca de la que colgaba el núcleo de Runi―. Siempre habéis sido unos rebeldes, al fin y al cabo. Unos trápalas, un grano en la rabadilla... ?Ah! ?Cómo me gustaría deshacerme de vosotros!

  Aproveché que aún seguía en altura y usé la inercia del balanceo para propinar al larguirucho un pu?etazo en el estómago con todas mis fuerzas, pero el escudo solo hizo que me quedara vibrando en el sitio.

  La luz verde para usar mis mejores herramientas estaba tardando más de lo que me gustaría.

  ―Ya habrás visto que no soy muy amigo de los planes de no interferencia de la Federación. ―Aunque sus palabras no se dirigieran a mí, me devolvió el golpe y me lanzó a varios metros de distancia―. Mas, no te preocupes, joven Tennath. No queda mucho para que solo sean historia. Me encargaré personalmente de usar este peque?o incidente para acelerar la Cosecha. Así que ríndete y, quizá, quizá...

  No le dejó terminar.

  ―Nunca. ―Dio un paso adelante y, con las llamas del verdadero odio en los ojos, sacó una de las cápsulas que habían sobrado antes y la lanzó para causar una neblina de éter―. Si hay algo a lo que nunca renunciaré es a los principios de Padre. Y eso incluye seguir oponiéndome a la Federación Aruna hasta el final de mis días.

  Mi piel mostró un nuevo mensaje. ?Dispara, ahora?. Di un salto hacia atrás, junté ambas pistolas y presioné el gatillo. Sentí cómo, en esta ocasión, la habitual carga de energía de Runi se había sustituido por un proyectil de puro éter. Por un lado, un hielo que se negaba a derretirse por mucho que el mismo corazón del volcán se opusiera. Por otro, roca que el éter pírico había sido capaz de convertir en magma.

  Ambos ignoraron el campo de fuerza e impactaron en el casco del enemigo. Una pieza enorme cayó al suelo, dejando entrever un extra?o rostro al otro lado. Su piel era del más pálido de los grises. Solo se podía atisbar una peque?a parte de su ojo derecho, pero era suficiente para afirmar que no consistía en nada más que una esfera totalmente amarilla con solo un punto negro desde el que enfocar la mirada, como puesta encima de ese rostro tan atípico.

  ―?Ah! ?Dolor! ?Me encanta! ―Se llevó la mano a la zona del impacto y liberó los tentáculos que habían quedado atrapados entre los trozos de la guardia―. ?Esto es otra cosa! Una lástima que nuestro tiempo se acabe, primitiva joven. Este hallazgo no es sino un hito del que informar a mis superiores. ?Ah! ?Qué gozo!

  ―Eh, tú. ―Volví a apuntar al tipo con mi arma―. Dame un nombre.

  ―Supongo que te lo has ganado, Mirei Rapsen. ―Hizo un esfuerzo por tapar el agujero de su casco―. Sí. No necesito el tuyo, primitiva. Pero el mío es Ryyz Liohn.

  Chasqueó los dedos y, como por arte de magia, se deshizo en peque?os cubos luminosos que ascendieron hasta los conductos que llevarían a la salida del volcán. Dejando más preguntas que respuestas y a una Amelia que temblaba con un cóctel explosivo de emociones negativas.

  ―Has hecho bien, mi se?... hermana. ―Que Dan usara esa palabra para animarla era indicativo de mucho―. El objetivo aquí no era el combate, sino...

  ―?Lograr una puerta trasera a AruNET! ―exclamó Runi―. ?Oh, nena! ?Oh, nena! ?Gracias, Mirei! ?Gracias, Meli! ?No hubiera sido posible sin ti! ?Yuju!

  ―Estaría bien que me incluyerais en los planes ―protestó Lilina, que aún temblaba en búsqueda del valor que necesitaba para enfrentarse a la situación―. Pero supongo que no hubiera estado a la altura.

  Nos invadió el silencio. Cuatro humanos, una teinekell y un enorme dragón de piedra volcánica habíamos presenciado las misma inexplicable escena y, a pesar de ello, nadie sabía qué decir. O, si lo sabía, era bastante bueno ocultándolo.

  Todos los presentes que no llevaban el apellido Tennath por bandera fijaron sus ojos en mí. ?Por qué había caído la carga en una servidora? ?Qué esperaban que dijera? ?Yo tampoco tenía los pensamientos en orden!

  ―Supongo que os debemos una explicación ―admitió por fin Amelia, salvándonos del atronador silencio―. Supongo que este enfrentamiento os ha dado alguna pista sobre lo que está pasando, pero...

  ―?Espera! ?Espera! ―interrumpió la IA a gritos―. ?Por fin! ?He podido contactar con Rory! ?O él ha intentado contactar conmigo! ?Qué más da! ?Sea como sea, es el momento perfecto de contar historias si estamos todos! ?Eh! ?Hola, Rory! ?Me escuchas?

  ―?Runi? ?Eres tú? ―Un chirrido mecánico lo acompa?ó―. No estoy muy seguro de cómo funciona este cacharro. Dicho eso... te escucho, sí.

  ―Somos nosotros ―respondió Amelia―. En vivo y en directo desde el corazón de Kadrous. Te oímos alto y claro.

  ―?Perfecto! ―Le acompa?ó un sonido similar a una palmada―. ?Se os ocurre desde dónde os puedo estar llamando yo?

  ―Desierto de Lépix ―Runi respondió automáticamente.

  ―Menuda forma de arruinar una sorpresa, Runi ―protestó el alquimista. El hastío en su voz se podía notar a pesar de la distancia. Incluso podía ver cómo se masajeaba las sienes en se?al de frustración―. Sí, estoy justo ahí. Concretamente, os llamo desde el cristal de Sylvalia. ?Te dice eso algo, Amelia?

  ―Así que lo has encontrado, ?eh? ―La aludida se ajustó las gafas, como si quisiera pavonearse de alguna forma. Evidentemente, no se vio al otro lado de la conexión―. Estoy deseosa de escuchar tus conclusiones, Rory.

  ―El origen de las estrellas ―recordó, en tono altivo. Parecía que estaba compitiendo con la noble―. Mirei, ?recuerdas cómo hablabas de una estrella original?

  A?adí un peque?o ?ajá? a mi vaivén de cabeza para que el alquimista recibiera mi mensaje de forma correcta.

  ―Jenna y yo hemos dado con ella. ―Parecía bastante animado al decirlo―. Tenías razón, peeero... ?Yo también la tenía al pensar que había que averiguar de dónde venían!

  ―Espléndido ―aprobó la noble―. Contadme, ?dónde más os ha guiado el caminito de migas de pan?

  ―Era fácil adivinar que las estrellas fugaces venían del espacio. Asociarlas a los nuevos materiales que empezaron a aparecer en nuestra tierra y el incremento de tecnología desconocida tras el Diluvio no era sino una conclusión natural ―explicó la voz al otro lado del enlace―. Incluso validar esa teoría fue fácil: Runi calculó las trayectorias por mí y me indicó que, en efecto, su punto de origen no podía estar en la superficie de nuestra estrella. Gracias de nuevo, por cierto.

  ―?De nada! ?Estamos para servir!

  ―Además, he tenido la oportunidad de comprobar de cerca que esos mismos meteoros cuentan con un núcleo protegido cuyo objetivo es, aparentemente, el transporte.

  ―Ajá. ―Amelia parecía bastante interesada en la teoría de mi hermano, aunque su rostro era incapaz de ocultar lo que el frío tono de su voz pretendía impostar―. Venga, dilo entonces: tu conclusión es...

  ―En base a lo que he encontrado en la cápsula de la estrella original, quiero que me confirmes algo ―Tragó saliva tan fuerte que se escuchó a través del altavoz―. Tú también vienes del espacio, ?verdad?

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