Clementina había sido destruida por alguien. A pesar de las órdenes de Candado, no se había encontrado nada. El tiempo había pasado, y el silencio reinaba entre ellos. Sólo quedaba la pregunta interna que quemaba en la mente de todos: ?Cómo pudo haber sucedido algo así?
Frente a ellos yacían los restos de Clementina, o lo poco que quedaba de ella. En su mano todavía se aferraba su memoria. Todo había sido grabado. Candado observaba los videos a través de una laptop.
Cuatro personas, vestidas de negro y con el emblema de un águila en el pecho, habían sido captadas por las cámaras. Se podían distinguir sus rostros, incluso sus voces. Los gritos desesperados de Hammya resonaban en la grabación, y el sarcasmo de Clementina, burlándose de ellos hasta el último momento, calaba hondo.
—Se metieron con la gente equivocada —fueron las últimas palabras que pronunció ella.
La transmisión se detuvo.
—Agentes —dijo Lucas en voz baja.
La habitación se cargó de una tensión espesa, como si el aire se hubiera enrarecido por la rabia contenida.
—?Qué haremos? —preguntó Héctor, con el ce?o fruncido.
Candado no respondió. Se apartó del computador portátil y caminó hacia el teléfono. Marcó un número y esperó.
—Hola, soy yo. Necesito que vengas.
Colgó sin esperar respuesta.
—Héctor, notifica a los semáforos.
—Entendido.
—Walsh, informa a la O.M.G.A.B. Los agentes atacaron a un gremio.
—De inmediato.
—El resto, sigan buscando... pero esta vez, fuera del área del pueblo.
—Sí, se?or.
Candado se quedó solo. Su rostro mostraba una tensión inquebrantable. Quería llorar, pero no podía. No... no debía hacerlo. En momentos como ese, tenía que mantenerse fuerte. Hammya estaba desaparecida, y apenas había pasado una hora desde lo ocurrido. Era crucial encontrarla cuanto antes.
Dio un paso a la izquierda y pisó algo. Bajó la vista y vio el broche de rosa violeta de Hammya. Lo recogió y lo contempló con atención.
—Esmeralda… —susurró, con una tristeza suave en la voz.
El tiempo pasó, y Nelson fue el primero en llegar. Desde el umbral, sintió que algo no andaba bien. Su intuición no falló: el cuerpo de Clementina yacía destrozado frente a él.
—Dijiste que tú la dise?aste —murmuró, sin apartar la vista del desastre.
—Así es —respondió Nelson.
—Quiero que la reconstruyas.
—Me temo que debo negarme.
—?Hay algún motivo?
—Aunque lo hiciera, ya no sería la misma. Sería como Clementine.
—Bien. Si tú no lo harás, entonces lo haré yo.
—Nada garantiza que vuelva a ser quien era.
—?Tienes los planos o no?
Nelson suspiró. Luego murmuró:
—Grivna.
Una peque?a figura salió de su bolsillo. Era un dispositivo con forma humanoide.
—A sus órdenes.
—Transfiere los planos de Clementina, Versión 02.
—Entendido.
Grivna saltó sobre la mesa, conectó su mano derecha a la laptop, y la transferencia comenzó.
—Archivo transferido.
—Ahí lo tienes —dijo Nelson.
—Gracias. Ahora puedes irte.
—No lo creo. Tienes problemas con los agentes.
—?Y eso qué?
—Necesitas mi ayuda.
—No lo creo.
—Si los agentes están involucrados, entonces Greg también. Te lo advertí. Ha pagado sicarios y ha secuestrado ni?os. Esto me llevará hasta él.
—No soy nadie para impedírtelo… y ya tienes experiencia con esto. Así que, adelante.
—Dime algo, joven… ?Qué hay de tus padres?
—No se los diré. Mamá está embarazada y mi padre poco y nada puede hacer. Es mejor que no lo sepan.
—Es tarde —dijo una voz femenina detrás de ellos.
Ambos se voltearon de golpe.
—??Mamá?!
—Me enteré de todo por Tínbari —respondió Europa.
—él...
—Yo lo obligué —intervino una voz más.
Amabaray y Tínbari se manifestaron junto a ella.
—Son madre e hijo —dijo ella, mirando a ambos—. Por ende, los dos son unos cabezotas.
—Lo siento —se disculpó Tínbari, dirigiéndose a Candado.
—Hammya está secuestrada… y Clementina, destruida —dijo Europa con el rostro abatido.
—Sí —afirmó Candado, con el corazón hecho trizas con su rostro serio.
—Otra vez… —murmuró Europa, conteniendo la furia que le ardía en el pecho.
Sus manos temblaban. Su rostro, normalmente sereno, estaba endurecido por la ira.
—Mamá, cálmate —pidió Candado, con tono sereno pero firme.
—?Cómo quieres que me calme si han osado meterse con mis ni?os?
—Estás embarazada —le recordó él—. Y no solo podrías hacerle da?o al bebé… también te haces da?o a ti misma. Sé que tu pasado con los agentes fue… desagradable. Pero descuida, ella volverá a casa en menos de una semana.
Todos en la sala lo miraron con asombro.
—Como escucharon —repitió con convicción—, en menos de una semana volverá a casa, sana y salva.
—Entonces, si es así, colaboraré —cedió Europa tras un silencio tenso.
—Bien, pero desde lejos —a?adió Candado con suavidad.
—Te preocupas demasiado…
—Lamento interrumpir —dijo Lucas, con rostro grave—, pero lamentablemente no sabemos dónde pueden estar.
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Candado guardó silencio. Entonces, como si un balde de agua helada se derramara sobre su cabeza, la idea le golpeó con fuerza.
—Tenemos un prisionero en Kanghar —dijo con rapidez.
—Eso es… extra?o —respondió Nelson, frunciendo el ce?o.
—Lo sé, anciano. Pero es una gran pista. él podría decirnos dónde está.
—?Y si se niega a hablar?
—Kanghar siempre hace hablar a los prisioneros… con las cuevas.
—Es un método bastante inhumano, si me preguntas —opinó Héctor.
—Necesitamos una sombra en la luz —respondió Candado con voz baja—. Ese es nuestro lema.
—Candado…
—Tranquila, mamá —la abrazó con fuerza—. Me aseguraré de traerla de vuelta.
—?Y Clementina?
—No hay nada que yo no pueda reparar.
—Por favor… ten mucho cuidado.
—Lo tendré —dijo él, antes de marcharse.
Candado abandonó el país sin perder tiempo. Antes de partir, dejó órdenes claras de continuar la búsqueda. Gracias a la intervención de Mauricio, no tardó en llegar a Kanghar.
No se reunió con sus hermanos "presidentes" para informarles del asunto. No había tiempo para protocolos. Fue directo a la sede de interrogatorios.
Allí lo esperaba López Turner, el director. Un hombre mayor, de semblante pétreo y mirada dura. Era sabio, pero carente de empatía, de risa, de humanidad. Justamente por eso mantenía una relación cordial con Candado, y con nadie más. El resto le temía.
—?Necesita algo de mí? —preguntó Turner, sin rodeos.
—Claro que sí. Busco a la prisionera de hace unos días.
—Curioso. Ella dijo explícitamente que solo hablaría con usted.
Candado arqueó una ceja.
—?Y sabe por qué?
Turner negó con la cabeza.
—Entiendo —dijo el joven, cruzando los brazos—. ?Puedo pasar?
—Claro que puedes.
—?Alto ahí, Nankinjo! —interrumpió una voz aguda.
Candado se giró, irritado.
—Oh, ?qué quieres ahora, Yuuta?
El joven abrió su abanico con elegancia y comenzó a abanicarse, como si la escena le aburriera.
—No puedo permitir que hagas eso sin haberlo consultado con nosotros. Menos mal que estaba cerca.
—No tengo tiempo para eso. Han secuestrado a una amiga, y necesito información ya.
—Eres un candado, Nankinjo. Y no estás solo. Hace unos meses pediste ayuda por un problema absurdo, y ahora que se trata de algo serio, algo que involucra a agentes, ?Quieres actuar por tu cuenta? Dime… ?Qué piensas que somos?
Candado apretó los dientes. Lo odiaba, pero tenía razón. Era un líder en Kanghar. Hammya, su vice, estaba desaparecida. El secuestro era un ataque directo contra los candados del poder ejecutivo.
—?Cómo sabías que estaba aquí? —preguntó con molestia.
—?Ya lo olvidaste? Toda la isla está protegida por el sello de mi vice abuela. Puedo sentir cada vez que alguien entra o sale.
—Eso ya lo sé. Pero ?Por qué ahora?
—Sencillo. Nunca me había molestado, hasta que tú llegaste aquí. En un día que, casualmente, justo ahora hay una agente capturada. ?Qué garantía tenemos de que lo que hagas no nos perjudique?
Candado suspiró.
—?Estás dispuesto a hablarlo? —preguntó Yuuta con cordialidad.
A rega?adientes, el joven asintió.
Tiempo después, la prisionera fue llevada a la sala de juntas de la O.M.G.A.B. Custodiada por dos guardias y observada de cerca por López Turner, entró con paso seguro.
Los candados "los presidentes" estaban todos presentes. La tensión se respiraba en el aire. Ante ellos, una agente. Un uniforme manchado con la ideología de quienes asesinan sin pesta?ear. Se sentía el miedo… y el odio.
—Veo que tienen algo que decir —dijo la mujer, con voz cortante.
—Samanta Ferrero. Treinta y cuatro a?os. Ocupación… desconocida —leyó uno de los presentes.
Samanta no apartaba la mirada de Candado. Y él, con frialdad absoluta, le devolvía la mirada sin parpadear.
—Supongo que si están aquí es porque el patriarca tuvo éxito en su cometido —dijo ella, seria.
—?Dónde está la agencia? —interrumpió Candado con tono cortante.
—Calma… —sonrió levemente—. Se los diré… si hacen algo por mí.
—?Crees que estás en posición de exigirnos algo?
—Tienen prisa —replicó ella, dirigiendo su mirada directamente a Candado—. Al menos uno de ustedes la tiene.
Parecía burlarse con sus palabras, aunque su rostro no reflejaba burla alguna.
—?Por qué piensas eso? —preguntó Candado.
—Sé que para usted es importante.
Un silencio espeso los envolvió.
—Así que quiero que hagan algo por mí. No se preocupen, no se trata de matar o destruir. Más bien… es un rescate.
—?Piensas que…?
—Continúa —intervino Candado, con tono serio.
—Pero, Cadenas… —dijo Jaqueline, dubitativa.
—Sé lo que hago. Si es una trampa, sobreviviré. Y les avisaré.
Jaqueline se acercó y tomó su mano.
—Por favor… esto es serio.
Candado respondió apretando su mano con firmeza.
—No te preocupes.
Luego, miró fijamente a Samanta.
—?A quién tengo que salvar?
—A mi hija.
La mujer contó una historia, una historia de su pasado.
Inés Ferrero, hija de Samanta, desapareció en agosto del 2008. En su desesperación, Samanta recurrió a los gremios en busca de ayuda, pero estos se negaron. Humillada y abatida, fue entonces cuando los agentes aparecieron. Habían visto en ella un potencial oculto: odio.
Le ofrecieron falsas promesas. Si aceptaba unirse a ellos, le devolverían a su hija. Pero antes, debía cumplir ciertas misiones, las más bajas y sucias que tenían, para demostrar su lealtad.
Durante cinco largos a?os creyó sus palabras. Hasta que lo comprendió: jamás tuvieron la intención de ayudarla. Era solo un recurso, una herramienta más. Y cuando quiso irse, descubrió la verdad más cruda: nadie renuncia a los agentes. Ellos te despiden… pero no de la mejor manera.
Dentro de la organización, escuchó incontables veces el nombre de Candado Barret, líder de los gremios, catalogado como una amenaza potencial para la humanidad. La orden del patriarca fue clara: no molestarlo… por ahora.
Ese “por ahora” se convirtió en un “jamás”, cuando el director de la agencia asesinó al patriarca y tomó el poder. Su nueva estrategia fue observar a Candado desde las sombras. Sin embargo, uno a uno, los agentes que lo seguían comenzaron a morir en circunstancias misteriosas.
—?Lo sabías? —preguntó Samanta.
—No —respondió Candado, con voz seca—. Por lo visto, Clementina y Tínbari se encargaron de ellos.
—Entiendo…
Como trabajaba en otra oficina, Samanta nunca había visto el rostro de Candado. Solo conocía su nombre. Por eso ideó un plan para ganarse su confianza: atrapar al "especímen en bruto", Hammya Saillim.
Hammya, con su cabello llamativo, era una figura fácil de rastrear. Usó pruebas falsificadas para convencer al nuevo patriarca de que era especial, que su captura beneficiaría enormemente a la agencia. El nuevo líder, no muy inteligente, aceptó encantado al oír palabras como “potencial” y “contribución”.
El plan era atacar en Kanghar, donde supuestamente Hammya era más débil. El atentado se ejecutó y fracasó. Oficialmente, Samanta había muerto. Pero todo era una artima?a para acercarse a Candado, cuya existencia, decían, ocultaba un potencial ilimitado.
Una vez cumplida su misión y apresada, solo le quedaba esperar el momento justo. Y cuando Candado apareció, supo que ese momento había llegado.
—Así que fue tu culpa, ?verdad? —murmuró Candado.
—En otras palabras, sí.
Candado sintió un calor furioso en el pecho. Sus tatuajes violetas se activaron y sus ojos ardieron, también de un color violeta vibrante.
—Nunca he tenido tantas ganas de asesinar a alguien…
—Cálmate, Candado. No vayas por las ramas —dijo Raúl, su primo, sujetándolo del hombro.
Candado respiró hondo y se contuvo ante sus palabras.
—?Piensas que vamos…? Perdón. ?Qué voy a ayudarte?
—Sé que lo harás. Buscar una sede de los agentes no es fácil. Aunque me tortures, no sabrás nada.
—Puedo probarlo.
—También sabes que aunque lo intentes y tengas éxito… ?cuántos días tardarías en sacarme la información? Para entonces, tu amiga ya será otra cosa.
Candado cerró los ojos. Su pulso vibraba de rabia y ansiedad.
—Lo haré.
—??Qué!? —exclamó Yuuta.
—Dije que lo haré.
—No sabemos si es una trampa o una artima?a—comentó Jaqueline.
—Sé que ella no miente.
—Hay una primera vez para todo, Candado.
—Solo los inseguros como tú se atreverían a decirme eso, Yuuta.
Luego, Candado volvió a mirar a la mujer.
—Odio tener que hacer esto.
Se acercó y la tomó de los hombros.
—?Qué harás? —preguntó Samanta, alarmada.
Los ojos de Candado empezaron a brillar intensamente.
—Muéstrame lo que vieron tus ojos.
Entonces él lo vio.
Una ni?a de apenas diez a?os que veía cosas que los demás no podían. Para un padre distraído y desconsiderado, todo habría sido imaginación o simples miedos infantiles. Pero Inés no imaginaba: veía cosas que la aterraban, escuchaba susurros que la perturbaban, sentía presencias que odiaba.
Samanta, su madre, pensó en llevarla a un psiquiatra... o tal vez a un sacerdote para un exorcismo. Pero con el paso del tiempo, optó por ignorarla. Pensó que todo se le pasaría, como pasaban las rabietas o los berrinches.
Se equivocó.
Las cosas empeoraron. Inés comenzó a gritar por las noches, a pintar las ventanas y cubrir los espejos. Desarrolló una aversión visceral a todo lo que reflejara. Hablaba sin sentido, se negaba a salir de casa, y menos aún a asistir a la escuela. Dormía en cualquier parte... menos en su habitación.
Samanta, cada vez más agotada, comenzó a hartarse de tenerla durmiendo a su lado. Las pesadillas de la ni?a interrumpían su descanso, una y otra vez. Hasta que, una noche, decidió encerrarla en su cuarto. Pensó que no pasaría nada. Qué equivocada estaba.
La despertó un grito desgarrador en plena madrugada. Corrió hasta la habitación... pero Claudia ya no estaba. Había desaparecido.
Mientras observaba aquellos recuerdos, Candado indagó más profundamente en la mente de Samanta. Lo que encontró fue grotesco, inhumano. Aberrante.
Cuando terminó, cerró los ojos unos segundos, como si necesitara ordenar todo lo que había visto. Al abrirlos, su mirada era fuego contenido.
—...Un espejo en la puerta de la habitación —murmuró, mientras la sangre comenzaba a brotarle de los ojos, por el esfuerzo.
—?Tus ojos! ?Estás bien? —exclamó Samanta, alarmada.
Candado sacó un pa?uelo y limpió con calma las lágrimas escarlata que le corrían por las mejillas.
—Estoy bien. Quise mirar más de lo que debía.
De pronto, dio un paso al frente. Todos lo observaron sin comprender, hasta que alzó la mano... y abofeteó a Samanta con el dorso de la palma.
El golpe resonó.
—?Estúpida! —espetó.
Samanta, confundida y atónita, apenas pudo pronunciar:
—?Qué...?
Candado la miró con una mezcla de furia y desprecio.
—Sé dónde está tu hija. Y aún me pregunto... ?De verdad estás capacitada para ser madre?
Ella no supo qué responder. Solo lo observó, paralizada.
—Nos vemos en dos días —anunció él, sin más.
—?A dónde vas? —preguntó Raúl con preocupación.
—A buscar a su hija. Si lo que vi es real, necesito saber algo... ?Dónde está su casa?
Un guardia se adelantó, sacó una hoja y una lapicera. Se la entregó a Samanta. Ella, aún aturdida, escribió la dirección con rapidez y se la dio a Candado.
él la leyó, sonrió levemente y murmuró:
—Je... qué lista. Nadie sospecharía de este lugar.
Sin decir más, guardó el papel en el bolsillo y se dio media vuelta.
—Nos vemos.
Se marchó sin mirar atrás.
—Eso fue interesante —comentó Tínbari con una sonrisa torcida—. Justo en el momento indicado.
—Necesito hacerlo rápido si quiero salvar a Hammya —dijo Candado, sin detenerse.
—?Necesitas algo?
—Llévame a esa casa.
—Mauricio puede hac...
Candado lo sujetó de la corbata con fuerza y lo atrajo violentamente hacía él.
—Ahora.
Tínbari soltó una carcajada baja y chasqueó los dedos. Una densa neblina comenzó a envolverlos.
—A sus órdenes, don.