Candado se sentó frente al individuo. Era un hombre mayor, con el rostro oculto tras la sombra de su capucha. A pesar de su vestimenta desalineada y visiblemente gastada, Candado podía sentir un poder inmenso emanando de él.
—Debiste haberte ido cuando tuviste la oportunidad.
—Vine por un trabajo, se?or…
—Puedes llamarme Vicente.
—Vicente, claro —Candado aclaró la garganta—. Vine por un trabajo. Es la razón de mi visita.
—?Y qué? ?Atravesaste todo esto por un pu?ado de monedas?
—No sé en qué a?o cree que estamos, pero si voy a venderme, no será por unas pocas monedas.
Vicente soltó una carcajada grave.
—Veo que tienes sentido del humor.
—En fin... ?Dónde están mis compa?eros?
—En otras habitaciones. No nos molestarán.
—?Están bien?
—Eso depende de ellos.
Candado suspiró y se recostó en la silla.
—?Y bien? No creo que me hayas traído solo para cenar.
—Muy inteligente, Candado.
—?Qué quieres?
—Tu ayuda.
—?Mi ayuda?
—Pensé que Remirus te despedazaría, pero cuando entraste… sentí tu poder. Es magnífico.
—Te escucho.
Vicente se levantó, caminó con calma hasta la mesa, se sentó sobre ella y le extendió la mano.
—Trabaja para mí.
—?Perdón?
—Trabaja para mí. Puedo darte lo que quieras. Solo abandona esa idea estúpida de los gremios.
—?Por qué lo haría?
—Dijiste que no te venderías por monedas. Lo respeto. Pero yo puedo ofrecerte mucho más que eso, créeme.
—?Por qué un anciano como tú necesita la ayuda de un ni?o?
—Tal vez físicamente lo parezcas, pero tus ojos… esos no son ojos infantiles. Son los de un hombre.
—?Ah, sí?
—No estoy hablando con un ni?o. Hablo con un adulto.
Candado cruzó los brazos.
—?Qué tienes en mente?
—Los Circuitos son cosa del pasado. Los gremios están en decadencia. Es momento de que nazca un nuevo orden. Sabes lo que hacen los Agentes... Nos cazan, experimentan con nosotros. Si no morimos, quedamos como vegetales. Quiero ayudar a esos ni?os. Ayúdame a construir algo nuevo.
—?Y los que se opongan?
—Serán silenciados.
—Vaya, qué hipócrita.
—?Por qué lo dices?
—No lo haces por los ni?os. Lo haces por venganza.
Vicente no respondió.
—?Crees que no lo he notado?
Candado miró a su alrededor y luego al asiento donde estaba.
—Debo admitir que esta silla es cómoda. La madera es fina, y se siente como un cojín. No sé cuántas veces habrás hecho esto… pero si planeas debilitarme absorbiendo mi energía, estás perdiendo el tiempo.
—?De verdad piensas eso?
—Tú solo quieres ser joven. Absorbes la energía de personas como yo. Dices que es por ellos, pero ?Cuántas vidas se perdieron para que pudieras sostener esta farsa? Incluso esas que juras querer salvar.
Vicente sonrió y cerró el pu?o. De inmediato, la silla encadenó a Candado con fuerza mágica.
—Por favor —dijo con una voz serena—, no me obligues a hacerlo. Podemos colaborar en esto.
—Una persona que practicó un conjuro... olvídalo.
—Hablas como si supieras por lo que he pasado. No sabes lo que es vivir en la desesperación, tener que tomar la decisión más difícil para sobrevivir.
—Créeme, viejo… no sé qué clase de situación desesperada enfrentaste, pero si usaste un conjuro para salvar tu vida, está bien. Lo entiendo. Pero dime: ?Estás en peligro ahora? ?Todavía lo necesitas?
Vicente respondió con calma.
—Una vez que descubres algo que funciona, no hay razón para dejarlo.
—Para usar un conjuro… se necesitan vidas humanas.
—Gracias a ello, soy inmortal. Tú también podrías probarlo.
—?Ah, sí?
—Claro. Por eso te doy la oportunidad de demostrar tu instinto de supervivencia.
—?Y cómo harás eso, anciano?
—Tus amigos… han sido enga?ados para entrar en esta casa. Todos están hipnotizados y fueron llevados a habitaciones diferentes, cada uno con una alucinación distinta.
—?Y?
—Tú eliges —respondió Vicente, con una sonrisa torcida—. Si quieres vivir, debes unirte a mí. Eso implica matar a tus amigos y absorber su energía vital. Solo así obtendrás el conjuro. —Se inclinó hacia Candado y le susurró al oído—: O puedes morir junto a ellos, y terminarán siendo un festín más para mí...
Un quejido gutural interrumpió su amenaza. Vicente se apartó bruscamente, llevándose la mano al cuello.
—??Qué… qué estás haciendo?!
De los labios de Candado manaba una cantidad grotesca de sangre. Su ropa estaba empapada de rojo, y entre sus dientes aún se atascaba un trozo de carne ajena. Vicente, tambaleante, se llevó ambas manos al cuello, tratando de contener la hemorragia.
Candado escupió la piel con desdén.
—Pero que tonto —masculló con una sonrisa manchada de sangre—. ?De verdad pensaste que podrías da?arme? Eso es lo más gracioso que he escuchado en todo el día. Mira el lado bueno, eres inmortal. Una herida así habría matado a cualquiera.
Vicente se incorporó con esfuerzo, cubriéndose la herida.
—Pagarás por esto…
—?Así? ?Cómo? —preguntó Candado con curiosidad burlesca.
—Vas a ver cómo tus amigos mueren... y no podrás hacer nada al respecto.
Candado soltó una carcajada desquiciada. Luego, tan repentinamente como había empezado a reír, su rostro se volvió serio, como si nada hubiese ocurrido.
—No conoces a esos idiotas. Nada los detiene.
Lucas
Un ni?o abrazaba a un anciano con fuerza.
—Abuelo… pensé que habías muerto.
—No, estoy bien…
—Entonces, yo te mataré.
—?Qué…?
El cuerpo del anciano estalló en llamas.
—?AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!
Lucas no dejó de abrazarlo. Sonreía dulcemente mientras el fuego lo consumía.
—Lucas… ?Por qué?
El anciano se convirtió en cenizas. Lucas, aún con lágrimas en los ojos, sacó una peque?a libreta de su bolsillo y anotó en voz alta:
—Nota: comprar vino tinto y visitar el cementerio.
Guardó la libreta, se secó las lágrimas con un pa?uelo y murmuró:
—Menuda mierda de alucinación.
Un segundo después, apareció en una habitación blanca.
—A caray… creo que soy el único.
Héctor
Una familia se ahogaba lentamente, jadeando por la falta de oxígeno en la habitación. Mientras tanto, un joven de cabello blanco permanecía sentado tranquilamente a la mesa de la cocina.
—?Héctor! ?Cómo te atreves a hacerle esto a tus padres?
—Hermano... por favor, duele…
Héctor siguió exhalando el gas venenoso por la boca. No se detuvo ni siquiera cuando sus padres y su hermana cayeron inconscientes.
—Buen intento, neófito —dijo mientras se ajustaba la corbata con elegancia.
Declan
La espada de Declan atravesaba el pecho de la persona que más amaba.
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—?Declan? ?No me habías jurado lealtad?
—Mi lealtad es para Candado, no para una burda ilusión con su rostro. Usar su imagen es un insulto.
Retiró la espada y, sin titubeo, decapitó al impostor. El cuerpo se desvaneció en el aire.
—Mataré a cualquiera que se atreva a meterse con él.
Pak
Sorprendentemente, una ni?a tocaba el piano con delicadeza, interpretando una melodía hermosa y melancólica.
—Secretamente eres una soberbia —se burló un hombre vestido de negro, observándola con desprecio.
Pak no respondió. Continuó tocando.
—Nunca había visto tanta arrogancia en un ni?o que intenta hacer música.
Pak siguió con sus notas, imperturbable.
—Ya basta. Nunca serás buena. Decepcionas a tus padres, a tus amigos… y a tu patria.
El piano estalló en pedazos. Pak, sin inmutarse, tomó una guitarra cercana y comenzó a tocar otra melodía.
—?Ya basta! ?No tienes talento! ?Nunca mejorarás!
Pero ella sonreía. Cada nota que tocaba le traía a la mente los días en que practicaba múltiples instrumentos en su antigua escuela.
—?Ríndete! ?Ríndete!
La guitarra explotó. Pak, sin detenerse, alzó una trompeta y la llevó a sus labios, recordando los desfiles que tanto admiraba de ni?a.
El hombre de negro cayó de rodillas, tapándose los oídos con desesperación.
—??POR QUé NO AGONIZAS?!
Y entonces, Pak entonó el himno de su nación. La melodía fue tan poderosa que todo a su alrededor se desvaneció, incluyendo al hombre de negro.
— ?? (Genial) —susurró Pak con una sonrisa.
Anzor
Una mujer fue atravesada por una espada.
—Lo lamento. Pero mi madre jamás diría esas cosas, es tan torpe para manifestar sus emociones—dijo Anzor, mientras retiraba su hoja del pecho de la mujer.
Caminó por una casa que parecía suya, y al ver lo que parecía ser su familia, una familia completa y perfecta, blandió su espada con una sonrisa torcida.
—Voy a traumar al trauma.
German
El muchacho de la cicatriz se deleitaba con la carne de seres aparentemente humanos, en un lugar que recordaba a una escuela. Transformado en lobizón, devoraba los restos de lo que parecía ser un ni?o.
—Si Candado me viera, seguramente se enojaría mucho —murmuró.
Volvió a su forma humana, relamiéndose.
—En fin... parece que aún queda algo para el refrigerio —dijo German, observando a los sobrevivientes temblorosos.
Walsh
—??YA CIERRA LA BOCA!! —gritó la criatura.
Había atado a un demonio horrendo a una silla escolar.
—Qué falta de modales —dijo mientras se ajustaba las gafas—. Ahora presta atención: un decimal es un sistema de numeración posicional en el que las cantidades se representan utilizando como base el número diez.
El demonio se revolvía.
—?LIBéRAME! ?AHORA!
Walsh lo golpeó con un libro de matemáticas.
—Silencio. Si quieres asustarme, tendrás que aprender a contar los tiempos exactos de un latido cardiaco.
—?AYUDAAA!
Lucia y Erika
—?Sabes, hermana...? —preguntó Erika mientras tenía vendado los ojos.
Un golpe violento se detuvo en seco.
—?Q-qué? —preguntó Lucia mientras frenaba su ataque.
—Estuve pensando... Candado se veía raro cuando nos pidió entrar, incluso antes de reunirse con los demás. ?Quién iba a pensar que era un impostor?
Mientras su hermana hablaba, se podía escuchar ruidos en el aire como; golpes, pu?etazo. y huesos rotos.
—?Así? Yo también lo sospeché —dijo Lucia, estrellando una pala contra algo—. Pero sabes... yo ya lo sabía.
—?De verdad? Eres increíble.
—Ja, claro que lo soy.
—Por cierto, Lucia...
—?Dime?
—?Cuándo podré quitarme la venda de los ojos?
—Aún no te la quites, ?Sí?
—Está bien...
Erika no lo sabía, pero la habitación estaba cubierta de sangre. Sangre de su padre biológico, el que alguna vez huyó.
—?Quieres ser de plata... o de oro? —preguntó Lucia, mientras su anillo brillaba.
Matlotsky
Desconocido...
No quiso hablar. Se negó en múltiples ocasiones a contar qué ocurrió en su ilusión. Lo único que reveló fue un silencio difícil de interpretar.
Pucheta
La joven caminaba por las calles de Tanacia, ondeando la bandera de los Circuitos. Un desfile en su honor avanzaba lentamente detrás de ella.
En una jaula, un individuo que se suponía debía hacerla pasar por un infierno la observaba con odio.
—?JAJAJAJAJA!
—Ya libérame, maldita perra...
—?JAJAJAJAJA!
—Peque?a...
—?LARGA VIDA A ANA MARíA PUCHETA DE LA CRUZ!
—?Sí! ?Larga vida a yo!
Liv
La delicada doncella Liv simplemente decidió dormir. Estaba en su cama, cómoda, y con demasiada flojera como para luchar contra sí misma.
Ya lo había hecho antes. Así que, simplemente... lo dejó pasar.
El individuo que debía enfrentarla se cansó de su pasividad y la dejó marchar.
Sio
—?Temer? Ja... El temor es una inspiración, peque?o demonio —dijo Sio.
El demonio, que había intentado corromper su mente, quedó maravillado al ver cómo la joven no se rendía.
Con firmeza, movía su pincel sobre el lienzo de su mente, pintando con valor incluso frente al abismo.
—Es mi cuerpo, por ende, tengo el poder. El miedo es un arte... un arte que merece ser pintado por mí. Puedo convertir lo repulsivo en algo hermoso a la vista. A mi vista.
Natalia empezó a reír de la nada.
—No sé por qué estoy aquí, pero me estoy divirtiendo.
Andersson
El joven observaba desde el balcón con una paz envidiable dibujada en el rostro.
—Es tan hermoso.
—Puedes quedarte entonces —susurró la figura encapuchada a su lado.
—No. Sé que no es real. Ellos no son reales. Sólo son una proyección de lo que hubiera querido.
—Me duele tener que hacer esto… Mis hermanos torturan a las mentes en conflicto, pero yo no quiero eso.
—Aun así, quiero irme.
—?Por qué? Aquí puedes ser feliz. No tienes que sufrir más.
Andersson colocó suavemente una mano sobre el hombro del demonio de la túnica sin rostro.
—No puedo ser feliz, porque sé que ellos están muertos. Pero mis hermanos no… aún tengo que cuidarlos.
—Pero…
—Lo siento. Gracias por intentar darme una muerte tan hermosa, pero tengo que negarla.
El demonio aflojó los hombros y llevó su brazo derecho al pecho de Andersson.
—Sólo espero que no te arrepientas.
El pecho del joven brilló.
—Nunca.
Y entonces Andersson desapareció.
Viki
El demonio no tuvo siquiera tiempo de presentarse. Ella era un verdadero demonio. Las tornas se invirtieron y fue ella quien lo traumatizó hasta hacerlo desmayar de agonía.
Candado
—Esto no es posible… Mis hijos… no… ?Cómo es esto posible? —murmuraba incrédulo aquel anciano.
—Es sencillo, Vicente. Porque ellos son especiales. Mis especiales.
Candado se liberó de sus ataduras y se lanzó hacia Vicente.
—Insensato…
—Muy tarde.
Un pu?etazo directo al cuello dejó a Vicente sin aire. Candado lo tomó de los hombros, pero el hombre se desvaneció y el mundo se volvió oscuro.
—Hermano…
Una luz iluminó el rostro de una joven: Gabriela.
—Basta… no pelees más.
Candado sacó su facón y lo arrojó con fuerza. La hoja se incrustó en la frente de la ilusión.
—Ella nunca me daría consejos conformistas.
Gabriela cayó y desapareció.
—Papá… ?Por qué?
Candado bajó la mirada. Yara estaba herida, le faltaba un ojo.
—Porque me lástimas.
Le dio una patada como si fuera un balón, y la imagen se deshizo en barro suspendido en el aire.
—Sé que Yara está durmiendo en su cama.
Otra luz apareció en un espacio vacío. Candado retrocedió, pero chocó con alguien.
—Mi gaucho…
No lo pensó y le dio un golpe... Uno especial.
Candado había golpeado en los genitales a su abuelo Alfred, quien se convirtió en cristal y se rompió.
Recuperó su facón del suelo y se lo guardó en el bolsillo.
—Se necesita más que esto si quieren provocarme un ataque psicológico.
Aparecieron su madre y su padre.
Candado suspiró, tronándose los nudillos.
—Qué fuerte y macabra situación.
—?Le pegarías a tu madre? ?Eso es lo que te ense?é?
—Sí.
Un centenar de familiares más tarde…
Candado se sacudió las manos y chasqueó los dedos. Entonces apareció su demonio favorito.
—Tínbari.
—Veo que lo tienes controlado.
—Me estoy cansando. Acaba con esto, por favor.
—Ah, pensé que no querías mi ayuda.
—Ahora sí la necesito.
Tínbari sopló, y la neblina terminó. Pero cuando una figura comenzó a materializarse, Candado se lanzó contra ella.
—Se acabaron los juegos, anciano.
—Usted…
—Libéranos.
Vicente sonrió y apu?aló a Candado en las costillas.
—?CANDADO! —gritó Tínbari, alarmado.
Pero el muchacho no mostró ni un atisbo de dolor.
—Así… —sonrió Candado—. Supongo que esto será un castigo.
Candado procedió a morderle el cuello. Vicente forcejeó, pero Tínbari le pisó las manos, inmovilizándolo.
—Estás quitando una vida —dijo Tínbari.
De un tirón, Candado le arrancó un trozo de cuello.
—No, es inmortal. Esto sólo lo dejará inconsciente.
Vicente se ahogaba en su propia sangre, hasta que dejó de moverse.
—Ya está. Está inconsciente.
—?Y vos? ?Estás bien?
Candado se quitó el cuchillo de las costillas, envolvió su mano en llamas y la presionó contra la herida.
—Nada de qué preocuparse.
La herida se cerró con un siseo de carne quemada.
—Carajo… Todavía no me acostumbro a eso.
—Y que lo digas.
De pronto, toda la habitación desapareció. Ahora se encontraban en un sótano lúgubre, lleno de jaulas y personas encadenadas.
—Diablos —murmuró Candado, ligeramente sorprendido.
—Tienes razón.
—Ve a ver si los otros están bien.
—Okey.
Candado se acercó a las jaulas.
—Vaya… Veo que están atrapadas y perturbadas.
—Nunca conocimos algo tan maligno como sus acompa?antes —respondió una de las figuras dentro de las celdas.
Candado soltó una risa mientras abría las jaulas.
—Lárguense.
Los espíritus sonrieron, se esfumaron como humo.
—Joaquín se va a enfadar.
—Nah, no lo hará —respondió Candado, mirando alrededor—. Sí que es espacioso este lugar.
—Lo es, ?verdad?
Candado tomó a Vicente del brazo y lo arrastró por el suelo y las escaleras.
—Oyik —se despidió con una media sonrisa.
Al abrir la puerta, encontró a sus compa?eros interrogándose entre ellos.
—Damas y caballeros…
—?Candado! ?Estás bien! —exclamaron al unísono.
—Por favor, sin abrazos ni besos.
Luego sonrió.
—Es broma.
Todos se lanzaron sobre él en una mezcla de risas y alivio.
—Que pena que Kevin y Martina no están —comentó Lucas, sonriendo.
—Ja, imbéciles —se burló Anzor.
—Ya, ya, ya… déjenme respirar.
Candado arrojó el cuerpo inconsciente de Vicente frente a ellos.
—Ahí tienen al culpable.
Las sonrisas se borraron. La ira los invadió.
—Tranquilos, es inmortal. No sirve de nada lo que pasa por sus mentes.
—Pero podríamos hacerlo sufrir —murmuró Matlotsky.
—Cállate. El resto, atájenlo y notifíquenlo a los semáforos.
—A la orden.
Candado suspiró y sacó su teléfono.
—Clementina… Hola, Clementina…
—Debe tener el teléfono apagado —pensó Tínbari en voz alta.
—Le dije que no volviera a hacer eso.
—Se?or —intervino Declan—. Joaquín está fuera de la provincia, al igual que sus allegados.
—?Y Krauser?
—Pues…
—Parece que la diversión se acabó —interrumpió una voz masculina.
—Maniquí.
—Hola, Candado.
Krauser entró a la casa como si fuera suya y se acercó al grupo.
—?Dónde está el otro? —preguntó Candado por Joaquín.
—Primero que nada, sos un malnacido.
—Supongo que hay una razón para lo que me acabás de decir.
—Claro que la hay. Sabías que Julekha vendría.
—Armé una reunión a sus espaldas, sí. Estar enojado con tu superior no le servirá a él, así que lo hice por su propio bien.
—Sos un malnacido al cubo de mierda.
—Ya entendí.
—Pero no vine a pelear. Ya hablaremos de esto. Por ahora, busquemos si hay algo útil en esta casa.
—Adelante.
Candado se acercó a un hombre mayor.
—Usted.
—Trabajo hecho. Dinero, por favor.
El hombre gru?ó, pero sacó de su cartera un fajo de billetes.
—Gracias. Si tiene problemas, ya sabe a quién acudir.
Candado sonrió y se retiró junto con sus compa?eros.
—?Ya me puedo ir?
—Sí, Tínbari. Podés irte.
—Genial.
El demonio se esfumó.
—Bien. ?A dónde vamos, se?or?
—Es Chaco. Es invierno, pero hace calor. Vamos por helados.
—?BIEEEEEEEEEEEEEN! —gritaron todos.
Candado salió de la casa y fueron por unos helados, como recompensa de la misión. Caminaba hacia el gremio con un pote de helado en la mano.
—Vaya, qué amable de su parte —comentó Pucheta, saboreando su propio helado.
—Es un regalo. Ha hecho mucho por mí y yo nada por ella. Así que se lo daré a ella.
—?No te parece mucho?
—Nah, le va a gustar.
—Esperemos.
Candado se acercaba a la puerta cuando notó que estaba entreabierta. Aquello le pareció extra?o; Clementina jamás dejaba la puerta sin seguro.
—?Saben? A esos ni?os les gustaron mucho los disfraces, ?no? —comentó, rompiendo el silencio.
Las sonrisas del grupo se desvanecieron de inmediato, tornando sus rostros sombríos. Entendieron el mensaje en aquellas palabras.
—Sí… tienes razón —asintió Declan, mientras desenvainaba su espada.
—Debiste ver la cara de la maestra —agregó Héctor, fingiendo una risa mientras rodeaba la casa hasta alcanzar una ventana.
—?Les gustó la misión? —preguntó Candado.
—Claro —respondieron todos al unísono.
Con decisión, Candado abrió la puerta de par en par, irrumpiendo en posición de ataque. Pero el lugar estaba en silencio. No había nadie.
—?Hammya? ?Clementina? —llamó Candado, con el ce?o fruncido.
Un grito desgarrador cortó el aire:
—?NOOOOOOOOOOOO!
El grupo corrió hacia la oficina. Allí encontraron a Erika desplomada en el suelo, sollozando, mientras Lucía se mordía el labio inferior con furia contenida.
—?Clementina? —murmuró Héctor, apenas audible, antes de que sus piernas cedieran y cayera de rodillas por la impresión.
—No puede ser… —negó Lucas, sin poder apartar la mirada.
Candado no dijo nada. Su rostro mostraba una expresión que ninguno supo descifrar. Era como si las emociones se hubieran quebrado dentro de él: odio, tristeza, miedo e incredulidad se mezclaban sin orden.
Y entonces lo vieron.
La cabeza cercenada de Clementina, completamente destrozada, como si alguien la hubiese pisoteado con sa?a. Su cuerpo estaba hecho trizas. Había sido despedazada sin piedad. Y Hammya… Hammya había desaparecido.
—Está muerta… —sollozó Walsh.
Candado se acercó lentamente. Recogió con delicadeza los fragmentos de lo que alguna vez fue su cabeza, uno a uno, con sus brazos. Luego los colocó sobre la mesa. Acarició suavemente lo que parecía ser una mejilla.
—Revisen el área —ordenó, con una voz increíblemente tranquila.
—Se?or…
—?REVISEN EL áREA!
Todos salieron de la habitación al instante, excepto las gemelas y Héctor.
—Candado… —musitó Héctor.
—Necesito estar solo.
—Está bien… pero por favor, no caigas otra vez.
—No volverá a pasar. Ya no.
Héctor salió sin decir más.
Candado se volvió hacia las hermanas.
—?Cómo pudo pasar esto? —se preguntaba Erika entre lágrimas.
—No lo sé —respondió Lucía, conteniendo su llanto. Luego miró directamente a Candado.
él no dijo nada. Solo las abrazó a ambas.
—Por favor… salgan.
Erika lo abrazó con fuerza.
—Dime que esto es una alucinación.
—No… —respondió él, con voz apagada—. Es la realidad. Una cruel realidad.
Lucía fue la primera en desprenderse de Candado, y con un esfuerzo grande tomó a su hermana, y la sacó de ahí, mientras luchaba por no llorar.
Candado las observó alejarse, y entonces notó algo. Detrás de ellas, justo en el librero… una mano. La mano de Clementina. Oculta con astucia, invisible para los demás… pero no para él.