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LLAMADA

  La oficina relucía como siempre. Brillante, impecable, conocida por todos como "el Gran Despacho A". Muy pocos habían tenido el privilegio de sentarse allí, y uno de ellos era Joaquín Barreto.

  Originalmente, sus compa?eros eran Krauser y Glinka, pero por diversas razones, el equipo se disolvió. Krauser, demasiado eficiente en su labor, fue promovido a inspector. Glinka, en cambio, tenía un carácter salvaje, casi insoportable para sus superiores. Sin embargo, por respeto a su amistad con Joaquín, decidió alejarse antes de provocar conflictos. Se convirtió en una nómada gremial, sin ataduras ni órdenes, aceptando únicamente favores y encargos. Aunque ganó el derecho a ser inspectora, se ha negado una y otra vez a aceptar el cargo.

  Ese era el equipo original de Joaquín. Sin embargo, por petición de su amigo Candado, formó uno nuevo: “La Tercia”. Claro, así lo llaman de forma vulgar en los pasillos del gremio.

  De Joaquín poco se sabe en lo personal. Fuera del trabajo, solo mantiene contacto con Candado y Héctor. Ni Moneda, ni Ruth, ni siquiera sus antiguos compa?eros, Glinka y Krauser, conocen detalles de su vida privada. Aun así, ha sido un inspector destacado, sobresaliente incluso, a pesar de no tener ni segalma ni poderes. Un simple humano… a diferencia de sus hermanos, Lautaro y Kruger.

  Para los Semáforos, es parte de la élite. Para Candado, un talento nato. Pero en lo social, un desastre. Joaquín ha demostrado ser un completo mediocre para mantener relaciones nuevas. O al menos, eso dicen.

  En ese momento, Joaquín estaba recostado en su silla, los ojos cerrados. A su derecha, Ruth; a la izquierda, Moneda. Ambos firmes, callados, envueltos en un silencio tan tenso que hacer ruido parecía una falta de respeto.

  —FuuuuuuuuuuuuuUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUU —sopló Joaquín.

  Ruth y Moneda lo miraron al mismo tiempo.

  —Carente de sucesos, y carente de respuestas. Solo preguntas —murmuró Joaquín, dejándose llevar por el tedio.

  El teléfono rompió el silencio con su "Ring, ring".

  Joaquín se incorporó con desgano y contestó:

  —Inspector Joaquín, ?Qué se le ofrece?

  —La presidenta de la Federación de los Semáforos desea hablar con usted.

  —Dígale a la dama que, mientras yo sea inspector de la Argentina, no iré a verla.

  —Ella dijo que usted diría eso. También agregó que, si no se presenta en las próximas 48 horas en la sede de Urencho, en Vathlecracia, se le cortará el presupuesto por incumplimiento de deberes presenciales.

  —Dígale a la dama que el Código de los Semáforos prohíbe cortar el presupuesto sin la aprobación de la Cámara.

  —La presidenta...

  —Que tenga un buen día.

  Colgó sin dudar.

  —No pienso ir a Vathlecracia solo para ver a una inepta —resopló, levantándose—. Muchachos, ?Quieren comer?

  Ruth asintió con la cabeza.

  —Un completo me basta.

  —Dale —Joaquín se deslizó por el escritorio—. Vamos al quiosco.

  La puerta se abrió de golpe y entró una joven con una carta en la mano.

  —Oh, Susy.

  —Hola, Joaquín. Fiu, bastardo. Perdón.

  —?Cómo has estado?

  —Todo bien esta ma?ana. En general, sin muchos problemas. Fiu, cabeza de excremento, ojalá te mueras. Perdón.

  —Esa carta es para mí, ?Verdad?

  —Claro.

  Joaquín tomó la carta y la abrió con cuidado. La leyó en silencio.

  —Vaya, Sara solicita mi presencia… Espero que no haya pasado nada grave.

  —?En serio? Fiu, hijo de puta, jódete. Perdón.

  —No me hace ilusión ir a verla, pero le debo un favor. Así que... vamos. Que tengas un buen día.

  —Claro. Fiu, ojos muertos. Perdón.

  Joaquín se volvió hacia sus compa?eros.

  —Muy bien, amigos...

  Ruth estaba rodeada por un aura oscura. Moneda, por su parte, mostraba su hostilidad sin tapujos, dejando ver su cuchillo con descaro.

  —Bájenle a los niveles de asesinos psicópatas antes de que me enoje —ordenó Joaquín con frialdad.

  Moneda y Ruth obedecieron a rega?adientes.

  Susy: Tiene 15 a?os, sufre del "Síndrome de Tourette" Ojos claros, cabello rubio, pecas y un lunar en la sien derecha. Usa una camisa de mangas cortas verde oscuro, falda hasta las rodillas y sandalias. Tiene una Particularidad, cada vez que dice una grosería, gui?a un ojo y dice “fiu”. Es amiga de Joaquín, mantiene una cordialidad con Candado y una relación conflictiva con Héctor, debido a la moralidad de este, lo considera bastante "molesto".

  Poder: Control del hielo.

  Habilidades: Jardinería y contabilidad.

  —Dios… espero que no lo hagan otra vez —murmuró Joaquín.

  —Lo siento —se disculpó Susy, bajando la mirada—No pasa nada. Muy bien, vámonos.

  Salieron al pasillo sin decir más, caminando en silencio. El eco de sus pasos llenaba el aire tenso mientras cruzaban la puerta principal del edificio. Al llegar afuera, el aire fresco los envolvió y la vista de un coche negro estacionado frente a la entrada los detuvo.

  La ventanilla del conductor bajó con un zumbido eléctrico. Joaquín y el dúo se detuvieron frente del coche.

  —Hola, Joaquín —saludó la conductora al bajar la ventanilla.

  —?Alicia?

  —Sara me envió por vos... digo, por ustedes.

  —Bien, vamos.

  Joaquín se adelantó y abrió la puerta del acompa?ante para Ruth, en un gesto caballeresco. Pero ella lo ignoró y prefirió abrir la puerta trasera para sentarse sola en el fondo.

  Cuando Joaquín iba a acomodarse en el asiento delantero junto a Alicia, esta, con una sonrisa sutil y cierta picardía, le cerró la puerta justo antes de que pudiera entrar.

  —?Qué pasa? —protestó él, confundido.

  —Es preferible que vayas atrás.

  —?Qué? ?Por qué?

  —Solo hacelo.

  Joaquín frunció el ce?o y miró a Moneda.

  —?Dónde te vas a sentar?

  El chico miró hacia el asiento trasero, donde Ruth lo observaba con una intensidad incómoda.

  —Adelante —respondió sin dudar.

  Joaquín soltó una mueca resignada y entró al auto por la puerta trasera, sentándose junto a Ruth.

  —Hola, vecina —dijo con tono seco.

  Cerró la puerta y se colocó el cinturón de seguridad.

  —Andando —dijo Alicia, arrancando el coche.

  Ruth parecía feliz de estar a su lado.

  Un rato más tarde, el vehículo se detuvo frente a la mansión de Sara.

  —Hacía tiempo que no venía por acá —comentó Joaquín al bajar.

  —Los espero, chicos —dijo Alicia desde el volante.

  —?Eh? ?No bajás? —preguntó Moneda, ya en la vereda.

  —No hace falta. Tengo órdenes de esperar en el coche.

  Ambos se encogieron de hombros y se dirigieron hacia la entrada.

  Dentro, los recibió un hombre mayor, con aspecto afable y un aire servicial.

  —Buenas tardes. ?Son amigos de Sara?

  —Sí —respondió Joaquín.

  —Qué bueno. Ella los está esperando arriba. Si quieren, ?Les traigo algo de comer?

  —Oh, no, estamos bien, gracias.

  —De acuerdo. Pero si se les antoja algo, pueden ir a la cocina.

  —Lo tendremos en cuenta, se?or —respondió Moneda con una leve inclinación de cabeza.

  Subieron las escaleras y se detuvieron frente a una puerta. Joaquín golpeó suavemente.

  —Adelante —se oyó desde dentro.

  él abrió y vio a Sara esperándolos, sentada en su escritorio.

  —Saludos, inspector —dijo ella con una sonrisa.

  —Saludos, Síndica Sara.

  Sara se levantó levemente, pero Joaquín hizo un gesto con la mano.

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  —No se moleste, yo iré.

  Avanzó hasta la mesa, seguido por Ruth y Moneda.

  —Siéntense.

  —Gracias —respondió Joaquín, tomando asiento junto a sus compa?eros—. Vaya, parece que estabas preparada para esto.

  —La verdad es que he atendido a mucha gente estas últimas semanas. Ustedes no son la excepción.

  —Me siento halagado. En fin... —se inclinó ligeramente sobre la mesa—. ?Qué puedo hacer por usted, se?orita De Holy Truth?

  Sara curvó una sonrisa.

  —Necesito tu ayuda. Requiero tu talento y tus influencias para localizar algo.

  —?Algo?

  —Está bien... un lugar.

  —?Un lugar? Vaya, eso suena más entretenido. ?Qué clase de lugar?

  Sara desplegó un mapa de Argentina sobre la mesa.

  —Interesante... puntos rojos. Ya veo.

  —Mi benefactor cree que hay algo ahí que podría servirnos. Aún no sabe con exactitud qué es.

  —Debe ser importante, ?no?

  —Lo es. Por eso te he llamado. Necesito que localices estos sitios —Sara se?aló los puntos en el mapa—. Como mi benefactor no sabe el lugar exacto, tuve que guiarme por mis propias sensaciones. Si ese objeto proviene de mi mundo, debería emitir el mismo tipo de aura que yo.

  —Rawson... la Patagonia... Ushuaia. ?Así?

  —Sí. Su poder está fragmentado. Creo que es alguien que “huyó” de mi mundo.

  —?Como vos?

  —Yo no hui... Fui exiliada.

  —Entiendo. Bueno, ?Cómo puedo ayudar?

  —Quiero que uses tus influencias y confirmes si estos lugares son correctos.

  —Puedo hacerlo, pero tengo una duda.

  —Comprensible.

  —?Por qué no hacerlo vos?

  —Los agentes ya se manifestaron, perdí muchas vidas para lle... llegar hasta aquí. Si pudiera moverme, lo haría yo misma —la voz de Sara tembló un segundo, y luego mostró su frustración—. Pero estoy ligada a esta maldita silla, viendo cómo mi gente es secuestrada y asesinada, sin nada que yo pueda hacer.

  —No solo tu gente es perseguida por los agentes... nosotros también —dijo Joaquín con seriedad.

  —Lo sé. Pero ustedes tienen las herramientas para defenderse. Ellos no...

  —Calma, calma... aceptaré tu petición.

  Sara suspiró aliviada, sus labios apenas temblaron al formar una sonrisa.

  —Gracias —dijo con voz queda, tomando las manos de Joaquín—. En verdad, muchas gracias.

  —Sí... ya puede soltarme —murmuró él, algo incómodo.

  El ambiente seguía cargado cuando salieron de la sala principal. El aire exterior los recibió con una tibieza que contrastaba con la tensión acumulada en el interior de la mansión. Caminaban por el sendero de piedra cuando el trío se detuvo.

  —Entonces... ?Qué hacemos ahora? —preguntó Moneda, rompiendo el silencio mientras salían al patio principal.

  Joaquín no respondió de inmediato. Estaba absorto observando el mapa que Sara le había prestado, estudiando con detenimiento los puntos rojos que marcaban posibles ubicaciones.

  —No queda de otra —dijo finalmente—. Mi hermano, Krauser y Leandro serán los favoritos para ir a Ushuaia.

  —?Y el resto? —insistió Moneda.

  —Enviaré un formulario para que se investiguen las posibles bases de los agentes. Que nadie actúe sin información concreta.

  —Entiendo, pero... ?Por qué mandar justo a Krauser y a Kruger?

  —Porque hay un 99% de posibilidades de que ese sea el lugar correcto —respondió con frialdad.

  —Ya veo...

  —?Aliciaaaaaa! Solicito servicio.

  —?Enseguida vooooy! —se oyó la voz lejana de la conductora, aproximándose.

  Joaquín plegó el mapa con cuidado y lo guardó dentro de sus bolsillos.

  —Esto será interesante, ?no lo creen?

  —No —soltó Moneda, sin pensarlo.

  Joaquín arqueó una ceja. Ruth guardó silencio, pero su expresión decía todo.

  —Excelente respuesta, Ruth. No lo podría haber dicho mejor —se burló Joaquín.

  En ese momento, sonó el teléfono. Joaquín lo sacó y atendió sin mirar la pantalla.

  —?Quién será...? Joaquín Barreto, ?En qué puedo servirle?

  —Hola, Joaquín —respondió una voz familiar al otro lado.

  —Esa voz... Gabriel. ?Cómo estás, hermano de mismo nombre?

  —Estoy bien, pero... hay un problema.

  —?Qué problema puede haber, my friend?

  —Hay una chica en tu oficina.

  —No le veo nada de malo. Tal vez quiera ayuda.

  —...No lo creo. Dijo que se llama Chandra.

  —?Qu...?

  —Julekha Chandra.

  Joaquín apretó los pu?os. El aire pareció volverse más denso.

  —Dile que si quiere verme... tendrá que venir de rodillas a suplicarme —dijo, antes de colgar bruscamente.

  —?MIERDA! —gritó con furia, golpeando la pared cercana.

  —?Ella está en la ciudad, verdad? —preguntó Moneda con cautela.

  —Lamentablemente sí.

  —?Qué vas a hacer?

  —Me di cuenta, al cortar la llamada, de que todas mis notas están ahí. Las necesito para ayudar a Sara... Así que tengo que ir —dijo entre dientes, rabioso.

  Ruth le palmeó la espalda suavemente.

  —No pasa nada. Lo toleraré.

  Joaquín escupió al suelo. Era obvio que era una mentira. No podía ocultar el desprecio que sentía por alguien como Chandra. Un desprecio profundo, parecido al que Candado sentía por Luis.

  —Ruth, Moneda... tómense el día.

  —Pero...

  —Créanme, no quiero que vean la parte de mí que puede salir si ella intenta algo. Especialmente vos, Ruth.

  —Bien —aceptó Moneda, aunque con reticencia.

  Ruth lo miró con preocupación, pero no fue suficiente como para desobedecer la orden. Bajó la cabeza, aceptando en silencio.

  —Bien, márchense —dijo Joaquín con una media sonrisa que no le llegaba a los ojos.

  Después de despedirse de sus compa?eros, Joaquín se dirigió a paso firme hasta el cruce de los semáforos. Gabriel lo esperaba al otro lado, apoyado contra un poste. Notando que no estaba acompa?ado de sus compa?eros.

  —Es entendible que ellos no estén a tu lado hoy, ?No es así, se?or?

  —Gabriel... me alegra que aún mantengas tu hermoso sentido del humor.

  —Gracias. Es un gusto.

  Joaquín ladeó la cabeza y miró hacia su oficina al otro lado de la calle, en el piso superior del edificio.

  —?Ahí?

  —Sí. Está ahí.

  —Bien. Mi día no puede ir para peor —murmuró con sarcasmo.

  Metió las manos en los bolsillos y cruzó la calle. Sus ojos no se apartaron de la ventana de su oficina, hasta que el ángulo se perdió.

  Al entrar al edificio, notó el ajetreo. Los integrantes del equipo trabajaban con intensidad, al enterarse de que su superior estaba presente.

  —Qué asco... —susurró.

  Gabriel carraspeó.

  Joaquín entendió el mensaje y siguió adelante. La tormenta apenas comenzaba.

  Una vez frente a la puerta de su oficina, ese espacio que alguna vez consideró suyo, su refugio, Joaquín sintió un retorcijón de asco, horror y repudio. El aire parecía más denso allí. Era como si cada rincón le gritara que nada volvería a ser igual.

  Pero aun así, su mano abrió la puerta.

  —?Qué…?

  El desconcierto se le borró de golpe al ver a Arce de pie junto al ventanal, con algunas cicatrices marcando su piel como trazos de un pasado reciente.

  —?Saliste del hospital? ?Estás bien?

  Ella asintió con suavidad. Joaquín esbozó una sonrisa leve, casi rota, que se desvaneció en cuanto notó una presencia a su derecha.

  —Saludos, Inspector Jo…

  Joaquín cerró la puerta con fuerza tras él, caminó directo hasta su escritorio y se dejó caer en la silla como un peso muerto.

  —Saludos, inspector…

  —Guárdate tu poronga de saludo —dijo sin mirarla.

  —Grosero como siempre.

  —No tengo resquemor en decirte que cada vez que te veo me sube un inmenso montón de mierda por la garganta, Chandra.

  —Veo que aún te cuesta mostrar vuestro cordial respeto —contestó ella con esa maldita indiferencia que le hervía la sangre.

  —?Vuestro? ?Cordial? ?Respeto? Un montón de porquería viniendo de tu boca.

  —Es comprensible que aún me odies, por razones ajenas a nuestro trabajo.

  —Eso es lo mínimo comparado con lo que hiciste.

  —Cortar el teléfono y no ofrecernos ni un café es de muy mala educación.

  —Estoy dispuesto a servirle a Arce lo que quiera, incluso a ser su maldito mayordomo si lo desea. Pero a vos ni la mugre de mi zapato te ofrecería. Por mí, podés masticar mierda.

  —Veo que “mierda” es su palabra favorita, inspector —respondió Chandra, sin perder la compostura—. Pero no he venido desde tan lejos para ser insultada por un subordinado.

  —??Subordinado!? —Joaquín masculló, su voz subiendo como una tormenta.

  Arce se estremeció.

  —No soy tu subordinado —golpeó el escritorio con ambos pu?os—. Sos una ignorante si pensás eso. Los presidentes de semáforos somos colegas, pero vos, vos tenés un ego inflado por ese puesto que no te merecés, ese asiento en la Asamblea de la Justicia…

  —Cuida tu lenguaje. Aún tengo poder, y sinceramente, me estás cansando.

  —Entonces usá la puerta —dijo, se?alándola con la barbilla—. Está abierta, y grita por verte salir.

  —Serás juzgado por insubordinación.

  —Quiero ver que lo intentes, Chandra.

  —Joaquín… basta, por favor —intervino Arce, con una súplica en los ojos.

  él desvió la mirada hacia ella. Suspiró. Bajó la voz, aunque el fuego aún ardía detrás de sus pupilas.

  —Decime… ?Qué querés?

  —No me notificaste que Arce fue hospitalizada.

  —No lo creí necesario.

  —He sido demasiado amable con vos, inspector Barreto. Pero eso termina ahora.

  —?Qué insinuás?

  —Que a partir de hoy, una peque?a delegación permanecerá aquí. Todo lo que hagas será reportado directamente a mí.

  —?Me vas a espiar las 24 horas?

  —Solo durante el horario de trabajo.

  —No me molesta. Poné a tus pedazos de mierda a mirar. No me voy a detener.

  —Has sido muy cooperativo.

  —Porque tenés razón, nunca seré tan brillante como Candado Barret… pero vos jamás serás igual a Kiel.

  Eso le dolió a Chandra. Fue una estocada limpia.

  —Traé a quien quieras. Pero seguís siendo basura. Las elecciones lo van a demostrar.

  —Una lástima. Pudimos haber sido buenos aliados.

  —Nunca sería aliado de alguien como vos.

  Julekha cerró los ojos un momento, contuvo algo. Luego, al abrirlos, ya era otra vez la mujer fría que representaba a la Asamblea.

  —Lamento haberlo desilusionado.

  —Hiciste más que eso.

  —Entonces, me retiro.

  —Ra…

  —?Joaquín, por favor! —suplicó Arce, de nuevo.

  Chandra se puso de pie sin más palabras, se dirigió hacia la puerta y antes de cruzarla se volvió hacia Arce.

  —Espero que te recuperes pronto.

  Luego se marchó.

  El silencio cayó como un abrigo pesado. Joaquín dejó caer los hombros, mirando al suelo.

  —Chandra… cómo la odio.

  —?Por qué sos así? —le preguntó Arce, con voz queda—. Vos no hablás así, no sueles usar esas palabras…

  —Entonces no me conocés —dijo él, sin mirarla—. Puedo ser un asco con quienes me repugnan. Y ella me repugna.

  —Lo siento…

  —No tenés que disculparte. Pero sí, siento ira, mucha. Al igual que ella. Solo que lo disfraza mejor.

  —Eso los destruye a ambos —murmuró Arce.

  —No lo entendés, vos tendrías que haber estado ahí. No ella. Nunca se lo mereció.

  —Y sin embargo… la ayudaste.

  —Un error. Uno que nunca debí cometer.

  Joaquín se quedó un instante mirando fijamente la puerta por la que acababa de salir Chandra. El eco de su despedida aún flotaba en el aire, como un sabor amargo que se niega a desaparecer.

  No dijo nada al principio. Se levantó en silencio y caminó hasta la ventana. Corrió apenas la cortina, lo justo para observar cómo el coche de la presidenta se alejaba con una lentitud ceremonial.

  —Soy un pésimo amigo —murmuró con voz hueca—. No pude convertirte en presidenta de los Semáforos... no pude.

  Arce se quedó sentada, mirándolo con tristeza. Joaquín apoyó una mano en el marco de la ventana y siguió con la vista fija en la calle.

  —La vida puede ser muy cruel.

  —?No puedes hacer las paces... o al menos perdonarla?

  Joaquín volteó con brusquedad. Sus ojos se encontraron con los de Arce.

  —?Qué ves en mí?

  —Veo a alguien lastimado.

  —Ahora repite esa parte —pidió él, casi en un susurro.

  —Puedes perdonar a Chandra.

  Un temblor atravesó el rostro de Joaquín, deformándolo en una mueca de ira.

  —?Ahora qué ves?

  —Ira... y odio.

  Joaquín se contuvo. Respiró hondo y caminó hasta ella.

  —Dime, ?qué piensas de Desza?

  Arce dudó, bajando la mirada.

  —Un horrendo humano... asesino y despreciable.

  —Asesinó a muchos de tus amigos, incluso a tus estudiantes. Mató a la peque?a Nancy, de nueve a?os... ?recuerdas? Quería ser inspectora como tú.

  Las lágrimas comenzaron a caer por el rostro de Arce.

  —No estuve con ellos... —murmuró con voz quebrada.

  Joaquín se situó detrás de ella, posando con suavidad una mano en su espalda.

  —Franco, de doce a?os. Valeria, de seis. Ricardo, Daniel, Javier... Osvaldo, Alejandra, María, Mirta. Los nombres son muchos. Todos... asesinados por Desza.

  Arce rompió en sollozos. El dolor le subía por la garganta como un grito contenido demasiado tiempo. Joaquín bajó la voz, pero no la intensidad.

  —Fuiste la única que sobrevivió. Viste cómo estaba Nancy... irreconocible.

  —Nadie tendría que experimentar eso... —dijo Arce entre lágrimas—. Ni ellos. Deberían estar en casa... con sus padres.

  Joaquín se inclinó y susurró cerca de su oído:

  —Entonces dime, Arce... ?Por qué no perdonas a Desza?

  La joven se irguió con furia, como si quisiera golpearlo, pero retrocedió asustada. Gritó con todo el pecho:

  —?JAMáS!

  Joaquín, con lentitud, tomó un peque?o espejo de su escritorio y se lo ofreció.

  —Mírate. ?Ahora entiendes? Dime... ?qué ves?

  Arce observó su propio rostro: hinchado, empapado en lágrimas, deformado por la rabia.

  —Esto es... ?lo que sientes? No, es diferente, Chandra no es una asesina.

  —Peor, es una defensora de asesinos.

  Arce sintió dolor en esas palabras.

  —Entonces, ese odio ?Lo sientes así?

  —Todos los días, Arce. —Dejó el espejo a un lado—. Lo que viviste tú con Desza... es lo mismo que siento yo con Chandra. Así me siento cuando me pides que la perdone. A una mentirosa, cruel y ruin ser humano, que no tiene escrúpulos a perdonar a seres tan horrendos para conseguir unos votos.

  Arce tragó saliva, con el rostro desencajado.

  —?Qué cosa tan horrible te hizo... para que la odies tanto?

  —Inquisidores, es todo lo que diré.

  Arce se levantó de golpe, incómoda.

  —Lo siento... necesito marcharme ya.

  —Hazlo —dijo Joaquín con voz cansada—. Nadie te detiene.

  Ella se marchó con paso apresurado, intentando ocultar su confusión y su dolor. Joaquín, solo, regresó al ventanal. Su mirada se perdió entre los edificios.

  Volvió a su escritorio, tomó el teléfono y marcó un número de memoria.

  —?Diga?

  —Hola, Kruger... ?Cómo has estado?

  —Durmiendo —bufó del otro lado una voz adormilada.

  Joaquín soltó una leve risa.

  —?Pasa algo? Te noto triste.

  —No, estoy bien... gracias.

  —?Seguro? A mí no me parece así. ?Alguien se metió contigo?

  —No, sólo... vino una chirusa.

  —Chandra —suspiró Kruger, ya más despierta—. ?Estás bien? Sé cómo te pone ella... tenés que calmarte.

  —No puedo hacerlo. Sabes que no.

  —Al menos intentá, como yo lo hice con Candado.

  —?Aún no lo superás?

  —Te puso en peligro y lo odio por eso. Tildó de “misión inofensiva”... ?Se burlaba de mí ese idiota?

  —Por favor, era inofensiva...

  —?Llegaste a casa sangrando! A mamá casi le da un infarto... y a mí también.

  —Perdón.

  —No fue tu culpa. Es de él, por no cuidarte.

  Joaquín sonrió suavemente.

  —Así que... ?Qué pasa?

  —Necesito tu ayuda.

  —Lo que sea. Decime.

  —Quiero que investigues un lugar.

  —?Dónde?

  —Tierra del Fuego, Ushuaia.

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