Hammya se despertó en su cama, confundida, sin recordar cómo había llegado allí.
—Ou… son las dos de la tarde. Es tardísimo —murmuró con voz somnolienta.
Bostezó, apartó la cobija y se levantó con lentitud. Caminó hasta el ba?o para orinar, luego encendió la luz, se lavó la cara y se miró en el espejo.
—Hola, guapa —dijo con una sonrisa traviesa, pero al instante bajó la mirada—. Eh…
Levantó la vista de nuevo, frunciendo el ce?o.
—?Qué…?
Se frotó los ojos con fuerza y volvió a lavarse la cara, enfocándose especialmente en los párpados.
—Debe ser una broma.
Se frotó los ojos y volvió a lavarse la cara, enfocándose en los párpados. Cuando alzó de nuevo la vista, no pudo ignorarlas: dos majestuosas alas emplumadas, verdes como esmeraldas vivas, nacían de su espalda. Las plumas brillaban con destellos de jade bajo la luz, largas, suaves y perfectamente ordenadas. No eran imaginarias. Estaban allí, saliendo de su espalda como si siempre hubieran sido parte de ella. Dándose cuenta que había roto su camiseta.
—No… no puede ser… no puede ser real.
Giró sobre sí misma, intentando verlas mejor, con una mezcla de asombro y pánico. Dio un paso atrás… y una de las alas se dobló de forma torpe contra la puerta del ba?o. El borde de madera astillada se enterró entre las plumas, desgarrando parte de la base del ala.
—?AAAH! —gritó de dolor, cayendo de rodillas con un golpe seco contra el suelo de baldosas.
El grito fue tan fuerte que recorrió toda la casa. Los pasos apresurados resonaron por el pasillo, seguidos por voces agitadas. Candado fue el primero en llegar.
—?Hammya! ?HAMMYA! ?Qué pasó?
Desde el otro lado de la puerta se escuchaban chillidos y murmullos angustiados. Europa giró la perilla rápidamente y entró.
—?Cari?o! ?Qué fue ese grito? ?Estás bien? —preguntó, pálida.
Candado corrió al ba?o. Encontró a Hammya en el suelo, encorvada y temblorosa. Una de sus alas goteaba un líquido verdoso entre las plumas, mientras ella la sujetaba con fuerza, como si intentara evitar que se deshiciera.
—??HAMMYA!! —gritó, hincándose a su lado.
Ella intentó alejarse, pero el dolor no se lo permitió.
—?Qué ocurrió? ?Por qué sangras? —la sostuvo con delicadeza.
Candado tomó su mano para verla mejor.
—No… por favor, no la toques…
—Estás sangrando mucho. Déjame ayudarte.
Con paciencia, retiró su mano y pudo ver el desgarrón entre las plumas y la carne. Era como si un trozo de su alma se hubiese roto con ello.
—Por Isidro…
—Lo sé… —murmuró ella, avergonzada—. Es horrible, ?verdad?
En ese momento, Europa y Clementina entraron.
—Mamá, necesito agua caliente. Clementina, busca desinfectante y vendas.
—?Entendido! —dijeron ambas, corriendo en direcciones opuestas.
—Papá, lleva a Karen afuera… y también a la abuela.
—Lo sé —dijo Europa antes de salir rápidamente.
—Hipólito, llama a Nelson. Ya.
—Sí —respondió una voz desde fuera.
Candado cargó a Hammya en sus brazos con cuidado. Mientras lo hacía, notó algo que colgaba de su cintura. Pensó que era parte de su ropa y trató de acomodarlo.
—?AY! ?Eso duele! —se quejó Hammya.
Candado se detuvo en seco. Bajó la vista y siguió la línea del objeto hasta descubrir su origen.
—…Oh, por los padres de Isidro.
—?Qué fue eso? ?Candado?
—Hammya… no sé cómo decirte esto, pero… parece que tienes una cola.
—Hablas como si fuera raro…
—Porque lo es.
Candado se la mostró. Era delgada, verde, y tenía el mismo brillo natural que las alas. Se movía sola, con nerviosismo.
—?Qué? ?Eso no puede ser!
La cola giró a la izquierda, luego a la derecha, luego arriba… y serpenteó de forma inquietante.
—?Cómo haces eso?
—No tengo ni la más mínima idea…
Una hora después.
Hammya estaba recostada en una silla de la cocina mientras Nelson la examinaba con una linterna. Esta vez, la luz no apuntaba a su frente, sino a las majestuosas alas verdes que se desplegaban a su espalda, aún parcialmente extendidas.
—Fascinante… —murmuró Nelson.
—?Qué es fascinante? —preguntó Europa, cruzada de brazos.
—Son alas. Pero no cualquier tipo de alas… —el anciano se apartó un poco para observarlas con mejor ángulo—. Su estructura es anatómicamente perfecta. Cada pluma parece haber sido tejida por una divinidad.
—Dime algo que no sea evidente, Nelson —replicó la abuela Barret con un suspiro.
—Yo también te extra?é, Andrea.
—Anciano —interrumpió Candado, con la ceja arqueada.
—Ya voy, ya voy… —Nelson apagó la linterna con resignación—. Siendo sinceros, no sé cómo o por qué surgieron estas alas. No parecen implantadas, ni artificiales. Es como si siempre hubiesen estado ahí… dormidas.
—?Y son peligrosas? —preguntó Arturo, que observaba desde la puerta con evidente curiosidad.
—Ahí viene lo más extra?o —dijo Nelson—. Clementina, ?Puedes ayudarme con un escaneo?
—Claro —respondió ella con una voz suave, alzando su brazo derecho. De sus dedos emergió un fino escáner que comenzó a recorrer las alas de Hammya, desde la base hasta la punta.
Luego, su pecho emitió el peculiar sonido de una impresora antigua, y una imagen salió por una rendija lateral. Nelson la tomó con delicadeza y la sostuvo contra la luz.
—No hay que revelarla primero, ?verdad? —preguntó Candado con sarcasmo.
—Vives en el pasado, ni?o —contestó Nelson contestando su sarcasmo, pero sin apartar la vista del papel—. Lo sabía. Están conectadas directamente a la columna vertebral… más exactamente, al sistema nervioso autónomo. Se integraron a su cuerpo como si fueran un órgano más.
—?Qué significa eso? —preguntó Arturo.
—Significa que no se pueden quitar —dijo Nelson, bajando la imagen—. Pero también significa que responden a estímulos emocionales. Miren esto.
Nelson tocó con suavidad una de las alas. Hammya se sobresaltó.
—?AU! ??Por qué haces eso?!
La punta de las alas se crispó y algunas plumas se erizaron como si estuvieran vivas.
—?Ven? Reaccionan a su estado de ánimo.
—?Y eso es bueno o malo? —preguntó Clementina, observando las alas con curiosidad.
—Es… único. Nunca he visto algo así. Estas alas parecen un reflejo emocional. No solo sirven para volar. Son una expresión viva de lo que siente.
—Genial —dijo Hammya, sentándose con dificultad—. Ahora tengo que cuidar lo que siento para no andar sacudiendo plumas por todos lados.
—De hecho —a?adió Nelson—, cuando te asustaste, la base de las alas se tensó como un músculo. Son tan sensibles como un brazo, o más. Están conectadas a la médula, así que, si se da?an…
—Aun duele —murmuró Hammya, recordando el golpe contra la puerta del ba?o.
—Exactamente. Ya lo viste.
Candado suspiró y tomó una silla para sentarse frente a ella.
—?Y esto qué implica para su vida diaria? —preguntó.
—Tendrá que aprender a moverse con ellas. Y a entenderlas, o tal vez pueda retraerlas, como un gato, solo que en vez de garras será con sus alas —respondió Nelson, se?alando la envergadura de las alas—. No es solo una parte física. Son parte de su lenguaje corporal ahora. Como una ceja… o un pu?o cerrado.
—Estupendo —ironizó Hammya—. También tengo una cola. No puedo usar pantalones, y ahora tengo alas que reaccionan cuando estoy feliz, triste o furiosa.
—Sobre tu cola —a?adió Nelson, girándose hacia ella y tocándola brevemente—. Está conectada directamente al cóccix. También es completamente funcional… aunque no te recomiendo intentar esconderla... A menos que puedas hacerlo.
—Ya veo —dijo ella, moviéndola lentamente de un lado a otro, con expresión resignada.
—Pero te ves… bien —dijo Clementina con naturalidad—. Te ves distinta, pero no menos hermosa.
—Sí, claro —susurró Hammya, algo sonrojada—. Distinta como una escoba de carnaval…
Candado se cruzó de brazos, dudando un instante antes de hablar.
—Para mis ojos, tu belleza sigue siendo como una piedra preciosa, Hammya Saillim.
Eso atrajo la mirada de todos en la habitación. Hammya no respondió de inmediato, pero una leve sonrisa se dibujó en su rostro, mientras las plumas de sus alas se relajaban y caían suavemente como si respiraran con ella.
—Ya veo…
Hammya empezó a mover la cola de derecha a izquierda, de derecha a izquierda, derecha a izquierda, de izquierda a derecha.
—Creo que ya me acostumbré.
—Eso es genial —dijo Nelson, como orgulloso de ella, o de él.
Tres horas después.
Hammya estaba sentada en el sillón de la sala mirando una película, o al menos eso intentaba. Nelson se había marchado, había dictaminado que no era nada grave, que seguro era algo de su naturaleza. Hammya ignoró el tema o simplemente aplazó su preocupación, pero para Candado no, bueno, o eso parecía. Los ojos persistentes de Candado sobre ella aún permanecían, sintiendo un combo de incomodidad.
Hammya aclaró la garganta.
—?Pasa algo?
—No.
—?En serio?
—Sí.
—Oh, ya veo.
Hammya siguió mirando la tele, pero, aun así...
—…
—…
Support the creativity of authors by visiting the original site for this novel and more.
—…
—…
—…
Hammya levantó el control remoto y apagó la tele.
—Tenemos que hablar —dijo ella con resignación.
—Te escucho.
—Primero ?Por qué me miras tanto?
—Es sencillo, no entiendo cómo pudo pasar esto.
—Ni yo, pero aquí estoy.
—?No estás asustada?
—Bueno… sí, pero ahora no, es extra?o sí, pero es como si esto fuera natural… no sé cómo explicarlo, pero siento que dentro de mí esto es muy natural.
—Ya veo. ?Puedo tocarlo?
Hammya movió su cola hacia la palma de Candado.
—Guau, ?Cómo lo haces? —preguntó él mientras se quitaba los guantes.
—No lo sé, es como si moviera las manos.
Candado empezó a acariciar la cola de Hammya.
—Hay un hueso dentro, envuelto en una piel suave y con un pelaje sedoso.
Hammya miraba a Candado con curiosidad.
—Genial, es muy bonito, suave y esponjoso.
—?Te gustan estas cosas?
—Me gusta lo suave y esponjoso.
Candado se recostó en el regazo de Hammya. Sorprendiéndola, aun no terminaba de procesar lo ocurrido en Kanghar.
—Guau, es una sensación muy adictiva, ?Te molesta?
—No, claro que no.
—Me alegro.
Candado siguió acariciando la cola de Hammya.
Entonces pasó Clementina y sonrió al ver esta tan atípica escena.
Clementina sacó una foto con sus ojos.
—Je, je, es una hermosa pareja de tontos.
Clementina siguió su camino.
Debido a lo acontecido, Hammya no se atrevió a salir de casa. Por ende, ese día no hubo reunión en el gremio, y para evitar entrar en detalle del por qué, Candado avisó que surgió algo y que no asistiría. Sus amigos se preocuparon y se dispusieron a visitarle, pero él dijo que no y que era privado. Por lo cual, Hammya pasó toda la tarde en casa sin hacer nada, hasta que cayó la noche.
Eran las 00:21 hs. Hammya estaba en su cama mirando el techo, pensando en lo raro que fue su tarde. Agarró su cola y la inspeccionó ella misma. Fue aterrador, pero ya no. Eso hecho le abrumaba mucho; ella siempre había notado que era diferente al resto, sabía que ella no era humana. Su sangre no era roja, su cabello era verde, sentía cosas que ningún humano sentiría, y justo cuando estaba aceptando su diferencia, pasó esto
.
—La vida es así, ?eh? —Hammya sonrió—. Me estoy volviendo como él.
Hammya sintió una voz en su interior.
—Oh, eres vos.
—…
—Lo sé, lo sé.
—…
—?Cuándo se lo diré? No lo sé.
—…
—?A qué te refieres?
—…
—Es más o menos cierto...
—…
—Está bien, está bien, me gusta ?sí? Me gusta mucho.
—…
—Es que aún no puedo decirlo.
—…
—Sé que no hablo mucho, pero…
—…
—Bien.
Hammya se quedó en silencio por un largo rato, pensativa. El aire de la habitación parecía envolverse en una quietud extra?a, casi como si el tiempo mismo estuviera esperando que ella tomara la palabra.
Finalmente, la voz interior que la había acompa?ado todo este tiempo surgió, con esa calma que solo las voces interiores podían tener, un murmullo que parecía provenir de lo más profundo de su ser.
—Sobre mi situación...
—...
—?Cómo?
—...
Hammya suspiró profundamente.
—?Así de fácil? —se preguntó en voz alta, casi con sarcasmo.
Se sentó en el borde de la cama, con los ojos cerrados, el cuerpo tenso, pero el alma, curiosamente, en calma. Cerró las manos en los costados, un peque?o gesto de concentración, y entonces, empezó el proceso.
El calor comenzó a acumularse en su espalda, en la base de su columna. Sentía cómo sus alas, esas alas verdes que ahora representaban tanto para ella, comenzaban a reducirse. No fue algo doloroso, pero sí extra?o, como si una parte de ella estuviera despojándose de algo que aún no entendía por completo.
La cola, que en otro momento había sido su mayor fuente de incomodidad, empezó a encogerse lentamente. El suave movimiento que sentía a sus espaldas y en su cuerpo era casi imperceptible al principio, pero a medida que lo hacía, sentía que algo dentro de ella se aligeraba.
Hammya continuó inhalando y exhalando, con una concentración tan intensa que parecía estar en trance. Cada respiración la acercaba más a la liberación. Las alas desaparecieron por completo, seguidas de la cola, que volvió a ser parte de su ser. En su lugar quedó una calma extra?a, como si estuviera despojada de algo que la definía, pero al mismo tiempo más cercana a sí misma.
Cuando terminó, abrió los ojos lentamente, como si al hacerlo también estuviera despertando de un largo sue?o.
—No me lo creo, funcionó—susurró para sí misma.
Luego se recostó en su cama dispuesta a descansar como una reina, cerró los ojos y trató de relajarse. Paz. Silencio. Tranquilidad.
Pero no.
Sus alas decidieron visitarla, saliendo otra vez como de forma cómicamente instantánea. Y su cola, no queriendo perder protagonismo, volvió a asomar como diciendo: “?Me extra?aste?”
Hammya se quedó inmóvil unos segundos, procesando lo inevitable. Luego agarró la almohada con expresión muerta, se la estampó en la cara y soltó un grito amortiguado tan cargado de frustración que la propia cama parecía querer consolarla.
A la ma?ana siguiente.
Hammya estaba parada frente a sus amigos en el salón principal del gremio. Todos la observaban en completo silencio, con expresiones que oscilaban entre la fascinación, la incomodidad y el desconcierto. Las nuevas alas verdes que se desplegaban a su espalda, largas, suaves y relucientes como las de un ángel salido de una pintura renacentista, hacían sombra en la sala. Y, por supuesto, estaba también su nueva y vivaz cola que se movía por voluntad propia, como si intentara iniciar una conversación.
—?Y bien? —preguntó Hammya, visiblemente nerviosa, encogiéndose un poco bajo la mirada del grupo.
—Es maravillosa —dijo Viki, con brillo en los ojos.
—Te ves linda —a?adió Pucheta, con una sonrisa sincera.
—Es… una cola —observó Germán, mirándola como un espécimen.
—?Sí que es sorprendente! —se asombraron a coro Lucía y Erika, casi dando saltitos.
—Vaya —murmuró Declan, encogiéndose de hombros.
—Me dan ganas de hacer un comentario vulgar, pero me estoy conteniendo —dijo Matlotsky, con una mano temblorosa cerca de su boca.
—Es algo bastante llamativo… —se extra?ó Pak, sin dejar de mirar las alas.
—Lindo —sonrió Anzor, en su modo siempre simple.
—Qué fuerte —expresó Andersson, cruzado de brazos.
—Genial, se volvió gato —bromeó Lucas.
El resto del grupo simplemente guardó silencio, hipnotizados.
Hammya comenzó a mover su cola de un lado al otro, despacio, casi como por instinto… y, curiosamente, las cabezas de sus amigos se movían al ritmo, como si la estuvieran siguiendo en cámara lenta.
—Les gusta, ?no es así? —dijo con una sonrisa maliciosa.
Mientras tanto, Walsh y Héctor se escabulleron hacia el cuarto contiguo, llamando discretamente a Candado. El resto seguía embobado con la nueva extremidad danzante de Hammya.
—Contexto —pidió Héctor al entrar.
—Lo que ves es lo que es. Se despertó, gritó, y cuando llegamos estaba sentada en medio del ba?o, llorando. Ah, y cubierta de sangre.
—?Sangre?
—Se lesionó en el ba?o, un desgarre. Bueno, más bien la base de las alas. El intento fue... desesperado.
—Dios… —murmuró Walsh.
—Sí, fue horrible —contestó Candado mientras se preparaba unos mates.
—…
—En fin, solo eso pasó. Por ahora, ella dice que lo lleva bien.
—Esperemos que no esté fingiendo estar bien —dijo Walsh, preocupado.
—No lo creo. Yo me daría cuenta si fuera así.
—Si vos lo decís…
En ese momento, el teléfono sonó.
—?Quién será? —preguntó Héctor.
—Tal vez un cliente —respondió Candado, mientras tomaba un sorbo de mate—. ?Querés? —le ofreció a Walsh.
—Oh, gracias.
—No hay problema.
Héctor atendió el teléfono, pero su expresión se volvió incómoda de inmediato.
—Sí, bueno… es entendible, se?or, pero…
—?Se?or? Espere, ?por qué…? —Héctor frunció el ce?o.
Candado se levantó, le quitó el teléfono de la mano y habló con voz firme:
—Soy Candado Barret, presidente de la Hermandad Roobóleo. ?Cuál es su emergencia?
—Oh, por fin alguien importante.
—Mida sus palabras, anciano. Si me aburro, cuelgo.
—?Abandonarías a alguien con problemas?
—No soy el único gremio. Así que sí, puedo hacerlo.
—Está bien, seré rápido. Una… una cosa está en mi casa. Nadie quiere ayudarme. Todos me dijeron que los llamara a ustedes.
—?Gravedad del asunto?
—Me ara?ó, y creo que es letal. La policía ni se presentó.
—Dígame la dirección. Iremos de inmediato.
Mientras tanto en la otra habitación, Hammya relataba su situación.
—Y entonces, cuando me miré en el espejo, me espanté —contaba Hammya con ojos grandes, gesticulando con entusiasmo—. ?Pensé que me había vuelto un vegetal alado!
—Vaya… yo no lo habría creído si me lo contabas ayer —se sorprendió Liv, asintiendo lentamente.
Candado colgó el teléfono.
—Hermanos, tenemos trabajo.
—?Fantástico! —se alegró Declan, frotándose las manos.
—Los necesito a todos esta vez. Bueno, casi a todos.
—?Qué querés decir? —preguntó Viki.
—Hammya, te quedás acá.
—??Qué!? ??Por qué!?
—Ayer te brotaron alas verdes y una cola como si fueras parte de un disfraz. Todavía no sé si eso es bueno o malo para tu salud. No puedo arriesgarme.
—?Es grave? —preguntó Matlotsky.
—Calculo que nivel cuatro.
—?Casi "peligro total"! —se sorprendió Viki.
—?Pero! ??Por qué?! —insistió Hammya.
Candado suspiró con resignación.
—Hammya… ?leíste el manual que te di?
—Sí… bueno… un poco.
—?Y?
—Lo siento, ni lo abrí.
Candado se frotó los ojos como si el alma se le intentara escapar por los lagrimales.
—Son cinco niveles: sencillo, fácil, medio, difícil y peligroso.
—?Y qué ocurrió para que sea tan grave? —preguntó Andersson.
—El cliente mencionó "una cosa" que lo atacó. Hasta que no lo verifiquemos, lo clasifico como nivel cuatro.
—O sea, no sabés.
—Exacto. Y no voy a arriesgarte sin estar preparada.
—?Vi un asalto en un semáforo y te salvé!
—Lo sé, pero no era una misión. Llegaste cuando ya estaba todo terminado.
—?Vi Buenos Aires arder!
—Y fue un error. Se suponía que solo aprendieras sobre el trabajo. Nunca pensé que eso se descontrolaría tanto.
—?Nos atacaron los Baris!
—Era una misión de reconocimiento de nivel dos… hasta que explotó a nivel cuatro. Y te caíste. Amabaray casi te mata si yo no llegaba.
—?Pero no podía mat…!
—Hammya —la interrumpió Candado, con una voz suave pero inflexible—. No vas. Te quedás acá.
—Si me permite, se?or.
A Candado le pareció extra?o que, en esa situación, Clementina no lo llamara "patrón".
—Dime —le dijo, curioso.
—Quiero quedarme con la se?orita, para que no se sienta sola —respondió ella con suavidad.
—Como quieras —asintió él, y luego se volvió hacia los demás—. ?Alguien más quiere retirarse?
Nadie respondió. Solo el silencio.
—Bien. Entonces, en marcha —ordenó.
El grupo se puso en movimiento, con paso firme pero en silencio, dejando atrás el gremio. El aire se volvía más denso a medida que se acercaban al objetivo. A lo lejos, las sombras de la ciudad se estiraban como dedos cautelosos sobre el pavimento agrietado.
El tiempo pareció diluirse en el trayecto, hasta que, horas después, se detuvieron frente a la casa se?alada. Una estructura apagada y olvidada por el tiempo, tan silenciosa como el grupo que la observaba.
Candado avanzó sin titubeos y golpeó la puerta con firmeza.
—Estén atentos —ordenó.
No obtuvo respuesta verbal, pero todos asintieron con determinación.
La puerta se abrió lentamente. Un hombre mayor, con el rostro marcado por el cansancio, los recibió.
—Buenas, se?or Ferrero —saludó Candado—. Soy Candado Barret, del gremio La Hermandad.
El hombre lo miró de arriba abajo con escepticismo.
—?Usted? Es un ni?o.
—La mayoría de los gremios están dirigidos por jóvenes —respondió Candado con serenidad.
—?De verdad son los mejores?
—Siempre la misma pregunta… —murmuró Matlotsky al oído de Héctor.
Candado, sin perder la compostura, habló con claridad:
—Si no confía en nosotros, podemos marcharnos.
—Tranquilo, Declan —intervino—. Es comprensible que lo dude, pero le aseguro que somos los mejores en esto.
Ferrero desvió la mirada hacia el grupo.
—Veo que son demasiados.
—Usted no fue claro por teléfono, así que traje a todos por precaución —explicó Candado—. Pero si lo prefiere, puedo hacer que solo cinco entren.
El hombre vaciló un segundo antes de asentir.
—Bien.
Candado se volvió hacia su grupo.
—Héctor, Declan, Pucheta, Lucas y… Pak.
Esta última se sobresaltó.
—Es costumbre que la nueva integrante presencie su primer trabajo —a?adió Candado, mirándola.
Pak bajó la cabeza, agradeciendo la oportunidad.
—Anzor, Liv —continuó—, se quedan en el frente. Si no salimos, usaré esta campana. Cuento con tu oído, Anzor.
—No fallaré —respondió.
—El resto rodeará la casa. Germán, estás a cargo.
—Entendido —afirmó él con un gesto firme.
El quinteto liderado por Candado cruzó el umbral.
—Guíenos —indicó.
Ferrero los condujo por su hogar, que por dentro resultaba más amplio de lo que dejaba ver desde fuera.
—?Cobran por esto? —preguntó el hombre.
—Manejamos dos métodos: efectivo o promesa —respondió Candado.
—?Promesa?
—Si el cliente no puede pagar con dinero, nos hace una promesa sagrada. Esa promesa no puede romperse por ninguna razón.
—?Y si lo hace?
—Ningún gremio lo ayudará nunca más. Y si vuelve a necesitar ayuda, ni siquiera podrá pagar con dinero o promesa hasta que hayan pasado diez a?os.
—Son duros. Pensé que sería más grave.
—Usted no sabe lo que es tener un problema real y que el Estado no lo escuche. Y que su última opción, es decir nosotros, lo abandone.
—Lo entiendo.
Finalmente, el hombre los llevó hasta una habitación al fondo de la casa.
—Es aquí —se?aló.
Declan fue el primero en adelantarse.
—?Lo sientes? —preguntó Candado.
—No solo eso. También lo huelo. Hay podredumbre segalmática en el aire.
—?Un conjuro? —intervino Lucas.
Candado sonrió levemente, llevándose un pa?uelo a la nariz.
—Tal vez.
—Yo no huelo nada —dijo el se?or, confuso.
—Su segalma es demasiado débil como para percibirla —explicó Candado.
—?Y ahora qué, jefe? —preguntó Pucheta.
Candado se volvió hacia el hombre.
—?Cómo quiere hacer el pago?
—Monetario. Soy pésimo con las promesas.
—Cinco mil.
—Cuatro mil.
—Cinco mil quinientos.
—?Qué?
—Lo que oyó.
Ferrero apretó los dientes. Finalmente, suspiró.
—Está bien. Cinco mil.
Todos miraron a Candado con sorpresa. Era la primera vez que lo veían negociar el precio de un trabajo del gremio delante de los demás. Usualmente, él se encargaba de esos tratos en solitario, sin testigos.
El se?or Ferrero sacó su cartera con torpeza.
—Guárdelo —ordenó Candado, sin levantar la voz—. Aún no hemos terminado.
—No hay problema —respondió el hombre, aunque titubeó antes de volver a guardarla.
Candado abrió la puerta al final del pasillo. Lo que encontraron del otro lado los dejó inmóviles.
El interior no era una habitación común. Era inmenso. No tenía sentido que existiera algo así dentro de una casa tan peque?a. Parecía más bien una cueva, vasta y oscura, como si la casa ocultara un mundo subterráneo.
—Vaya... magia ilusoria —murmuró Declan, boquiabierto.
—No siento la segalma —dijo Héctor, frunciendo el ce?o.
—Por supuesto que no, Héctor. Esto es obra de un conjuro del noveno círculo. Un hábitat de arquitectos —explicó Candado con calma.
—Oh, Dios… —reaccionó Pucheta, dando un paso atrás.
—Muy bien, se?or Ferrero. A partir de ahora, mantenga la distancia —dijo Candado sin mirarlo.
—Entendido —aceptó el hombre, retrocediendo.
Candado avanzó primero. El pasillo descendía en línea recta, como una rampa hacia lo desconocido.
—Se?or...
De pronto un ruido de madera apareció detrás de ellos.
La puerta se cerró de golpe, con un estruendo que resonó en toda la caverna. Declan desenfundó su espada instintivamente, y Pak alzó su arma con rapidez.
—Tranquilos —dijo Candado, sin alterarse—. No pasa nada.
—Candado... —llamó Héctor.
—Dime.
—?Por qué subiste el precio?
—Jugué con su mente.
—?Cómo?
—?Observaste bien la casa?
—Sí, pero no presté mucha atención.
—Muy mal —reprendió Candado—. El suelo era de parqué, había adornos caros, ropa de marca, zapatos de dise?ador… pero si mirabas con cuidado, notabas que escatimaba en gastos básicos como los servicios. Luz débil, paredes descuidadas.
—?Y?
—Usé eso en su contra. Cuando aumenté el precio, el anterior pareció más razonable en comparación. Le di la ilusión de que salía ganando. Y aceptó.
—Eso es muy sucio —dijo Héctor, frunciendo el ce?o.
—No, claro que no. Es psicología, no suciedad.
—Por supuesto que…
—Shhh… —interrumpió Candado, deteniéndose en seco.
—?Qué sucede? —preguntó Pak, en voz baja.
—Siento hostilidad.
Todos se prepararon.
Declan ajustó el agarre de su espada. Pak sostuvo su arma con firmeza. Lucas frotó el pulgar contra el índice, concentrado. Pucheta tronó sus dedos. Héctor barajaba sus cartas sin mirar, como si su mano supiera por él.
—Prepárense… —murmuró Candado—. Hay algo muy mal aquí.
—???LáRGUENSE!!! —retumbó una voz, gutural y furiosa.
—Ya está aquí —dijo Candado, entrecerrando los ojos.
De pronto, el entorno cambió. La caverna desapareció, sustituida por un bosque oscuro, húmedo, donde los árboles parecían moverse como si respiraran.
—Creo que quien debe marcharse... es usted, intruso —respondió Candado, alzando la voz.
De entre los arbustos, una barra de metal salió disparada hacia él.
Declan reaccionó al instante, desviándola con su espada en un golpe limpio.
—Esa fue tu última advertencia —sentenció Candado, dando un paso al frente.
Una luz blanca estalló en el ambiente, cegadora. Todos cubrieron sus rostros... excepto Candado, que permaneció firme, sin inmutarse.
—?Pónganse detrás de mí! —gritó.
No hubo respuesta.
Cuando la luz se disipó, Candado giró sobre sus talones. Estaba solo.
—Declan… Héctor… Pak… Lucas… Pucheta… —llamó Candado por sus nombre.
El silencio reinaba como una tumba.
—Te lo advertí —dijo la voz otra vez, ahora distinta. Ya no era oscura, sino clara, como si hablara alguien más… o como si se hubiera quitado una máscara.
Candado se volteó, alerta.
La cueva ya no existía. En su lugar, se hallaba dentro de un amplio comedor, iluminado por candelabros flotantes, con una mesa descomunal en el centro.
—?Qué es esto? —murmuró.
Una figura apareció a su espalda.
—Un hogar —dijo la voz de forma serena.